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La luna, las islas y Babel


por Joaquín Fermandois 
Diario El Mercurio, Martes 04 de Septiembre de 2012 
http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2012/09/04/la-luna-las-islas-y-babel.asp

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La muerte de Neil Armstrong trae el recuerdo de las ilusiones que despertó la inmensidad de posibilidades a las que parecía abrirse la humanidad, entonces tan atrapada en sus enervamientos ideológicos. Más de 40 años después, de la infinitud del espacio interestelar, explorado por vehículos no tripulados que demoran años en arribar a un planeta, apenas rasguñamos una parte infinitesimal. Será una empresa sin fin.
Lo que permanece de los sueños técnicos de esos días es el contraste que se percibía entre aquella desmesura del espacio frente a la pequeñez de la Tierra. Se decía que el hombre se enclaustraba en su menudencia y no observaba el maravilloso panorama que se le ofrecía para su futuro. Más allá de fraccionamientos ridículos, ante la vastedad ilimitada que se ofrecía, la humanidad en su conjunto podría emprender una gran tarea común.
Eran palabras pías, casi siempre denotando la política del avestruz, de esconder la cabeza en la arena. Más bien ha sucedido casi todo lo contrario. Explorar el espacio de manera que permita servirnos de otros ambientes llevará, al ritmo actual, centenares de años. Entretanto, habrá que organizar lo más juiciosamente posible este empequeñecido planeta, por los muchos que somos, y porque aunque las conexiones se intensifiquen mucho -eso que se llama "globalización"-, permanece incólume el que desde la bíblica Torre de Babel (cuando los hombres se dividieron según el idioma) vivamos en comunidades llamadas "países" o "sociedades". Cooperamos y competimos en el buen y mal sentido de la palabra, escogiendo una combinación no siempre sabia de ambas probabilidades. Un "Estado mundial" no se perfila, y por la experiencia habida en algunos intentos, es mejor que jamás arribe.
En fin, todo esto hace muy posible que en algunas zonas del mundo la disputa por pequeños segmentos de tierra produzca ardor: islas, islotes y meras rocas. La rivalidad puede adquirir una virulencia completamente desproporcionada para su valor y significación reales, y ello explica que se los suponga ricos en petróleo, lo que casi siempre ha sido falso de falsedad absoluta. En nuestra historia tenemos el Beagle; ahora el juicio en La Haya. Argentina e Inglaterra están enzarzadas por las Malvinas. En Asia, el tema de las islas entre China y Japón, entre Japón y Corea, entre Vietnam y China, entre Japón y Rusia, entre Tailandia y varios de los otros. Es una lista muy larga. El progresivo deshielo en la zona ártica, que pierde 12% de su masa cada 10 años, añadirá más manzanas de la discordia en la pugna por espacios marítimos.
¿Son escenarios vitales para esos países? Cuando no llevamos velas en el entierro, esos diferendos se nos aparecen como bagatelas. Para sus actores, en cambio, adquieren tal carácter simbólico: producto de frustraciones, de percepciones de rivalidad, de impulsos por alterar una situación, o por hacerse notar e irritar como demostración de poder arbitrario. No pocas veces en la historia ello da origen a conflictos devastadores, o a guerras de nervios que estropean el intercambio fecundo. Este escenario no difiere en lo esencial de conflictos que entonces parecían insoslayables, y que un par de generaciones más tarde son incomprensibles, como el origen de la Primera Guerra Mundial, que hoy vemos como frivolidad criminal. El encogimiento del mundo ha magnificado algunas fricciones no sólo en el plano internacional, sino en nuestras disyuntivas internas, lo que hemos visto al desayunarnos con el tema de la energía, que en vez de consumirla nos consume. Las consecuencias de la Torre de Babel permanecen con nosotros.

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