• Orígenes evolucionarios de nuestro interés por la farándula
por Álvaro Fischer
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La farándula acapara los medios:
la televisión, con sus programas de conversación
en los cuales figuras de los distintos canales
se invitan unas a otras para "pelar" a sus colegas,
presentes o no, indagando sobre su vida sentimental,
sus rivalidades recíprocas, sus debilidades
emocionales e intelectuales, tienen alta sintonía;
los medios escritos y también los orales se cuelgan de ello,
para seguir esas disputas en esos canales de expresión,
y la ciudadanía se solaza en una especie
de gran pelambre colectivo que enfurece a los más graves
- la televisión es para cosas más importantes,
aseveran con el ceño fruncido -, permite el abandono relajado
a esas prácticas de los trabajólicos y llena los tiempos muertos
de quienes no tienen mucho que hacer.
Las teorías sobre por qué la farándula acapara tanto interés abundan:
que es un deporte nacional
- ¿no lo es en otras latitudes ?
-, que es una demostración de la codicia de los medios por obtener dinero fácil
- ¿cómo podrían ganar dinero si las personas no se interesaran en ella?
-, que es una cultura impuesta que nos rebaja como país
- ¿quien la impone, si hay tantas opciones de ver otros canales,
leer otras cosas o sencillamente realizar otras actividades
y aún así la gente la sigue?
- ninguna de las cuales parece tener un sustento razonable.
¿Qué es lo que hace que las personas se interesen por el chismorreo?
¿Por qué el "pelambre" parece ser tan atractivo para todas las personas?
Como en todas las actividades humanas que sigan un cierto patrón común,
es necesario preguntarse cuáles serían las razones evolucionarias
para que ese patrón de conducta se dé, es decir, cuáles pueden haber sido
las condiciones en las que vivieron nuestros antepasados cazadores-recolectores
que los instaron a sentirse impulsados a "chismorrear", y por qué ello
habría quedado incorporado en el pool genético de nuestra especie.
Pues resulta que hay muy buenas razones para ello.
En efecto, esto es lo que ocurre.
Una de las actividades más importantes
para los seres humanos es el apareamiento,
es decir, la conformación de pareja,
pues es lo que permite que las personas
se reproduzcan exitosamente.
Debo recordarles que los seres humanos
nacen particularmente indefensos,
(porque para que su cráneo quepa
por el canal uterino al momento del parto
éste debe ser suficientemente pequeño,
dando lugar a esa indefensión,
y por ello su crecimiento
y desarrollo continúa una vez nacido)
y requiere, y requería
con áun más razón en los tiempos ancestrales,
del extremo cuidado de la madre
y también de algún cuidado del padre.
Este último ayudaba en la defensa de la familia
y en la obtención de alimento.
De ahí la importancia de ambos miembros de la pareja
para que la reproducción fuese exitosa,
y la cuidadosa selección
(más las mujeres que los hombres)
que las personas hacen para elegirla.
Para aparearse las personas requieren conocer
a sus potenciales "medias naranjas"
y esa información la obtenían,
además de la observación directa,
de lo que otras personas le contaban sobre ellas,
que les permitia concerlas en facetas distintas.
Pero, como en muchas actividades humanas,
la transmisión de esa información
tiende a hacerse de manera manipulativa,
para favorecer a quien la entrega
en contra de quien la recibe.
Una mujer le puede contar
a su grupo de mujeres
que tal mujer es particularmente promiscua
("esa es una puta"), aunque no sea cierto,
porque así aleja de ella al hombre que le interesa.
Un hombre podría difundir la idea
que su rival era un holgazán
("ese es un buena para nada"),
para que no resultara atractivo
a la mujer que a él le interesa.
No toda esa transmisión de información
tenía que ser necesariamente falsa o trastocada.
Pero lo que sí queda claro,
es que el traspaso de información
respecto de todos los miembros del grupo
en el que se convive,
y respecto de otros grupos vecinos,
era una actividad importante
para la formación de parejas,
para que los padres se preocuparan
con quienes se relacionaban sus hijos,
y de esa manera, el hablar, pelar o chismorrear
sobre otros se transformó en un rasgo
característico del comportamiento humano.
En un libro notable, Robin Dunbar,
( "Grooming, Gossip and the Evolution of Language" ,
o sea, "El acicalamiento, el pelambre y la evolución del lenguaje"),
el autor despliega una muy persuasiva hipótesis
sobre las presiones de selección
que impulsaron la aparición
del lenguaje entre los humanos.
El demostró que la relación
entre la proporción de corteza cerebral
respecto del volumen del cerebro de los animales
es directamente proprocional al tamaño del grupo
en el que esos animales se desenvuelven.
Mientras más grande el grupo,
mayor es el desarrollo de la corteza
respecto del resto del cerebro.
Ello, a su vez, dice Dunbar,
es así porque la necesidad
de modular las conductas
que mantienen a ese grupo unido
requiere de patrones de comportamientos
crecientemente más complejos,
y, en consecuencia, más corteza.
En el caso de nuestros antecesores,
los chimpancés,
estos se relacionan entre sí
por medio del acicalamiento,
esa suerte de rascarse mutuamente,
que mantiene la cohesión del grupo.
(Por supuesto que sobre eso están
las conductas maquiavélicas de los machos alfa
y todo lo demás que conocemos).
En el caso de los humanos,
las presiones para relacionarse
en grupos más grandes
- los chimpancés operan
en grupos de 20 a 25 individuos
y los humanos habrían convivido
en grupos de unos 150 individuos
- seleccionaron las mutaciones
que dieron lugar a nuestro
mayor volumen cerebral,
y al desarrollo del área de Brocca, entre otras,
que permitió la aparición del lenguaje.
El lenguaje operó
como un aglutinante del grupo humano,
y eso era adaptativo, pues permitía q
ue esos grupos más grandes tuvieran
un mayor éxito reproductivo
que si no viviesen en grupos
y la pareja estuviese sola con sus hijos.
Fue en ese ambiente,
en que el "pelambre" y el "chismorreo"
se transformaron en la fuente de información
respecto del otro que cada uno
utilizaba para elegir pareja
(además de las observaciones propias),
o tal vez para ayudar a elegir pareja a sus hijos
o a otros seres queridos, y, en consecuencia,
también permitieron distorsionar
o modificar para el interés de cada uno
la información entregada.
Esa transimisión de información,
trasparente en ocasiones y maquiavélica en otras,
es una disposición conductual humana
que está incorporada a nuestra circuitería neuronal,
y forma parte de nuestro pool genético,
conducta a la que, hoy en día,
llamamos pelambre o chismorreo.
Por eso, no debemos extrañarnos
que ello resulte tan atractivo para las personas,
que los diarios que se dedican a ello hagan un buen negocio,
que la televisión tenga programas de farándula
que tengan tanta audiencia, y que eso
no pueda modificarse de manera sencilla.
Tenemos una tendencia ancestral a ser chismosos
y, ojo, eso es válido tanto las mujeres como los hombres,
aunque puede que los temas sobre los que
chismorrean uno y otro sexo no sean los mismos.
CLASE DEL 70 SGC
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