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Arte sacro que clama redención



WALDEMAR SOMMER 

Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 30 de septiembre de 2012

Oración y penitencia. Apartarse del mundo por amor divino sigue siendo la clave de la existencia monástica. Por lamentable falta de información, la vida conventual sobre todo femenina suele provocar escándalo. Se habla de mujeres ociosas, extremistas y que incluso gozan con el dolor. No obstante, sin el rezo y la mortificación permanente de ellas, probablemente la humanidad estaría, hoy día, aún más desorientada, más afligida. En la actualidad, por lo menos, el escenario y el diario vivir de un claustro despierta mayoritariamente curiosidad. La exposición que ahora nos ofrece la Corporación Cultural de Las Condes está para satisfacerla. Es que se ha construido, con piezas de época, una adecuada aproximación al monasterio santiaguino de la Santísima Trinidad de Clarisas Capuchinas. Aportes de colecciones particulares y de los museos Del Carmen de Maipú y del Histórico Nacional completan el ajuar pictórico y mobiliario de las monjas. Destacan, de un modo especial, las ambientaciones de una celda y del refectorio. En la primera llama la atención su ascetismo. Nada más que un pequeño altar sobre un baúl varía la sencillez rigurosa del lugar. En cuanto al comedor común, la presencia de escultura y pintura devotas marca la atmósfera peculiar que se desprende de la sala. Así, en el "Nacimiento", procedente de Ecuador, la bellísima mano derecha de San José delata la autoría nada menos que del gran Caspicara. También al siglo XVIII pertenecen las doce telas con la serie "Vida de la Virgen", cumbre de la exhibición. Su autor anónimo muestra un mestizaje entre un Cusco predominante -el tenebrismo de los personajes y los típicos dorados ornamentales de las vestiduras- y aportes quiteños -aclaramiento del paisaje natural y abundancia floral-, cuyas flores se diseminan por todos los planos y constituyen la pantalla en la primera fila del cuadro.
Por entero cusqueña y dieciochesca resulta otra serie pictórica, "Vía Crucis". Eso sí, en sus catorce estaciones se nota una mirada más arcaica y una factura inferior a la del conjunto anterior. Así encontramos torpezas de dibujo, como las del cuerpo de los sicarios en la escena del velo de la Verónica. A pesar de tales limitaciones, un detalle expresivo central hace valer su importancia. Se trata del rostro de un Jesucristo doliente, pero sereno y que trasunta esperanza plena en los efectos posteriores de su Pasión. Se torna el epicentro de la serie entera. Respecto a las cuatro porciones en mejor estado de conservación, exhibidas de una serie de once, "El Alabado", provienen de Quito del seiscientos. Producto acaso del círculo del famoso Miguel de Santiago, lo que permite ver su suciedad demuestra una composición con mayor influencia europea, mientras sus personajes aparecen jerarquizados. De esa manera, dos apóstoles de gran tamaño flanquean cada tela. Aquí el encanto ingenuo de los dos amplios conjuntos antes mencionados es monopolizado por angelitos, vestidos o desnudos, capaces de aminorar la solemnidad de lo representado. Los panoramas de la naturaleza presentes, por desgracia, apenas se distinguen. De todas maneras, lo genuino de estos lienzos se halla en la protagónica concurrencia del ornamentado, del casi aéreo texto.
Fuera de las series anotadas, un amplio cuadro del siglo XVIII, supuestamente anónimo, se hace admirar. Se trata de "Santiago matamoros", no identificado por el montaje. Lo anima un brioso corcel encabritado y con lindo ojo humano, sobre cuyo rico arnés monta la figura tensa del santo. Avanza él con la espada desenvainada y con las riendas convertidas en cintas decorativas. Del moblaje, perteneciente a distintos dueños, habría que destacar un espléndido banco conventual peruano de carretillas y el gran armario rojo con dorado, cuyo dominante escudo de armas corresponde a la Orden de San Juan. De la platería sobresalen los centilleros y el altar, pero especialmente el sagrario de apariencia boliviana; lleva éste, repujado, un par de candorosos y dinámicos ángeles simétricos. Por último, al concluir el recorrido, se impone una dieciochesca alacena chilena. Es de esperar que tan interesante exhibición permita abrir ojos y contribuya a auxiliar materialmente a sus dueñas, nuestras piadosas intercesoras.
"LUZ AL INTERIOR. ARTE Y VIDA EN EL CLAUSTRO"

Lograda ambientación y nuevas series de pintura religiosa de los siglos XVII y XVIII
Lugar: Corporación Cultural de Las Condes
Fecha: hasta el 21 de octubre

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