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Viajando en el tiempo a la velocidad del sonido... (suggestion: no es necesario el texto introductorio...)‏


Entrar en cualquier supermercado
es ingresar sin aviso previo al pasado,
pero no del tipo
de viaje temporal multisensorial
que ocurre, por ejemplo,
si uno va a La Vega Central
en donde el paisaje circundante
no ha cambiado demasiado
desde hace medio siglo;
hay algo allí del Chile profundo
que se conserva muy similar
al que se experimentaba
hace medio siglo o más:
el ambiente,  los personajes,
la fragancia de las hortalizas frescas,
el voceo de los caseritos
y las tallas inmemoriales que se escuchan.

Para un chileno
que no haya vuelto al país en décadas,
de las experiencias más emocionantes
que le podrían ocurrir,
junto con los abrazos a seres queridos
alejados físicamente por largo tiempo
y la vista de algún grandioso,
desolado y sobrecogedor paisaje chileno
posiblemente sea éste: una visita a La Vega.

En cambio, en el supermercado
el pasado se entromete por vía auditiva.

Por alguna razón que los expertos en mercadotecnia
deben conocer al dedillo, la música de hace veinte,
treinta o más años, opera algo así como un subliminal
ingrediente que, de no resultar un sedativo inocuo,
funciona como objeto de consumo nostálgico
que contribuye a mejorar el ánimo y activa
la disposición para la adquisición de productos.

El problema es que las canciones,
incluso las que se puedan escuchar
en un supermercado,
pueden tocar teclas delicadas o sensibles,
ya sean boleros o baladas, o lo que sea,
cada cual va configurando
la banda sonora de su vida
en el que las historias y experiencias
se van mezclando con diversos temas
y fragmentos musicales.

Es así como una canción del repertorio popular,
con el tiempo puede adquirir connotaciones
más profundas involucrando no sólo  alegrías,
imágenes y remembranzas pasadas
sino también pérdidas y dolores profundos,
desencuentros amorosos, amores imposibles,
heridas no del todo cerradas
que podrían hacer que se encuentre, por ejemplo,
en el pasillo de los vinos, una viuda
que a duras penas trata de sobrellevar su pena,
escuchando de improviso a Michael Bolton
que con una voz poderosa y difícil de soslayar
le recuerda dramáticamente su soledad y abandono:
"Tell me how am I supposed to live without you"
("Dime, cómo se supone que voy a vivir sin ti...").

No es necesario explicitar lo que ella sentiría:
toda una vida con sus detalles pueden pasar
en el lapso de tiempo en que transcurre una canción.

Pero estos recuerdos que convocan
a la tristeza y exponen nuestra fragilidad no son los únicos
que estas canciones de otrora pueden desencadenar.

Hay una hija mía que desde chiquitita
cantaba todo el santo día canciones,
desde las que le enseñaban en el jardín infantil
a un amplio y variopinto espectro
del repertorio de música popular.

Entre ellas recuerdo una en especial.

Cuando no tendría cinco años,
se puso a cantar un día
como si se le fuese la vida en ello
el tema que el mismo Michael Bolton
popularizó haciendo dúo con la increíble Patty Labelle:
"We are not making love anymore" (Ya no hacemos más el amor).

Es así que más de una vez
me he sorprendido caminando
afirmado de un carro de supermercado
sonriendo o riéndome solo
cuando de improviso
comienzan a escucharse por los parlantes
los primeros compases del teclado
del tema "We're not making love...anymore".

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*: Esta versión es casi idéntica de una anterior.
Sólo cambió el título y poco más.

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