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En el desfiladero de la angustia‏



El hombre que fue rey

por Antonio Martínez 
Diario El Mercurio, domingo 23 de septiembre de 2012

Claudio Borghi trincha un lomo vetado, lo observa y piensa en si ser o no ser.
He ahí el problema.
¿Qué es más noble para el espíritu y cuál es el destino de un director técnico? ¿En qué estaba y dónde estoy? De eso se trata. Seguir enfrentando los dardos de la airada fortuna o simplemente mandarse a cambiar con la música a otra parte.
Lo que le pasa a Claudio Borghi es normal y se trata del entrenador en la encrucijada, porque lo que viene es decisivo, y octubre es un mes de vida o muerte. Con Ecuador de visita y con Argentina de local.
En rigor, nunca nada es tan definitivo, pero la gente de fútbol es devota del drama y la desesperación. Anhela el cara o sello, que la sangre llegue al río y que se coronen reyes o rueden cabezas.
Por estas semanas, silencio, pero el de la jungla peligrosa, es decir, se trata de un silencio amenazante.
Atrás se esconden fieras y jíbaros, pantanos y arañas de rincón, panteras cesantes y envidiosas, periodistas del hablar fácil, tribus rabiosas de bielsistas y enemigos de toda la vida.
Borghi atrapa un pedazo de lomo liso o quizás de entraña, y lo observa. Es la metáfora parrillera: ser o ser, pero sin calavera mediante.
Lo de fondo es la pérdida de esa antigua tranquilidad y paz, esa vida sencilla y acampada, ese hombre que fue Rey Guachaca 2007 y ese argentino auténtico y querido por Chile entero. ¿Dónde está y qué se hizo?
Era un oso de peluche humano, entrenador cazurro y simpático, un pelo duro trasandino y alguien relajado y liviano de sangre.
Esa figura se ha esfumado por culpa de Chile y su selección, porque el cargo de entrenador es algo que desgasta y muele.
El peso de la noche, el país que exige lo que no tiene y ese hombre con buen apetito, trabajador y educado en la calle, ahora está en la categoría de desaparecido en acción.
Se convirtió en alguien hosco, huidizo, silencioso y desconfiado, porque detrás de un matorral que se mueve, hay un bielsista enfermo y fanático; escondido en las entrelíneas de alguna crítica, respira un contrincante mortal; y en los comentarios de los especialistas hay lepra, vidrio trizado y cucarachas.
¿Valdrá la pena la responsabilidad y el sudor?
Ser director técnico de Chile y seguir en el desfiladero de angustia, con un precipicio a los pies y una cornisa quebradiza por lo alto, soportando flechas, habladurías, desconfianza y esa hirviente mala lava.
O bien ser otra cosa.
He ahí el problema.

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