¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!
por Andrés Arteaga Manieu
Obispo Auxiliar de Santiago
Diario El Mercurio, domingo 21 de agosto de 2011
La confesión de San Pedro es un episodio clave del ministerio de Jesús
y también importante en las narraciones de los evangelios.
El apóstol es interrogado por el Maestro
acerca del misterio de su identidad.
En su ignorancia y debilidad,
el apóstol apunta a lo central,
con una hondura y seguridad
que no se había visto.
Se lo ha revelado el Padre, por gracia.
Allí está la fuente de su sabiduría.
Las palabras que siguen de Jesús hacia Pedro,
de gran solemnidad y trascendencia futura,
nos recuerdan que es la comunidad de discípulos,
fundada sobre la fe como regalo de Dios,
la que sigue en los diversos momentos
de la historia confesando esa identidad
y acompañando a los que creen
en Jesucristo como Señor, Mesías e Hijo de Dios.
Pedro tomará un lugar especial, a la cabeza, pero para el servicio.
Tendrá el carisma de "confirmar en la fe a los hermanos",
un don y una tarea para realizar en el tiempo.
La solidez de la "roca" firme y la autoridad de las "llaves"
no le vienen de sí mismo, sino que son de Otro que lo ha llamado
y quien lo ha invitado a realizar un ministerio para los demás.
El fiarse de Otro (fe) pone una base
para preocuparse de otros (caridad).
Cada domingo, día del Señor,
también nosotros estamos invitados
a profesar nuestra fe y avivar la caridad,
respondiendo por gracia
lo que hemos experimentado
en el camino del seguimiento de Jesucristo.
Él es quien había sido prometido y esperado;
en Él se cumplen definitivamente
las antiguas promesas
y también los anhelos profundos
de nuestro corazón,
que el mismo Dios ha sembrado.
La liturgia eucarística
está llena de momentos para reconocerlo,
en particular uno significativo, antes de la comunión.
Allí le decimos al Señor:
"No soy digno de que entres en mi casa,
pero una sola palabra tuya bastará para sanarme".
Él toma la iniciativa, nosotros colaboramos.
Que la celebración de este día
nos vincule interiormente a Dios
y concretamente a los hermanos.
Se lo podemos pedir a la Santísima Virgen María,
Madre de los creyentes y Madre de la Iglesia.
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