"Violeta se fue a los cielos": La voz, el cuerpo, el país
por Christian Ramírez
Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 14 de agosto de 2011
Las películas hacen lo posible -y lo imposible- por ir al compás de los tiempos que corren, pero, en ocasiones, son los propios tiempos los que les dan a éstas significados que no estaban en los cálculos de nadie. Dicho esto, ¿se habrá imaginado Andrés Wood que su Violeta se iba a estrenar en medio de uno de los períodos de mayor inquietud social que hayamos vivido en mucho tiempo?
La pregunta no es si "Violeta se fue a los cielos" puede crecer de mera biografía hasta un filme de dimensión política (cualquiera que haya escuchado con alguna atención a la cantautora ya sabe que eso había que darlo por hecho desde el principio); lo interesante es saber si su relevancia aumentará considerando el aquí y el ahora, más aún tomando en cuenta que la obra de Parra no pasa de moda, sino que se renueva y vuelve a cuestionar sin descanso lo que cada generación tiende a dar por sentado. Al respecto, una de las pistas podría ser la forma en que la comunicación del filme se da a través de las redes sociales, donde la presencia de canciones como ¡Que vivan los estudiantes! (y también Mazúrquica modérnica) ha jugado su papel en el activo intercambio de links en torno a la cinta; pero también cabe esperarlo porque Wood hizo de la desigualdad y la despersonalización los temas centrales de sus dos filmes anteriores, "Machuca" (2004) y "La buena vida" (2008), y porque, como pocos cineastas chilenos -antes y después de él-, se ha atrevido a filmar en mayúsculas, confiando en el poder de los grandes temas y gestos, a sabiendas de que la audiencia, por muy hermanada que hoy se encuentre a las películas animadas y al cine entendido como comida rápida, tarde o temprano necesita puntos de referencia, un lugar hacia dónde mirar y reconocerse.
Wood ha comentado en diversas partes que ya desde los días de "Machuca" tenía la intención de llevar a la pantalla el trayecto de Violeta Parra, y vaya que se siente la concentración, la ambición y la intensidad aplicada a cada una de sus secuencias. Tanto es el empuje, que se diría que el propio filme a veces se tambalea por la presión artística y emocional que le impone un material, que en poco menos de dos horas lucha por abarcar algunos momentos definitorios de esa vida -la fantasmal presencia del padre, las giras de las hermanas Parra por el norte, los viajes recopilando canciones, la muerte de su tercer hijo, la aparición de Gilbert Favre, la carpa de La Reina, la exposición del Louvre- en un todo que integra dos narrativas paralelas: una que navega libre yendo atrás y adelante, guiada esencialmente por las canciones (y que domina la primera mitad del filme), y otra compuesta por escenas más convencionales, conectada a la voraz pasión de Violeta por "Run Run" (y que comienza a prevalecer hacia el final de la cinta).
De poco vale comparar lo anterior con la rigurosa estructura de "Machuca" o el trazado coral de "La buena vida"; para buscar ejemplos similares, habría que recordar a la impar "La vida en rosa" (sobre Edith Piaf, 2007) o, en un ejemplo más atractivo: "Bird" (1988), la saga de Charlie Parker recreada por Clint Eastwood. Ambas películas alteraban severamente su cronología para justificar la visión de un personaje que se escapaba por los intersticios de la pantalla, superando largamente los intentos de sus respectivas ficciones por atraparlos. Enfrentado a esa "tarea imposible", quizás uno de los apuntes más bellos de Wood y sus realizadores sea la imagen de Violeta al principio del filme: acostada de espaldas, ojos cerrados contra la tierra, exhausta de tanto caminar junto a su hijo en busca de canciones (y en último término en busca de personas, de un pueblo entero). Violeta convertida en tierra, atada a la tierra. Cuerpo transfigurado en país.
Es en instantes como esos que "Violeta se fue a los cielos" se afirma y acerca como nunca al tono de recuerdo, verso y canción que tiene el hermoso texto original de Ángel Parra, en el que se basó la columna del filme. Ello, más allá de los cabos sueltos, de la estructura en extremo fragmentaria de algunas escenas y de los desbalances dramáticos que se producen cada vez que sus dos líneas narrativas se cruzan.
Tal como explica el hijo/autor/cantante en las páginas iniciales, es imposible dar cuenta a cabalidad de un personaje que lo rebasa todo y que desafía a cada paso nuestra capacidad para entenderlo. Ángel acabó escribiendo una de las tantas versiones posibles, Wood y su equipo compusieron la suya y los espectadores que desde este jueves están entrando a las salas de seguro saldrán con muchas distintas. Lo que nos responde la pregunta del principio: querámoslo o no, como todo buen filme de época "Violeta se fue a los cielos" se lee en tiempo presente. Pensar lo contrario no hace mucho sentido.
Violeta se fue a los cielos
Dirección: Andrés Wood.
Chile, 2011, 110 min.
Dirección: Andrés Wood.
Chile, 2011, 110 min.
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