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Silencio...a la espera con ansiedad de su próxima palabra, como quien asiste al nacimiento de una nueva estrella en el corazón del universo...‏


  • Silencio
por Cristián Warnken 
Diario El Mercurio, Jueves 27 de Septiembre de 2012 


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Esa mujer ha acumulado mucho silencio. Y el silencio que ha acumulado por años se transparenta en su mirada, en sus gestos y en sus palabras. Mientras todos alrededor están poseídos por la necesidad imperiosa de decir, gritar, promover, difundir, ella parece moldeada por horas vacías y puras. He venido a verla trayéndole un encargo de alguien, porque ella no contesta el teléfono y no sabe lo que es un mensaje de texto. Al comienzo la miro con compasión, por su aislamiento, pero a medida que pasan los minutos, el aura de serenidad y placidez, una dulzura casi extraterrestre que la ilumina por dentro, terminan por conquistarme.
La miro a ella, cierro los ojos, como lo hacía cuando era niño y jugaba a escaparme del mundo, y comienzo a pensar. Pienso que ya no hay silencio en las calles ni en las casas y tampoco en nuestro interior, nuestra verdadera casa. Por todas partes hay mensajes por contestar, mensajes que llegan de todas partes y mensajes que nosotros emitimos y segregamos como saliva o sudor: es la gran baba babélica de nuestro tiempo. Pero el único mensaje que nadie quiere recibir es el del silencio. Acumulamos excedentes de información, ruido textual que terminará por hacer colapsar nuestros discos duros. Qué miedo al vacío tenemos, a las horas muertas, cuando ésas son las horas verdaderamente vivas, donde puede surgir una sorpresa, lo inesperado que escasea en nuestra vida pauteada e hiperactiva.
Al mirar a esta mujer del gran silencio, pienso que las grandes sorpresas no se anuncian con trompetas, llegan con pisadas de palomas, cuando uno menos lo esperaba. ¿Hace cuánto que no te detienes a escuchar el canto de un pájaro en una esquina o en tu propio jardín? ¿Y quién escucha a los fieles grillos de siempre, que nos declaran su amor no correspondido todas las noches? Con tanto ruido alrededor corremos el riesgo de no escucharnos entre nosotros, sino, además, de no escuchar lo que nuestros muertos nos quieren decir. Ellos llegan con tanto sigilo y se agolpan en nuestras ventanas a una hora anterior al alba, y vienen a hacernos preguntas, preguntas que no alcanzaron a contestar. ¡Con cuántas preguntas nunca hechas, porque no tuvimos tiempo ni silencio, cargaremos nosotros!
¿Cuántos rincones hay hoy en el mundo como éste -este departamento pequeño y despojado- donde no entren el ruido y la furia, y donde se puedan escuchar los sonidos delicados y mínimos, los mensajes de texto del universo? Porque en nuestras ciudades "se habla, se habla, pero no se dice nada". Las palabras que repetimos profusamente han sido gastadas, ya no brillan como antes. Me pregunto entonces: si en el principio fue el verbo, fue porque antes había silencio. En el final, ¿será el bullicio?
Me surge entonces una angustiosa exclamación, casi un grito, que viene desde mi propio interior: ¡Ay de los que no saben guardar silencio! Como la cigarra de la fábula, nos daremos cuenta tarde de que no guardamos suficiente alimento para los días duros del invierno, porque éste será el bien más escaso, el oro del futuro.
Si el siglo XIX será recordado como el siglo de la muerte de Dios, el siglo XXI será recordado como el de la muerte del silencio.
Todo eso pienso mientras observo a esta mujer que ha acumulado silencio por años. Es una mujer de edad, pero tiene una luz propia que el resto de las personas más jóvenes que ella hemos ido perdiendo. Siento que cualquier palabra que le diga estará de más, será torpe, absurda, inútil. Ella simplemente riega sus plantas, mira a veces oblicuamente al sol que se cuela por su ventana, y después me observa con una transparencia que conmueve y traspasa. Lo primero que hago es apagar mi celular. Y luego callar. Qué difícil es callar. ¿Será ella la que rompa el silencio que ahora nos une, en este lugar sencillo pero secreto en medio de una ciudad que bulle afuera? Espero con ansiedad su próxima palabra, como quien asiste al nacimiento de una nueva estrella en el corazón del universo.

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