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"Eternizar estas movilizaciones puede terminar dañando más a la Concertación que al Gobierno"

Andrés Allamand, ministro de Defensa:
"Eternizar estas movilizaciones puede terminar dañando más a la Concertación que al Gobierno"

Hace ocho meses que dejó el Congreso y asumió como ministro de Defensa. Desde ahí su silencio político ha sido absoluto. El paro lo sorprendió en medio de su visita a Haití, desde donde llama a un acuerdo entre oposición y gobierno y dice que "esta es la hora de los políticos".  

Cecilia Derpich Desde Haití 

El ministro de Defensa, Andrés Allamand, sube y baja de camionetas y de helicópteros y en menos de tres días, visita y saluda uno por uno a los más de 500 hombres y mujeres que componen las tropas chilenas que forman parte de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (Minustah).
En medio de su visita al país más pobre de América Latina y de su reunión con el Presidente de Haití, Michel Martelly, para aportar en su intención de constituir una defensa en este país, sigue atentamente las noticias que llegan desde Chile sobre las movilizaciones de esta semana.
Y decide romper con "El Mercurio" el riguroso silencio político que ha mantenido desde que asumió como ministro de Defensa para analizar la crisis de los estudiantes y las movilizaciones de esta semana.
-¿Cuál es su análisis sobre las movilizaciones de esta semana?
-Después del paro de esta semana todo indica que las movilizaciones han alcanzado un límite, luego de lo cual es perfectamente factible que se tornen o que se vuelquen contra sus propios organizadores o contra quienes las han promovido. Chile tiene una opinión pública madura y advierte que en ninguna democracia sana las movilizaciones pueden reemplazar a las elecciones. Y afirmo esto porque el contenido ideológico y político que se le ha ido asignando a estas movilizaciones ha ido mucho más allá de las razones vinculadas a las grandes falencias educacionales.
-Según su tesis, ¿sobre quiénes se volcará esta responsabilidad?
-La gente es perfectamente capaz de percibir cuándo una expresión tiene un objetivo y es un mecanismo conducente a un propósito y cuándo se desvirtúa. Creo que en esta semana se ha cruzado el umbral a partir del cual la movilización empieza a traspasar sus propios límites. Eternizar las movilizaciones puede terminar dañando mucho más a la Concertación que al propio Gobierno.
-¿En qué sentido?
-En primer lugar, en Chile se aprecia el valor que tiene una oposición constructiva que en vez de echarle leña al fuego se esfuerza por alcanzar soluciones y que busca esas soluciones a través de los caminos institucionales. Por ejemplo, hay un contraste muy grande entre la actitud que tiene la actual oposición y la actitud que en circunstancias críticas para el país tuvo la oposición en el pasado. Cuando se produjo el desastre del Transantiago, a nadie de la oposición de entonces se le habría pasado por la cabeza convocar a una movilización que en ese minuto y en las condiciones que existían, quizá habría generado un estallido social de proporciones.
-¿Es comparable esta crisis con la del Transantiago?
-Todas las situaciones son distintas, pero esa situación como otras que han tenido lugar durante la transición, como la crisis política durante el gobierno de Lagos, que condujo a un acuerdo político de gran envergadura sobre reforma del Estado, o yendo mucho más atrás, algunas crisis políticas que tuvieron lugar al inicio de la transición durante el gobierno de Aylwin, tuvieron una respuesta opositora de moderación. Nunca la oposición pretendió que echándole leña al fuego podrían resolverse los problemas.
-Pero más allá de la actitud de la Concertación. ¿cree que estas movilizaciones y el descontento van más allá de los partidos?
-Ese es un segundo punto. El Gobierno ya ha entregado respuestas contundentes a los planteamientos que se han formulado y tiene un compromiso claro, como le corresponde a cualquier gobierno de cautelar el orden público. En consecuencia, si la Concertación no adopta una posición constructiva, lo que va a ocurrir es que va a ser sobrepasada por estos movimientos sociales y puede terminar jugando un rol de irrelevancia, es decir, de no ser un verdadero protagonista de las soluciones.
-¿Y cree que hoy están siendo protagonistas?
-Hay un hecho esencial que demuestra la falta de liderazgo y de alguna manera el sobrepaso de las figuras políticas de la Concertación ante estos movimientos: es precisamente cuando los dirigentes estudiantiles logran que los dirigentes de la Concertación dejen sin efecto una audiencia con el Presidente de la República que ellos mismos habían solicitado. Ese es un punto de inflexión, que demuestra cuándo un determinado sector político abdica de su liderazgo y en definitiva es sobrepasado por estos fenómenos.
