por Francisco Mouat
Diario El Mercurio, Sábado 29 de Septiembre de 2012
Diario El Mercurio, Sábado 29 de Septiembre de 2012
Álvaro Matus trabajó durante meses junto a Alicia Vega para sacar adelante un libro maravilloso: Taller de cine para niños. Cada vez que Álvaro me habló del libro mientras lo estaban preparando, lo hizo con admiración hacia Alicia Vega y orgullo de ser parte del proyecto. Ahora que tengo el libro en mis manos y acabo de terminar de leerlo, sé de qué hablaba Álvaro: la mujer es sencillamente fuera de serie y ama al cine como pocos en este mundo. Hay una historia vivida por la madre de Alicia que explica la persistencia de su hija en estos talleres de cine a grupos de niños pobladores a lo largo de ya veintisiete años. Su mamá vivía en una casa de calle Manuel Rodríguez, y la construcción de la autopista norte-sur la obligó a dejarla. Su mamá tenía entonces setenta años: "Se instaló en el barrio Bellavista y de inmediato se puso a regar y preparar la tierra en una plaza seca y triste, que apenas tenía dos árboles flacuchentos. Al primer niño que iba pasando lo invitó a que la ayudara. Al mes había veinte niños, con palitas que ella les compró y todas las semanas los invitaba después del trabajo a su precioso jardín de helechos para que tomaran Coca-Cola y comieran confituras. Todos los años esos niños iban a saludarla en la noche de Año Nuevo, llegaban hasta su cama del segundo piso, y lo hicieron hasta que ella murió, de 95 años".
Hasta antes de leer Taller de cine para niños sabía de Alicia Vega como tantos otros chilenos: a través del documental de Ignacio Agüero Cien niños esperando un tren. Que no es poco: la película narra documentadamente la experiencia de Alicia y sus talleres de cine, y es alucinante advertir cómo los niños son niños en cualquier latitud y se fascinan por jugar, independiente del mundo hostil, precario o violento en que vivan.
Leyendo Taller de cine para niños, uno se entera de que Alicia Vega no pudo hacer sus talleres en 2010 por falta de financiamiento. Una experiencia educativa de varios meses que cuesta en total algo así como diez mil dólares no pudo llevarse a cabo después de un cuarto de siglo de mucho trabajo e inventiva porque no hubo dinero para pagarlo. Cuando es entrevistada por Álvaro Matus en la parte final del libro, dice que en ese momento aún no sabe si podrá realizar su taller en 2012. Una ironía. Pocos esfuerzos humanistas que ponen a la creatividad en el centro (y cuya fuerza política es invaluable porque intentan mostrar un mundo donde es posible entenderse y vivir exitosamente experiencias colectivas a pesar de todas las dificultades) existen en el planeta como el realizado por Alicia Vega, y aún cuesta muchísimo encontrar diez mil dólares al año para realizarlo.
Taller de cine para niños incluye testimonios de talleristas impresos textualmente, con faltas de ortografía, donde se revela con respeto y elocuencia su mundo y su lenguaje: "Concidero que el taller saca todo lo bueno de dentro de nosotros, y creo que no se deveria ir nunca porque empieza a enseñar los valores que tenemos dentro de nosotros". Leer este libro es saber lo que expresan los padres de los niños que asisten a los talleres: "Mi hijo practicaba mucho su nombre para poder escribirlo en el taller, volvía muy contento con sus trabajos, y en especial un día cuando actuó de enanito en Blanca Nieves". Leer este libro ayuda a reflexionar sobre cómo ha ido cambiando el espacio social de las poblaciones en los últimos años. El párroco de La Legua se demoró en entregar su positivo informe del taller de cine de 2007 porque en esos días ocurrieron hechos en la población que lo mantuvieron muy ocupado: "El suicidio de una niñita de doce años, Melanie, alumna de la escuela que no participaba en el taller; y la muerte de una señora, al interior de su casa, por una bala perdida".
Mientras tenga energía y lucidez, Alicia Vega continuará su labor: "Sé que la violencia vuelve y la pobreza se mantiene, pero también sé que el cine es una de las experiencias más arrebatadoras que existen. Allí en la oscuridad de la sala, junto a otros seres semejantes, me emociono con la belleza de ciertas imágenes. Ser testigo de cómo los niños sienten estas mismas vivencias ha sido una de las mayores alegrías que he tenido y quizá sea la razón principal por la que he estado dirigiendo durante más de dos décadas un taller de cine para niños pobladores. Sólo tengo una certeza: estas aspiraciones no se pueden acallar".
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