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El país de las contradicciones



Sep. 22 , 2012


Publicado en Reportajes de La Tercera, 22 de septiembre, 2012.

No era un fin de semana cualquiera, de acuerdo. Pero la crisis que se vivió en las salidas de Santiago el sábado 15 habla de un país que, a pesar de los síntomas de malestar, sigue disparado en la diversión y el consumo.

Los 600 mil vehículos que salieron de Santiago el pasado fin de semana en algún sentido son un punto de inflexión que plantea muchas dudas. Son casi 150 mil vehículos más que el año pasado, cifra que a su vez había sido el récord histórico en esta materia.

Aunque sea muy peligroso hacer sociología a partir de un solo dato, es difícil pasar por alto el hecho. En ese abandono masivo y un tanto compulsivo de una enorme cantidad de santiaguinos se pueden leer muchas cosas. Lo que primero salta a la vista es el crecimiento del parque automotor. Es posible que en 1990 una tal cantidad de vehículos supere a los que existían en toda la Región Metropolitana. La población en Chile está más o menos estancada, pero se calcula que la cantidad de autos aumenta a tasas del 7% al año. Tal como vamos, llegará el momento en que este país se transforme en un garaje.

A la masiva deserción también contribuyó la extensión del fin de semana. Fue un wikén excepcional que partió, si es que no antes, la tarde del viernes y concluyó, si es que no después, la noche del miércoles. Un asueto incluso mayor al de los carnavales en Brasil, que parten el viernes y concluyen apurados el martes por la noche, al filo del miércoles de cenizas que marca el inicio del tiempo de la cuaresma y del tiempo de penitencia previo a la Semana Santa. Sin saberlo, tuvimos en consecuencia nuestro propio carnaval y tanto nos quedó gustando, que hubo quienes plantearon la conveniencia de estudiar para el futuro una suerte de feriado largo dieciochero permanente -a prueba de las trampas del calendario- para reponer las energías que los inviernos canallas consumen y mejorar un poco el humor nacional. Quién se opone.

Ahí también hay riqueza. No mucha a lo mejor, no de todos, ciertamente, pero la decisión de tomarse dos, tres o cuatro días fuera de Santiago comporta gastos que únicamente se pueden cubrir con excedentes o con créditos. Por lo visto los tenemos o nos los ofrecen. El consumo sigue creciendo y esta es una de las lógicas más constantes del capitalismo. El vaciamiento de las ciudades grandes con ocasión de los fines de semana largos es un problema en todo el mundo desarrollado. Los tacos y la congestión son un reto a la paciencia de cualquiera. Pero la gente sale desesperada, aun sabiendo que son la peor experiencia que se pueda concebir para iniciar un período de descanso y también la forma más corrosiva de perder la eventual serenidad que se ganó tras haber disfrutado otros aires y haberlo pasado bien.

CONSUMO E INDIGNACION

¿Cómo interpretar los datos del Chile disparado en consumo, en gastos y en diversiones, con los de la sociedad indignada que se manifestó en las calles el año pasado? ¿En dónde hay que poner el ojo? ¿Quién miente, quién dice la verdad? ¿De qué malestar estamos hablando?

No hay respuestas concluyentes para estas preguntas. Tampoco las hay que sean excluyentes. Porque muchas cosas aparentemente contradictorias son ciertas. Sí, ostensiblemente hay mayor desarrollo y poder adquisitivo. Sí, objetivamente hay más desafecto a las instituciones y mayor desconfianza tanto en el gobierno y la oposición como en las relaciones interpersonales. Sí, estamos entrando a la parte dura del desarrollo capitalista: desintegración familiar, degradación de las ciudades, pulverización del sistema educacional. Sí, también estamos abandonando códigos sociales arcaicos de dominio y sometimiento, de control y exclusión, de manipulación y secretismo.

Si alguien pensó que los cambios se iban a estabilizar o a moderar una vez que Chile se reencontrara con la democracia, qué duda cabe que se equivocó. A partir de ese momento los cambios no hicieron más que extenderse y profundizarse. Lo que comenzó el año 90 nadie sabe muy bien en qué va a terminar. Esa es la gran diferencia del Chile de hoy con el de antes. El desenlace ahora está abierto. No lo maneja nadie en particular: ni los partidos de la Concertación, que perdieron el gobierno después de 20 años muy exitosos, pero que no dejaron muy contenta a la coalición, ni la derecha, que asiste aterrada al descontrol de una sociedad cada vez más permisiva e insolente, ni los empresarios, porque están en juego factores que ya no se compran ni se venden, ni tampoco las elites, bueno, porque ahora las cosas no se dirimen por poder fáctico, sino por rating.

Chile se ha vuelto una sociedad extremadamente compleja. Llegado el caso, esta sola variable debiera disuadir a muchos de quienes actualmente aspiran a la presidencia de la República. Va a ser complicado gobernarnos en los próximos años. Son muchos los temas en que tendremos que ponernos de acuerdo. Son muchos los demonios que tenemos todavía que exorcizar. Es difícil saber si los contradictorios signos de satisfacción e insatisfacción, de integración y  disociación que estamos viendo en la actualidad anticipan algo. Un cambio de modelo, una revuelta generalizada, un nuevo período de reinvención. Dos cosas, sí, pueden darse por descontado. La primera es que vendrán más cambios. La segunda es que los chilenos, enfrentados a grandes encrucijadas, hasta ahora hemos preferido más las continuidades que las rupturas.

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