-Además, creo que la opinión pública, que hoy día objetivamente tiene un juicio muy crítico de la actividad política, es aun más lapidaria en su apreciación cuando advierte incoherencia en la acción política. A la gente le cuesta entender, por ejemplo, que la Concertación o dirigentes de la Concertación se sumen a propuestas o demandas que durante los veinte años en que fueron gobierno o no acogieron o definitivamente rechazaron.
-¿Cómo cree que podría avanzarse hacia una solución?
-La solución que el país requiere es una solución netamente política y eso significa que no puede ser un juego de suma cero; aquí hay que lograr generar una atmósfera y un escenario donde el Gobierno, la Coalición y la Concertación, como principales fuerzas políticas del país, puedan volver a colaborar y encuentren maneras de acción conjunta que permitan resolver los problemas.
-¿Confía en la existencia de la capacidad de encauzar las movilizaciones?
-Ese es exactamente el rol fundamental de la política en cualquier país. Ser capaz de percibir aquellas demandas que provienen de la ciudadanía, pero no solamente percibirlas, sino tener la capacidad de conducirlas o cesarlas dentro de un sistema institucional, por eso -en mi opinión- el país enfrenta un minuto en que necesariamente gobierno y oposición deben volver a colaborar.
-¿De qué manera?
-Yo echo de menos un rol de mucho mayor protagonismo de los partidos políticos y fundamentalmente del Congreso Nacional. No creo que a esta altura alguien pueda imaginar que la solución de los problemas planteados que requieren legislación, en muchos casos con aspectos técnicos complejos y que requieren un alto grado de acuerdo político y legislativo, pueda alcanzarse al compás permanente de estas movilizaciones. Para mí, llegó la hora de la política.
-¿No hay una dicotomía en plantear "que llegó la hora de la política" si, según marcan las encuestas, la gente no confía en los políticos?
-Siento que a veces existe una cierta abdicación de responsabilidades de la propia clase política. Es cierto que existe un malestar ciudadano, pero también yo veo que existe un cierto masoquismo de la clase dirigente. Durante estos últimos 20 años la clase dirigente chilena ha sido capaz de resolver muy difíciles coyunturas. No era fácil transitar desde un gobierno militar a un régimen democrático. No era fácil perseverar en el desarrollo económico ni encontrar mecanismos para alcanzar grados importantes de progreso y de paz social. Ninguna de estas cosas cayeron del cielo, todas fueron el resultado de dirigentes que en distintas etapas asumimos los liderazgos para que los conflictos alcanzaran una solución.
-¿Hay capacidad de hacer eso?
-La capacidad existe, quizás está larvada. Es cierto que hay veces que surgen señales que me resultan muy incomprensibles. Que algunos de mis antiguos colegas en el Parlamento estén planteando que la solución a la actual crisis pasa por establecer el mecanismo de plebiscito me parece completamente absurdo. Quién puede creer que una materia como el crédito fiscal universitario o la provisión mixta en educación puede razonablemente ser materia de un plebiscito. Para mí es tan absurdo como haber pretendido plebiscitar la solución del Transantiago hace algunos años atrás. Creo también, por ejemplo, que frases como la del ex Presidente Frei en el extranjero afirmando que Chile está al borde de una situación de ingobernabilidad no ayudan a nada. No recuerdo otro Presidente de la República que jamás se haya referido en esos términos a su propio país.
-¿Y en esta "falta de conciliación" política no cree que hay responsabilidad de los dos lados?
-Palabras sacan palabras, pero creo que no hay nadie que pueda desconocer que el Presidente Piñera ha tenido una actitud permanente de búsqueda de diálogo y de aporte a las soluciones. Lo que ocurre es que ningún gobierno puede dejarse someter a ultimátums, muchos de los cuales son marcadamente ideológicos y en los hechos imposibles de satisfacer.
"Uno ve muchas descalificaciones recíprocas"
-¿Más allá de las expresiones de violencia de esta semana, le llama la atención el regreso de los "caceroleos", que no se veían en Chile desde las luchas democráticas de los años 80?
-Hay efectivamente un malestar que se expresa de distintas maneras. Para mí, que se exprese de forma pacífica es mucho mejor a que se exprese de forma violenta. Pero le vuelvo a decir, llevamos meses en los cuales ya ha habido suficientes expresiones de la ciudadanía. Ahora, objetivamente hablando, la pelota está en la cancha de los políticos.
