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La Coyuntura Social desde Siete Perspectivas....‏


Cartas
Detenciones y protestas
por Gonzalo Rodríguez Herbach
Presidente Asociación de Defensores de Chile
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011


Señor Director:

A propósito de las movilizaciones de los estudiantes por mejorar su
situación, se ha generado un debate en torno a cuál es el marco de
acción que tiene el Estado para detener o no a las personas que
participan en las manifestaciones. Sobre este punto resulta
aconsejable distinguir los temas.

Nadie duda que una persona que está cometiendo un delito o falta que
autorice detención pueda y deba ser detenida, si alguien aprovecha
esta oportunidad para cometer robos, daños, lesiones o cualquier otro
delito, la policía debe proceder de acuerdo con la ley. Sin embargo,
lo que se observa con preocupación es que este fenómeno de protestas
se pretenda criminalizar por un sector del Gobierno, empatando a sus
actores con verdaderos delincuentes y dejando, por tanto, en manos del
sistema penal -policías, fiscales, defensores, jueces y cárceles- la
solución del problema.

El sistema penal no sirve para eso, agudiza el problema, transforma en
mártires a los injustamente detenidos, ejemplo palmario de aquello es
el del dirigente de la Universidad de Concepción, Recaredo Gálvez, y
les coloca a los operadores del sistema una responsabilidad que no
pueden asumir, particularmente a Carabineros quienes deben limitarse a
mantener el orden público y detener sólo cuando existen delitos que se
cometen durante las marchas.

Asimismo, luego de los miles de detenidos originados en estas
movilizaciones, de los cuales la mayoría de ellos no se justificaba
pasar a control de detención, insistir en creer que existe una suerte
de conspiración de los jueces de garantía en contra del orden público
es infantilizar la discusión. Puesto en otros términos, a estas
alturas con lo fracasada y desprestigiada que se encuentra la cárcel
como medio de solución del problema de la criminalidad, ¿es serio
pensar que el sistema penal es el llamado a solucionar los problemas
de fondo de la educación y de las demás demandas sociales por la vía
de criminalizar y encarcelar a sus partícipes?

Insinuar medidas como pedir la presencia militar, subir las penas a
encapuchados o filtrar marchas con carabineros que se encapuchan y que
en su labor de "inteligencia" eventualmente pueden cometer delitos sin
ningún respaldo normativo, son medidas que no tienen ningún efecto en
la solución del conflicto, si no más bien cambian el foco de atención
y radicalizan la violencia.

Cartas
Hablemos de justicia social
por Agustín Moreira H
Capellán general del Hogar de Cristo
Pablo Walker 
Vicecapellán del Hogar de Cristo
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011


Señor Director:

Les debemos gratitud a los jóvenes que marchan en la calle. Ellos
hacen que se vuelva intolerable cierto acostumbramiento a la
injusticia, cierta naturalidad de engañar al pobre entreteniéndolo en
un colegio donde aprenderá poco, cierta legitimidad de hipotecar la
vida de un universitario hasta hacerlo reventar de deudas.

Muchos queremos que los alumnos vuelvan a clases, que no pierdan el
año, que no paguen un precio que nos corresponde pagar a otros. Cuando
insisten en tocar la herida que sangra, nos despiertan a quienes
habíamos construido un mundo en función del interés individual. Nos
recuerdan que hay un bien común que es más propio de un país
desarrollado, más digno de nuestros sueños que la obsesión del
bienestar personal. La calle nos recuerda que luchar por el bien común
da sentido y dignifica: de eso trata la justicia social.
Habrá que pagar un precio alto. Este tipo de justicia nos exige
comenzar priorizando a las personas a quienes negamos lo que les
pertenece. El derecho a una educación de calidad es una deuda. Para
pagarla, la justicia social pide más a quien ha recibido más. Jesús
nos habló de esto francamente en la parábola de los talentos y su
discípulo Alberto Hurtado nos alertó en no confundir justicia con
caridad. Partamos por la justicia, después tendremos la alegría de
darnos nosotros mismos.

