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Las notas libres de Martin Joseph


Las notas libres de Martin Joseph
por Daniela Silva Astorga
Diario El Mercurio, Cultura
Sábado 29 de septiembre de 2012

El pianista y compositor a sus 74 años

Cree que quiso ser músico, en parte, por rebelarse en contra de su padre.  "Era un hombre de negocios exitoso y quería que yo entrara en su compañía.  Por suerte entendió que si eso hubiese pasado, él habría quedado en la bancarrota", cuenta el compositor y pianista británico de jazz Martin Joseph (74), quien llegó a Chile en 1998 por su mujer, y jamás se fue.  Primero se le conocía por su pelo canoso, sus ojos transparentes y su hablar pausado de marcado acento inglés -que todavía tiene-, además de sus colaboraciones con grandes músicos de muchos países, como los norteamericanos Dexter Gordon y Buddy Tate, y los europeos Peter Kowald y Giancarlo Schiaffini.

Lo primero que Joseph cuenta de sus orígenes es eso.  Pero hay otra parte de la historia.  Su papá tocaba jazz en el piano cuando volvía del trabajo.  Y su madre, que amaba la música clásica, le compraba discos desde que él tenía cuatro años: "Bueno, sí, era difícil que la música no fuera tan importante para mí.  Mi papá hizo lo que debía: desalentarme.  Si uno quiere hacer algo de verdad, al final, lo hará igual".

-Y usted se mantuvo siempre firme…

"Claro, la música está en el centro de mi vida. Y acá, en Chile, he vivido muy buenas experiencias.  Veo un crecimiento en la escena del jazz: cuando llegué había muchos buenos músicos, pero con una actitud muy pendiente de los Estados Unidos y Europa.  Ahora no.  La generación más joven escribe su música y no tiene complejos.  Hacen jazz sin pedir disculpas".

Y Joseph es protagonista de esa buena racha.  Aquí, se lo ve como un músico metódico e inquieto, que marcó pauta en la escena chilena reuniendo a quienes trabajaban de forma dispersa con el jazz experimental y la improvisación libre.  O como quien armó los miércoles del jazz en el Goethe Institut y el Festival de Jazz Europeo -que este año comienza el 17 de octubre-, y fundó el reconocido septeto Pacific Ensemble.  Se lo ve también como una figura fundamental y un tallerista infatigable: desde que se instaló aquí ha dado cientos de clases.  Sobre la historia del jazz, la improvisación y todo lo que pueda compartir, tal como lo hacía en el colegio.

"La primera vez que di clases fue ahí.  No sé si sabía mucho de jazz.  ¡Sólo me di cuenta de que mis amigos no sabían nada!  Detrás de mis talleres estaba la intención de compartir, como ahora", dice el músico, quien nunca ha sido alumno de conservatorio.  "Creo que soy uno de los pocos que ha enseñado en varios y ha fundado algunos (como la Escuela de Música de Testaccio de Roma), sin haber ido a clases.  "He hecho mi propia escuela".  Uno en el que las fronteras se debilitan.  A Joseph no le gustan los guetos ni los límites entre estilos musicales. Lo explica: "Antes, en los conservatorios no encontraba nada más allá de la música clásica, y con límites: entre Bach y Debussy, con suerte.  Entonces, en Italia, creamos un lugar abierto a las mú-sic-as".

-¿Qué momento de su formación recuerda como importante?

"Cuando trabajé en un bar de Londres.  Partían los años 60 y estaba en la sección rítmica regular que acompañaba a los mejores músicos.  Eran de estilos muy diferentes.  Unos tocaban swing; otros algo de free jazz.  Había poca plata, casi no se ensayaba.  Te ponían los acordes al frente y debías hacer lo mejor con piezas difíciles.  Una lucha".

LA REVOLUCIÓN MELÓDICA

Afuera de la sala 501-B de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile se escucha algo parecido a «Blue train», pero en instantes la famosa melodía de John Coltrane se transforma en otra cosa.  Es como la música de la escena más misteriosa de una película.  O una melodía que definitivamente nació, en ese piano, para inquietar: se suman otros instrumentos y voces que de pronto, y sucesivas veces, cambian y todo se oye más ligero, más intenso, más pegajoso.

Como todos los miércoles, entre las cuatro y las seis y media de la tarde, Martin Joseph conduce a los alumnos de su "Taller de improvisación y jazz".  En el pasillo, todo lo que se escucha parece salido de un disco, aunque no podría estar más lejos de eso.  No hay arreglos ni cálculo de una grabación en estudio.  Pero todo calza cuando la clase ya ha terminado y el profesor habla: "Si se logra estar en el mundo y con los demás, llegamos a un momento mágico.  Independientemente del nivel y el resultado, la conexión que uno escucha es bella.  Me interesa la capacidad que tienen los músicos para concentrarse en lo que hacen, expresándose individualmente, y también como un todo.  Es difícil: uno puede estar en grupo, pero totalmente ensimismado.  O que le interese tanto lo que está pasando, que llegue a perderse en lo suyo".  Y así, bajo ese llamado al equilibrio, las improvisaciones de su sala no suenan como lo que son.
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Transcripción de la edición en papel del diario.  Al momento de transcribirla no se había liberado la edición digital que contiene una magnífica imagen de Martin Joseph, más canoso, con bufanda e irradiando sabiduría, vida, una cierta alegría melancólica  y paz interior.

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