-¿Hay gente que quiere "desalojar" al Gobierno?
-En Chile los desalojos se producen únicamente en forma democrática. "El desalojo" fue una buena expresión para apuntar a la necesidad de reemplazar democráticamente a la Concertación. Que fue lo que finalmente ocurrió después de 20 años. Yo francamente no creo que quienes puedan estar de alguna manera obnubilados con la idea de generar en Chile una situación de ingobernabilidad vayan a prevalecer.
-Además de dirigente estudiantil, fue un actor del periodo previo a la transición en los 80 y luego en los 90. ¿Ha hecho algún aporte en La Moneda a la solución de esta crisis?
-Yo formo parte del Gobierno y estoy siempre a disposición del Presidente en esta y otras materias. Creo que por la naturaleza de mi cargo no corresponde que yo me mezcle en la contingencia diaria de la política. Lo que sí me preocupa es un cierto deterioro ostensible en la confianza política que debe existir entre los dirigentes políticos.
-Yo recuerdo que tuve una larga conversación con Carlos Briones, el último ministro del Interior de Allende. Y él me hizo ver que la situación a la que se había llegado, que ciertamente no tiene nada que ver a la situación actual, porque son circunstancias históricas, políticas y sociales muy distintas, en gran medida uno de los combustibles que había generado la situación de erosión del sistema democrático había sido la falta de confianza entre los dirigentes políticos. En sus propias palabras, pasaron "de adversarios a enemigos". Y una de las claves de la transición ha sido precisamente el capital de confianza que existió en estos 20 años, donde bastaba un apretón de manos o un simple compromiso, y todas las personas cumplían con aquello que se establecía. Estoy convencido de que la opinión pública castiga, con mucha más fuerza de la que los propios dirigentes políticos advierten, la inconsecuencia.
-¿En qué se refleja esa inconsecuencia que plantea?
-Por ejemplo, en que parece recordar que cuando se discutió el reemplazo de la LOCE, hubo unanimidad de todos los dirigentes políticos para aprobar en el ámbito primario y secundario la provisión mixta educacional, es decir, todos coincidimos en que debería haber un sistema en que existiera una educación particular subvencionada. No han pasado ni dos años y resulta que todo el mundo se olvidó de aquello que firmó. O cómo va a ser razonable que el año 2005, en pleno gobierno del Presidente Lagos, se haya acordado una completísima reforma a la Constitución y que cinco años después los mismos políticos que consideraban que esto era un gran logro, digan que hay que hacer una nueva Constitución o una asamblea constituyente.
"No siento que esté mal ubicado en esta posición"
-Respecto del rol de los políticos, usted fue uno de los más críticos de la ausencia de estos en el "primer tiempo" del Gobierno. ¿Siente que el tiempo le dio la razón?
-Siempre fui partidario de un equilibrio entre los llamados técnicos y políticos. Creo que el actual gabinete expresa mucho mejor ese equilibrio que el inicial.
-A usted lo sacaron de senador justamente para potenciar el rol político. Sin embargo, hasta ahora había guardado silencio. ¿Por qué no ha ejercido un rol político?
-Yo he cumplido las tareas propias del Ministerio de Defensa, que son objetivamente importantes para el país y que desde mi punto de vista exigen un tratamiento absolutamente transversal y de total unidad nacional. Es precisamente lo que hago. A nivel de Relaciones Exteriores y de Defensa, las fronteras entre gobierno y oposición tienden en parte a desaparecer. Ese es parte del rol que me parece adecuado de cómo se desempeña el Ministerio de Defensa y el de Relaciones Exteriores en nuestro país.
-¿Pero de qué le sirve políticamente al gobierno de Sebastián Piñera si su capital político no se expresa en la contingencia?
-El que nombra a los ministros es el Presidente de la República, él es el que asigna su rol y a mí me tiene asignado un rol del cual estoy muy agradecido de desempeñar, que es el Ministerio de Defensa. Creo que, objetivamente hablando, en las actuales circunstancias del país es un ministerio que tiene una enorme importancia, más aún en esta etapa, de manera que no siento que esté "mal ubicado" en esta posición.
-¿Y echa de menos el rol político?
-Francamente, el Ministerio de Defensa ha sido el rol más importante que me ha correspondido desempeñar en mi vida pública.
-Usted dijo en noviembre que la carrera presidencial ya comenzaba a adelantarse y que negarlo era tapar el sol con un dedo. Su nombre sigue estando presente dentro de las encuestas como "presidenciable".