Muchas veces oponemos nuestras expectativas de crecimiento económico
con la justicia social. Así, consideramos que "no vale la pena" gastar
dinero en calidad de educación para niños vulnerables porque no serán
necesariamente talentosos; que no es rentable gastar dinero en la
atención de adultos mayores porque ya no son productivos; que no es
eficiente invertir recursos en inserción social de los presos, porque
son potenciales reincidentes.

Efectivamente, el trato digno a un pobre es muy caro. En justicia,
tiene que implicar un costo y una renuncia a otra alternativa que,
como sociedad, nos atrevamos a considerar menos digna. Es caro porque
la vida "empobrecida" es la huella de una enorme deuda que no fue
pagada a tiempo.

Tratar con dignidad al más pobre, con los mismos estándares que
quisiera para mí y mis propios hijos por supuesto que es muy caro. Por
eso el padre Hurtado no se avergonzaba de decir "hay que dar hasta que
duela". En el Día Nacional de la Solidaridad, el padre Hurtado nos
invita a que hablemos de justicia social y que lo pongamos en
práctica.

Cartas
¿De qué es falta esta falta?
por Padre Nicolás Vial
Presidente Fundación PaternitasJueves
Diario El Mercurio, 18 de Agosto de 2011


Señor Director:

Los medios de comunicación nos informan diariamente, a propósito de
las marchas estudiantiles, de hechos de violencia y desmanes
efectuados particularmente por algunos jóvenes y adultos encapuchados.

En una primera mirada, algo superficial, alguien podría decir: que la
juventud que actúa de esta manera está perdida, sin rumbo con un muy
incierto futuro. Sin embargo, con una mirada algo más penetrante,
podría concluir que los hechos antes mencionados, aunque alguien me
sindique de ingenuo, son la expresión de un vacío existencial, de
dolores, ausencias y abandonos.

Lo escucho y lo veo a diario, especialmente cuando en los Centros
Juveniles de Privación de Libertad estos jóvenes me cuentan lo que no
les cuentan a sus padres, sea porque se sienten no queridos,
desatendidos o rechazados
Sabemos, por los estudios de especialistas, que nadie compensa lo que
no pudo dar la familia, y mientras aquello no se revierta, seguiremos
siendo testigos de nuevos desmanes, asaltos, violencia y delincuencia.
Estas acciones no son otra cosa que el testimonio, con la mayor de las
crudezas, del rol que tantas veces no ha sabido cumplir la familia.

Esa falta que falta se mitiga o desaparece cuando nos hacemos
responsables de los hijos, acompañándolos en sus procesos de
crecimiento, escuchándolos, conociéndolos, adelantándonos a sus
clamores, necesidades y dolores.

Cartas
¿Cambiar la Constitución?
Julio Alvear Téllez
Profesor de Derecho Constitucional Universidad del
Desarrollo
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011

Señor Director:
¿Una nueva Constitución para Chile? Así lo propone el profesor Enrique
Silva Cimma (carta publicada el lunes), resucitando desde las cenizas
antiguas añoranzas políticas. A mi juicio, es ésta una lucha que
carece de sentido:
1.- Una asamblea constituyente no garantiza per se la eficacia de la
eventual Constitución que resulte de ella, menos si se pretende que
sea "fundacional" en lo político, social y económico. Tales asambleas
suelen, por el contrario, constituir una pendiente hacia la
inestabilidad en materia de derechos fundamentales. O un plan de vuelo
rumbo a la deriva institucional, como lo muestra la experiencia
hispanoamericana reciente. En ella la solución a los problemas
sociales -educación, salud, etcétera- se ha quedado en utópicas
declamaciones o en artilugios instrumentales a monocracias
paternalistas acaudilladas por demagogos militares o civiles.

