El baile de los que sobran
por Joaquín García Huidobro
Diario El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2012
Diario El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2012/09/30/el-baile-de-los-que-sobran.asp
Muchas cosas se pueden decir de la reciente Carta Pastoral de los Obispos. Un economista liberal dirá que su presentación de temas como la globalización requeriría, al menos, algún matiz adicional. Puede ser, pero no estaría mal que obispos y economistas ortodoxos dialogaran de vez en cuando: a todos nos hace bien conocernos. La Iglesia no tiene un programa económico o social, sino un modelo de hombre. Su voz no es la misma de los sociólogos o economistas, pero conviene que atienda a lo que tienen que decir.
A otros les molestará el lenguaje "eclesiástico" que se emplea: ¿por qué diablos, dicen esos críticos, hay que escribir de esa manera "pastoral", correcta y un poco untuosa, que no emplearon ni san Pablo, ni san Basilio, ni el Padre Hurtado?
Pero todo esto es anécdota, y estas observaciones, más o menos fundadas, son parciales, cuando no mezquinas.
Lo relevante es que nos hallamos ante un gran esfuerzo de los obispos para mostrarnos algunas partes más bien incómodas del Evangelio. Son las páginas que se sitúan en la perspectiva del débil, del fracasado, del que quizá no es tan inteligente, o carece de las redes necesarias para surgir en la vida.
Los obispos nos recuerdan que no sólo existe el baile de las estrellas: también hay otra realidad, la del "baile de los que sobran", como lo llaman Los Prisioneros. Porque el juego de la vida actual acaba "con laureles y futuros" para unos, mientras que a otros los deja "pateando piedras". Los obispos nos hablan de estas personas. Es más, nos invitan a hacer nuestro su punto de vista.
¿Quiere decir, entonces, que se han limitado a poner en clave teológica la canción de ese grupo de rock chileno? No, esto no es rock, que está muy bien. Es puro y simple Evangelio.
Además, las palabras episcopales tienen dos cosas que a Los Prisioneros les faltan. La primera es esperanza. El documento no busca dejarnos amargados, sino movernos a la acción. La segunda se llama Jesucristo:
"La fe cristiana", nos recuerdan, "no es sólo una doctrina, una sabiduría, un conjunto de normas morales. Es un encuentro real, una relación con Jesucristo. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesucristo se realice".
Se trata, entonces, de relacionarse con los demás, incluidos los más débiles, no con la lógica del dominio, la violencia o la explotación, sino con la lógica profundamente humana que vino a traer Jesucristo a la tierra. Es una lógica exigente, que supera por entero nuestras categorías.
No faltarán quienes quieran llevar el agua a su molino y sacar partido de este mensaje. Pero Jesucristo no es ni del PPD, ni de la UDI, ni radical. No es ni liberal, ni conservador, ni socialista. Este documento propone que cada uno se desempeñe, dentro de su propia tradición, "como lo haría Jesucristo". ¿Y quién puede, ante este modelo, considerarse aprobado? Todos quedamos al debe. Por eso, una palabra que aparece varias veces a lo largo del texto es "conversión", es decir, la disposición de hacer las cosas mejor que hasta ahora.
Lo interesante es que los obispos parten por aplicarse a sí mismos la necesidad de esta conversión. Reconocen que han fallado, que "la Iglesia ha perdido credibilidad". Detrás de esta dolorida confesión está el escándalo por los abusos de algunos eclesiásticos, y la lenta reacción de la jerarquía: "Nuestro retraso en proponer necesarias correcciones ha generado desconcierto".
La conciencia de los propios errores, sin embargo, no los lleva a quedarse callados. No pueden hacerlo quienes transmiten algo que los supera infinitamente, unos valores de los que no son dueños, sino meros servidores. Ellos tienen que ver, por ejemplo, con la centralidad de la persona humana, con el sentido trascendente de la vida (la cultura moderna "nos ha llenado de medios y nos ha quitado los fines"), y con la necesidad de reemplazar el individualismo por la solidaridad.
En suma, se trata de recordarnos que no es justo que unos estemos en la fiesta de primera, mientras que otros quedan relegados al baile de los que sobran. ¿Qué hacer entonces? No podemos pedir que los obispos nos den la respuesta.