-La política del Presidente Piñera es súper clara: el que es ministro no es candidato. Y punto.
 "Hay una clara conducción civil en el ámbito de la Defensa"
-¿Cuál es su evaluación a sus 8 meses a cargo del Ministerio de Defensa?
-Han sido una gran experiencia personal y la posibilidad de aportar a una nueva etapa de la Defensa. Esta nueva etapa se caracteriza por hitos muy claros. El primero, es la implementación del nuevo Ministerio de Defensa después de un profundo cambio legislativo y de la renovación de una estructura de funcionamiento que tenía más de 70 años. El ministerio antiguo era administrador de la Defensa, y el Ministerio de Defensa actual es conductor de la Defensa. La segunda cosa fue normalizar y afianzar el rol del Estado Mayor Conjunto. Lo tercero es avanzar en el reemplazo a la Ley Reservada del Cobre y establecer un nuevo sistema de financiamiento para las Fuerzas Armadas. Y en cuarto lugar, hemos estado trabajando en la preparación de la primera estrategia de seguridad y defensa del país, que en el primer trimestre de 2012 será presentada en consulta al Senado y a la Cámara de Diputados.
-¿Hay algún cambio en el estilo de su gestión que lo diferencia de las anteriores?
-Me ha correspondido encabezar un ministerio que tiene muchas más facultades que las que tenía en períodos anteriores. A mí no me corresponde calificar lo que pueda ser ese sello, pero no hay duda de que hay una clara conducción civil en el ámbito de la Defensa. Hoy día hay un muy buen ensamble entre las instituciones de la Defensa y el ministerio.
-¿Cómo analiza el escenario coyuntural que se ve con los países limítrofes?
-Chile tiene una política que es por definición defensiva y disuasiva. Esta es la definición que Chile ha aceptado y se ha otorgado a sí mismo desde hace mucho tiempo. Y hoy día tenemos Fuerzas Armadas profesionales, no deliberantes, altamente profesionales y dotadas de capacidades estratégicas y de medios materiales para cumplir cabalmente con sus misiones constitucionales.
-¿Cuál es la relación con cada uno de ellos?
-Obviamente, hay que diferenciar. Tenemos una relación con Argentina que se ha ido afianzando y cuya culminación después de un trabajo de más de 6 años es la conformación de la fuerza Cruz del Sur. Es muy destacable que dos países que hace algunas décadas estuvieron en una situación particularmente compleja, hoy hayan sido capaces de revertir esa situación y sean lo que yo mismo he calificado como "portadores de la paz". Con Perú estamos trabajando intensamente en el marco de Unasur, en materias como la homologación de los gastos militares, y para mí fue muy elocuente que la delegación que se envió al cambio de mando y que participó en el desfile militar en Lima haya sido ovacionada por el público asistente y por el propio Presidente Humala. Ésa es una señal de respeto recíproco. Con Bolivia, ciertamente, hay una relación más compleja, que tiene que ver con los vaivenes de la política interior boliviana, que hace más difícil la relación.
-¿Qué están haciendo en el tema fronterizo?
-El Gobierno, bajo la conducción del Ministerio del Interior pero con apoyo y colaboración del Ministerio de Defensa, está trabajando en un plan para abordar la situación de la frontera norte. El problema de fondo que tenemos ahí son dos. Uno es que, objetivamente hablando, la droga se ha venido al sur. Hoy, Perú y Bolivia son el primero y tercer país que tienen las mayores plantaciones de cocaína en el mundo, y en segundo lugar, tenemos una frontera extraordinariamente extensa, en la que hay un número pequeño de pasos habilitados y un sinnúmero de pasos no habilitados.
"Es necesario pasar a una segunda fase de cooperación"
Andrés Allamand dice que hubo tres cosas que lo impactaron durante su visita a Haití. La primera: el esfuerzo, prestigio y profesionalismo de las Fuerzas Armadas. La segunda, el ver sin filtro el abismo de la pobreza, "y el encontrarse cara a cara con niños que, a la par de su sonrisa, uno intuye que enfrentan horizontes que, salvo cambios muy radicales en este país, van a ser sombríos". Y la tercera, apreciar el contraste con Chile, "que lleva a mirar con mayor perspectiva lo que hemos logrado".
El miércoles, recién arribado a Puerto Príncipe -tras una escala de casi un día en República Dominicana esquivando al huracán Irene-, su primera actividad fue reunirse con el Presidente Michell Martelly, a quien le expuso cómo funcionan el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas chilenas, para colaborar en el establecimiento de la seguridad en este país.
-¿Cuál es su impresión sobre las necesidades de Haití?
-El drama de Haití es que tiene una trilogía que se transforma en una trampa fatal: tiene inseguridad, debilidad institucional y problemas de desarrollo económico. Estas tres cosas van de la mano. Sin seguridad, es imposible que despegue el desarrollo económico. Y sin instituciones, el desarrollo económico por definición es incierto. Entonces, la comunidad internacional tiene que trabajar muy fuerte en esa línea.
-Desde las declaraciones del Presidente Martelly, hace tres semanas en Chile, se ha abierto un debate sobre el rol de la misión de paz en este país. ¿Usted cree que debe ser la seguridad o el desarrollo?
-Chile tiene un compromiso muy fuerte con Haití, expresado en las tareas que desempeñan desde hace 7 años nuestras Fuerzas Armadas. Coincidimos con la mayoría de los países que están presentes en Haití en que es necesario pasar a una segunda fase de cooperación y ayuda. Para Haití, la seguridad es condición necesaria pero no suficiente, pero tenemos que pasar a una segunda fase, en la que el énfasis esté en las tareas de creación de instituciones, fomento a la inversión y al desarrollo. Por otro lado, respecto de las tropas, nadie pretende que eternicen su presencia acá. El Presidente Martelly planteó en su programa de gobierno la creación de una Fuerza Armada, sin que hasta ahora el gobierno haya definido si va a tener las características de un ejército o de una gendarmería. Ellos recopilan información y nosotros colaboramos presentando cómo se organiza Chile en ese aspecto.
El país donde "pronto todo estará bien"
El dicho más común en Haití es "pronto todo estará bien". Pese a la miseria de sus calles, plagadas de basura y escombros como si el terremoto que dejó 300 mil muertos hace 20 meses hubiera sido ayer, al hambre y al caos, los haitianos son optimistas.
En la capital, Puerto Príncipe, no hay almacenes ni ningún tipo de comercio formal porque son pocos los que pueden comprar, pero prácticamente en cada cuadra existe una peluquería para las mujeres y una barbería para los hombres. Las familias, que en promedio tienen 6 hijos, sobreviven con un dólar diario, pero los domingos van todos de punta en blanco a la iglesia.
Existen más de 1.000 campamentos de "desplazados" del terremoto, unas 600 mil personas que en medio de la ciudad duermen en el suelo, entre improvisados plásticos y sin ninguna condición de higiene, lo que ha hecho que enfermedades como la malaria y el cólera, que ya ha matado a unas cinco mil personas, se propaguen con facilidad.
Frente a las ruinas del Palacio de Gobierno, un haitiano que vende tres lienzos de casi medio metro pintados a mano por tan sólo 10 dólares cuenta con crudeza cómo se logra sobrevivir: a los 10 años los niños comienzan a ser explotados sexualmente. Y a los 13, comienzan a robar. El desempleo alcanza un 70% y la gente deambula por las calles pidiendo comida o jugando cartas, donde el que pierde paga el juego colocándose perros de ropa en las orejas y el resto de la cara.
Un vuelo de una hora en helicóptero entre Puerto Príncipe y Cabo Haitiano, que en auto podrían significar hasta 20 horas por las malas condiciones del camino, muestra más contrastes. Inmensas mansiones y campos de cultivo de caña de azúcar pertenecientes al 2% de la población y kilómetros de terrenos fiscales que están sin explotar.
Cabo Haitiano muestra otra cara de la pobreza. Casi no se ven campamentos de desplazados y por ser una zona más rural, hay quienes logran cultivar caña de azúcar o algunos frutos. Hay una sola bomba de bencina, que es el centro neurálgico de la ciudad, donde la gente vende comidas preparadas en la calle y zapatos, ropa y artículos electrónicos que muchas veces provienen de las donaciones de compañías internacionales.
Allí existe un orfanato apadrinado por soldados chilenos donde viven 40 niños de entre 8 y 14 años. Ellos comen sólo una vez al día, casi siempre arroz, y las cuidadoras aseguran que la leche es tan escasa, que cuando los niños llegan a tomar, se ponen hiperactivos. "De todas formas, para ellos es una bendición este lugar porque sus padres murieron en el terremoto o fueron llevados ahí por sus padres buscando mejores condiciones", cuenta la teniente Marcela Vergara, una abogada del Ejército.

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