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¿Iglesia afónica?



Servir a Chile implica mirar la globalización que nos influye. Esta cultura ha generado desarrollo técnico y material, pero también ha exacerbado lo económico.

por Cristián Contreras V. Diario La Tercera - 29/09/2012 - 04:00


LO HAN dicho creyentes y no creyentes, adherentes o críticos a la Iglesia Católica: urge que aporte al debate del nuevo Chile en el contexto de la globalización, del creciente malestar ciudadano y de la crisis de las instituciones. La Iglesia no puede seguir afónica, habiendo sido en el reciente pasado la “voz de los sin voz”.
Vivimos una crisis de confianza: un virus que contagia la vida familiar, social, política y eclesial. Así lo diagnosticaba, sin anestesia, monseñor Ezzati: la desconfianza tensiona la vida familiar, nos aleja de nuestro prójimo y crea barreras entre grupos y sectores. Desconfiar es claudicar de la fe en el otro. Así no es posible vivir. ¿Hay razones para desconfiar de la Iglesia? Ciertamente. Lo hemos reconocido en las dolorosas y repudiables situaciones de abusos cometidos contra personas menores y jóvenes. Desde esa conciencia adolorida, pero sobre todo desde nuestra conciencia de saber que la dicha más grande es el anuncio de Jesucristo, queremos emprender un retorno hacia la confianza, comprometiendo nuestra voluntad de ser signo e instrumento de la comunión de las personas entre sí y con Dios. Esta misma disposición se ve reflejada en la Carta Pastoral titulada “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile”. Queremos ser una Iglesia que escucha, anunciadora de Jesucristo y servidora. Servir a Chile implica mirar la globalización que influye en nuestro actuar y pensar. Esta nueva cultura ha generado desarrollo técnico y material que beneficia a las personas, pero también ha traído una exacerbación de lo económico como respuesta a las necesidades de los seres humanos.
El año pasado constatamos el surgimiento de movilizaciones ciudadanas ante la situación política en los países árabes; ante la crisis económica en países desarrollados de Europa y la crisis alimenticia en Africa Oriental; ante las situaciones de pobreza y corrupción en América Latina; ante la depredación de los recursos naturales; ante los alarmantes niveles de violencia del terrorismo, el narcotráfico y la trata de personas o nuevas formas de esclavitud. Son muchas las situaciones ante las cuales surge la indignación social, en que las instituciones encargadas de orientar y modelar la convivencia no han sido capaces de dar respuestas satisfactorias. En Chile parece que estamos des “concertados”; des “alianzados”, des “ilusionados”; más aún, estamos des “contentos”. Esto ha dado paso al conglomerado global de los “indignados”. El persistente desencuentro entre las aspiraciones de las personas y las respuestas institucionales puede ser fuente de futuras inestabilidades políticas y de un descrédito mayor de las autoridades e instituciones. Frente a este panorama global, creemos que Jesucristo nos urge a crear una cultura de la gratuidad, en donde el ser humano vale por lo que es. El nos enseña que lo más humano no se compra ni se vende, no tiene precio: se da y se recibe como un don, como es la vida, la amistad o la alegría.
La voluntad de la Iglesia en Chile al plantear estas y otras reflexiones está fundada en el ánimo de contribuir a una vida mejor para todos los chilenos. Ello con una actitud dialogante, sin renunciar a transmitir el mensaje del Evangelio, de un modo tal que haga sentido incluso a aquellos que no comparten nuestra fe y que nos exigen no seguir afónicos.

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