por Christian Ramírez
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 30 de septiembre de 2012
Hay que tener cuidado con los "filmes-despedida", las últimas películas de los grandes directores. En general, uno tiene a darles más vueltas de las necesarias, y a buscar pistas y mensajes bajo la alfombra donde el director estaba tratando de contar solo otra gran historia. Es cierto: en muchos casos, como "7 women", de John Ford; "Gertrud", de Carl T. Dreyer; "El dinero", de Robert Bresson, por nombrar tres obras maestras, se trata de trabajos enigmáticos, facturados en conciencia, a espaldas y hasta en contra de sus respectivas eras; pero no siempre es así, como lo comprueban "Ojos bien cerrados", de Kubrick, o "El sacrificio", de Tarkovski; ambas, extensiones de una obra que bien pudo haber sido continuada si el artista hubiera poseído salud suficiente para continuar su camino.
Es inevitable plantear el tema de cara a "La noche de enfrente", el bello filme póstumo de Raúl Ruiz. Cualquier comentario a esta película -filmada en Antofagasta y Santiago a principios del año pasado, después del trasplante de hígado al cual había sido sometido el realizador- debería dar cuenta de cierta fatalidad y propensión al adiós presentes en las andanzas de Don Celso, un veterano empleado antofagastino (Sergio Hernández) que encara como puede la inminente llegada de su jubilación y, con ella, de un inconfundible aroma a obsolescencia y muerte. Sensación de fin de partida. Cambio y fuera.
Pero algo no encaja. El propio Ruiz -enfermo y todo- ya había combatido las ideas de algunos críticos europeos en torno a un supuesto "adiós al cine" contenido en la magistral "Misterios de Lisboa" (2010), y poco antes de fallecer ya tenía alineado el rodaje de "Las líneas de Wellington", cinta finalmente rodada por su viuda, Valeria Sarmiento, y estrenada en el último festival de Venecia. Así que -para usar una inflexión ruiciana-, de "película-despedida", ¡las pinzas!
Si tuviéramos que caracterizar de algo a "La noche de enfrente", sería de filme espectral. De relato mitad vigil y mitad soñado, que se siente tan en casa habitando un tiempo ido, como especulando acerca de un trasmundo que se superpone con energía sobre el mundo de unos vivos que, a ratos, lucen más que muertos. Aunque Don Celso parece bastante preocupado por seguir circulando de "este lado", nada de lo que le obsesiona se siente muy corpóreo: así como lo vemos todo suelto de cuerpo manteniendo conversaciones "imposibles" con el escritor Jean Giono o el Long John Silver de La isla del Tesoro, también lo divisamos caminando por una Antofagasta que es literalmente un telón dentro de un estudio, un efecto especial y vestigio de una imaginación desaforada -del personaje y de su realizador-, de alguien que se entrenó desde la niñez para escapar y flotar, libre de ataduras.
El filme llega lo bastante lejos en su fijación con la infancia como para que el espectador se pregunte si acaso Ruiz nos está regalando, en pantalla, un trozo de la suya. Podría ser, pero no habría que solazarse más de la cuenta en esa idea. Ya había algo en las interminables fabulaciones del huérfano Joao -figura central en "Misterios de Lisboa"- que recordaba los dulces delirios del director de "Palomita Blanca" (y de paso, también, los del imaginativo Alexander Ekdahl, del "Fanny y Alexander" bergmaniano); pero al mismo tiempo es revelador que el propio Don Celso le asigne a su yo infantil otro nombre -Rododendro, lo bautiza- y casi otra personalidad. Como si en su esfuerzo por recordar quien alguna vez fue lo llevase a trazar, inevitablemente, un línea de separación; una que sitúa a la criatura en una arcadia que solo se evoca de lejos y en la víspera de la hora final.
Esa sensación se hace más intensa y siniestra cuando por fin ambos personajes, Celso y Rododendro, comparten la pantalla, cerca del final del filme, y Ruiz insinúa que si bien "el hijo es padre del hombre", como escribió Wordsworth, hay sobradas razones para que además pueda convertirse en su victimario. En el asesino de ilusiones varias, de trabajos inconclusos y de cuentas pendientes que bien se pueden exorcizar a través de la imagen y la ficción, pero que tarde o temprano también resultan saldadas -fatalmente- en la vida real.
LA NOCHE DE ENFRENTE (Chile, 2012).
Elenco: Sergio Hernández, Chamila Rodríguez y Valentina Vargas.
Dirección: Raúl Ruiz.
Duración: 110 min.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS