Entrevista
José Cruz Ovalle
Premio Nacional de Arquitectura 2012
«Pensar más allá del representar (..) una visión más allá de lo visible...»
por Maureen Lennon Zaninovic
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Una aguda sensibilidad
en el manejo de los espacios,
la escala y la luz,
junto con un uso
preponderante de la madera,
son algunos de los aspectos
que más resaltan
de la obra de José Cruz Ovalle (1948)
y que sin duda primaron
para que este jueves
fuera reconocido
con el Premio Nacional de Arquitectura 2012.
El profesional
-autor entre otras obras de las sedes
de la Universidad Adolfo Ibáñez
de Peñalolén (Santiago) y Viña del Mar,
de los hoteles Explora Patagonia y Rapa Nui
y del pabellón chileno de la Expo Sevilla 1992,
fue designado oficialmente por
el directorio nacional
del Colegio de Arquitectos de Chile,
presidido por Luis Eduardo Bresciani,
a partir de un comité de búsqueda de carácter reservado.
Entre otros argumentos esgrimidos,
la entidad gremial rescató "su oficio riguroso"
y que " ha sabido interpretar de manera especial
el paisaje nacional, fijándose mucho en el contexto
y en la habitabilidad, adaptándose a los territorios".
Justamente la reflexión y rigurosidad en el lenguaje
han marcado de manera profunda su oficio, un quehacer
donde los lazos familiares también han sido claves.
Gracias a su padre y su tío,
los arquitectos José y Alberto Cruz Covarrubias,
comenzó a dejarse seducir por la arquitectura
y, especialmente de este último,
poco a poco fue nutriéndose
del legado de la mítica Escuela de Arquitectura
de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,
generadora de obras muy singulares
como la Ciudad Abierta de Ritoque.
Cruz Ovalle, eso sí, comenzó en 1968
su formación en la Universidad Católica de Santiago
y la concluyó en 1973 en la Politécnica de Barcelona.
En esta última ciudad vivió 17 años
y, en paralelo al desarrollo de proyectos,
estudió Filosofía y dio también
los primeros pasos como escultor.
"En distintas publicaciones
se menciona que estudié en Valparaíso.
Es un error, pero no un error dañino,
porque de alguna manera
me siento muy cercano a esa escuela
y a mi tío Alberto Cruz Covarrubias.
Sin haber sido su alumno,
siento que me formé en torno a su visión",
comenta con voz armoniosamente pausada
a "El Mercurio", instalado en su oficina
de la calle Espoz, en Vitacura.
-¿Cómo definiría a la escuela de la Católica de Valparaíso?
"Es la única del mundo que inventa
y crea un lenguaje para el oficio de arquitecto.
Porque, qué pasa en el día de hoy:
los oficios no tienen lenguaje,
hay una pobreza enorme en el uso del lenguaje
y esta escuela lo que hizo fue crear uno
que permitiera pensar creativamente la arquitectura.
Para mí, ese es un aporte innegable y absoluto.
También rescato que Alberto Cruz Covarrubias
inventa un modo de pensar y estudiar
desde la observación arquitectónica;
pensar, en el fondo, desde la singularidad
y no desde la generalidad.
Otro aspecto que me parece único
es la comprensión del espacio
entendido en una visión
más allá de lo inmediatamente visible:
la comprensión de América desde la extensión,
una comprensión que incluye
dos dimensiones: el mundo y la tierra".
-¿Cuáles serían los orígenes de su estilo abstracto?
"No lo concibo como un estilo,
sino como un modo de pensar
y de concebir la arquitectura.
Para mí, la arquitectura
implica un esfuerzo
que consiste en crear un presente,
pero no un presente inmediato.
Me di cuenta de que
el gran problema es que el pensar
se da comúnmente como un representar.
O sea, yo antes de hacer algo me lo represento.
Qué sucede: de esa manera uno no puede
llegar a un pensamiento abstracto
que pueda tener creativamente un valor,
porque queda configurado a lo que se va a hacer,
a una representación previa.
Desde mi punto de vista,
el esfuerzo de la abstracción es desprenderse.
Su acto inicial o su origen
es desprenderse de cualquier representación.
Es decir, si pensamos
con la palabra obra (de arquitectura),
dicha palabra obra no conlleva de suyo
ninguna representación.
Otro asunto que me interesa
es cómo elaborar una abstracción
que no esté fundada
en lo puramente matemático,
vale decir que pueda contemplar
la realidad de un modo 'desprendido',
sin ese problematizar
que surpepone a la mirada el resolver".
-¿Son compatibles el arte y la arquitectura?
"La arquitectura es un arte, precisamente
porque es una concepción de mundo
y no simplemente una edificación.
Y como concepción de mundo
puede ubicarse y debe hacerlo
con respecto a lo que se hace
y lo que se ha hecho.
Lo bonito del arte
es que no hay cronología en él
y siempre funda primeras palabras.
La técnica, en cambio,
es la última palabra que queda obsoleta
con la irrupción de la palabra siguiente.
Desde esa premisa la arquitectura
debe tener un origen que no puede
estar fundamentado sólo en la técnica.
El arte, en ese sentido, es clave en este oficio:
un múltiple presente que no se encamina
hacia el desenvolvimiento histórico".
-Algunos tópicos fundamentales de su obra
son la masa desplegada, la luz reflejada
y el espacio contenido...
"Una de mis preocupaciones
es que la obra de arquitectura
necesita ser habitada y en mi caso,
el habitar es siempre no en una fugacidad,
sino en lo que va más allá del golpe de vista
y te lleva a entender el espacio en todas sus dimensiones.
Me interesa la comprensión del espacio como un vacío.
Para mí, la arquitectura piensa el vacío
y ese vacío tiene dimensiones, tiene una profundidad.
Otro aspecto fundamental de mi trabajo
es la forma en que concibo el espacio:
pensando en el centramiento y en el descentramiento.
Para poder entender este aspecto,
planteo la reflexión sobre el origen de la casa.
¿Qué la define?: la palabra casa es hogar
y hogar en español implica el fuego.
En su origen, el hombre piensa el hogar como el fuego
y este último es lo que lo termina centrándolo.
El hombre nómade, en cambio,
es un hombre descentrado.
En ese sentido, creo que toda la arquitectura
que he hecho se enclava en la disputa
entre el centramiento y el descentramiento;
y normalmente siempre he trabajado
con centros múltiples, porque considero
que el hombre como tal, a diferencia
de un cuadrúpedo, es un eje en giro
y por lo tanto, un eje en múltiples direcciones".
-Se le ha comparado con Frank Gehry
por la forma en que a veces fija sus diseños...
"No tengo ningún punto de contacto con él.
Gehry le concede un valor al azar
que yo no le concedo,
ni tampoco al determinismo.
Para mí la creatividad
no es un conjunto de casualidades
que cruzan la mano".
-¿Qué autocrítica le hace a su obra?
"Mucha.
La autocrítica
es con cada obra en específico
y cada vez que termino una,
me detengo siempre a pensar y dibujo
todo lo que hubiera hecho y no hice.
Reviso dónde hay un opaco más fuerte,
una penumbra que no alcanza
el grado que debería tener,
veo dónde la circulación se extendió más,
es decir, uno vive inserto en ese análisis,
pero también en el desprendimiento
y con el anhelo de encontrarse con sus obras
como si fueran hechas por otros".
-¿Qué papel le da a la penumbra?
"En la penumbra hay un valor
igual al que puedes encontrar en la iluminación.
Lamentablemente con la invención
de la luz eléctrica ese valor se perdió
y hoy vemos, por ejemplo,
la homogenización de la luz en un edificio,
con lo que estoy totalmente en contra.
Lo importante son las gradaciones
que existen entre la penumbra y lo iluminado.
Eso es una de las primeras cosas
que hace la arquitectura:
templar el espacio
porque puede disputar los grados de la luz,
es decir, puede lograr aparecer otra luz
que en la naturaleza descarnada no está.
Ese anhelo, ese querer atrapar
lo que es inalcanzable,
es un deseo profundo del arte
y de la arquitectura también.
Pero el mundo de hoy
cambió el misterio por la sorpresa
y, desde mi punto de vista,
no hay una obra de arquitectura
sin lo inalcanzable".
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