Carlos Peña
Diario El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2012
Diario El Mercurio, Domingo 30 de Septiembre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/reportajes/2012/09/30/pierre-dubois-y-la-carta-pasto.asp
Pierre Dubois y la carta pastoral
Pierre Dubois y la carta pastoral
La muerte de Pierre Dubois trae a la memoria una Iglesia Católica que, en estos años de obsesiones por la moral sexual y la existencia de un mundo ultraterreno, casi se había olvidado.
En los años ochenta, Pierre Dubois vivía en la población La Victoria. Esa población fue una de las primeras tomas de terreno organizadas en Latinoamérica. Quizá por eso es también una de las que cuentan con mayor identidad colectiva y de lo que, hasta poco, se llamaba conciencia de clase: la habitan personas que saben de su origen y que están orgullosas de él.
Es probable que fueran esas características -la lucha social incorporada a su identidad- las que alimentaron la pelea, a veces sorda y a veces abierta, que allí se mantuvo casi cotidianamente y por años de años contra la dictadura. Algo había en esa población -los nombres de cuyas calles mezclan, sin temor, a Marx con el Cardenal Caro y recuerdan por igual a los mártires de Chicago y a los de Ranquil- que la hacía indócil e insurrecta frente al abuso.
Allí fue donde trabajó y vivió Pierre Dubois.
Pierre Dubois estaba convencido de que un Dios que se decía hijo de carpintero y se había dejado torturar y morir en la cruz, habría habitado una población como esa. Después de todo, debió pensar: si Dios condescendió hacerse pobre para enriquecer a los hombres -según se recuerda en 2 Corintios, 8-, ¿acaso no debía él acompañar a quienes eran víctimas de la injusticia histórica y política? En vez de veranear en las Brisas de Santo Domingo o en Zapallar, vestir sotana a la medida, halagar a los donantes de la Iglesia, viajar por Europa pagado por los fieles y cultivar una fe intimista y ritual -el contraste con el cura John O' Reilly, con el sinvergüenza de Karadima, o el cura Luis Eugenio Silva salta de inmediato-, Pierre Dubois consintió vivir como pobre. Una fe exenta de la locura y los excesos de la cruz no le parecía a la altura de sí misma.
Por eso debió salir al exilio.
Volvió a Chile, y a la población La Victoria, junto con la democracia en 1990. "He vuelto a casa" -dijo entonces, emocionado.
La derecha lo consideró un personaje "conflictivo y no unitario". Andrés Chadwick, Jovino Novoa, Hernán Larraín contribuyeron el año 2000 a rechazar se le diera la nacionalidad por gracia. Eran los tiempos en que esos políticos (la memoria es frágil) abrazaban a Pinochet como su ídolo. Pierre Dubois, que se le había opuesto, no podía, en opinión de esos políticos profesionales, merecerla. Así, sólo la tuvo al año siguiente.
Es inevitable comparar la actitud de Pierre Dubois -siempre respondió afirmativamente la pregunta: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?- con la que ha tenido la Iglesia de los últimos años al enfatizar más el comportamiento sexual o íntimo de las relaciones personales, que la justicia en el ámbito de las relaciones sociales.
Allí donde hace apenas treinta años había una Iglesia comprensiva de los problemas de la intimidad, pero severa en lo social (son los años en que la Iglesia habla de "violencia institucionalizada" para caracterizar la desigualdad), hoy existe una Iglesia que es severa en la intimidad y más bien tibia en lo social (como lo prueba el hecho de que ha pasado de diagnosticar un grave pecado social, como lo hacía en los sesenta, a repetir hoy las inofensivas quejas medievales respecto del lucro).
Pierre Dubois no habría entendido nada de ese giro. Tampoco lo entienden los ciudadanos.
El resultado es que la Iglesia ha perdido, con toda razón, influencia en la opinión pública. Los chilenos siguen definiéndose como creyentes, pero ya le hacen poco caso a la Iglesia. La fe (la convicción de que la vida humana tiene un sentido que la trasciende y al que cada uno se asoma mediante la oración y el rito) se ha "desacoplado", se ha separado, quizá definitivamente, de la Iglesia institucional.
Por eso, a la mayoría le emociona hasta las lágrimas la partida, quizá hacia dónde, de Pierre Dubois, ese entusiasta del evangelio; pero lo deja más o menos frío la última carta pastoral.
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