2.- No comprendo esa fe fiducial en el Estado. Si bien es repudiable
la práctica liberal que retrae la justa acción estatal del bien común,
no es menos cierto que el Estado funciona en beneficio de las personas
cuando no está dominado en su encuadre normativo y operacional por las
ideologías estatistas o colectivistas. La creencia en que
solucionaremos nuestros problemas si los dejamos píamente en manos del
"Gran Hermano" -el Estado- me parece, en nuestra idiosincrasia,
completamente engañoso.

3.- Resulta artificioso remontar el actual conflicto educacional a un
fallo en el diseño de la Constitución. En este ámbito, como en tantos
otros, el yerro es pre-jurídico: durante los veinte años de la
Concertación, todos -griegos y troyanos- han glorificado los derechos
del individuo "igual" y "autónomo" sin canalizar sus desbordes
mediante la cultura del deber. El resultado está a la vista:
producción de bienes y servicios sin preocupación alguna por la
equidad, libertad económica sin responsabilidad social, educación al
servicio del lucro (también, por cierto, en las universidades del
Estado) y no el beneficio económico al servicio de la educación.

4.- Que la superficie no nos impida ver el fondo de la cuestión. La
solución al conflicto educacional no pasa por el estatismo. Tampoco
por la monetarización universal de los bienes culturales. La
Constitución establece un sano equlibrio entre derecho a la educación,
libertad de enseñanza y papel del Estado. Tal diseño admite diversas
opciones y oportunas rectificaciones legislativas y administrativas.
Pero, sobre todo, es un problema cultural y moral el que hoy hemos de
sortear.

• Ellos pueden dar la cara
por Cristián Warnken
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011

Me dio gusto ver en la portada de "El Mercurio" de ayer a Camila
Vallejo, dirigenta del movimiento estudiantil, y a Hernán Larraín,
senador, dándose la mano y mirándose a la cara.

Ella representa lo mejor de una izquierda idealista, esa que participó
de largas batallas fundamentales para la construcción de Chile; detrás
de ella están Lastarria, Gabriela Mistral y hasta un Huidobro poético
precandidato a la Presidencia de Chile. En ella palpitan las
aspiraciones y sueños de una clase media que valora entrañablemente le
educación y la cultura, y que ahora cacerolea todas las noches en la
Plaza Ñuñoa. Pero también en ella está la sed de futuro de una nueva
generación muy potente e inquieta, que reinventa el mundo en internet,
en todos sus formatos y posibilidades, y que baila cueca en las
picadas de Avenida Matta. Una generación de mirada limpia, seria,
exigente, que detesta la ambigüedad y la mentira.

Frente a ella estaba Hernán Larraín, uno de los políticos que respeto
y admiro en este país. Representa lo mejor de una derecha decente, hoy
un poco desdibujada, impregnada de la pasión por el sentido de la
impersonalidad del poder que le legara Portales. No tiene agendas
cortas, no está en la farándula del poder, está preocupado de verdad
por Chile, tiene un pasado universitario que lo hace sensible a la
pregunta por el sentido de la educación. Está perplejo como lo está
toda la clase política, pero está honestamente perplejo, no es una
pose. También tiene la mirada limpia, también ha sido exigente y
pulcro y serio en toda su trayectoria política.

Ahí estaban dos almas de Chile, frente a frente, con la cara
descubierta. Sin capuchas ni máscaras de ninguna especie. Porque hoy
Chile se ha llenado de encapuchados de toda laya y tipo. Están los más
obvios, los encapuchados de la calle y la barricada, los de la
violencia explícita y evidente. Pero también están los encapuchados de
cuello y corbata, los que engañaron a miles en "La Polar" sin que se
les arrugara la cara, los que practican un lucro sui generis que opera
hoy en Chile en educación, violando impunemente la ley y haciendo
martingalas financieras. Los que viven del endeudamiento inmisericorde
de las familias chilenas a través de préstamos de sus bancos usureros.
Ellos practican una violencia tan destructiva como la de los
encapuchados de la calle. Son los flyters de la usura. Son la
desmesura, el colmillo afilado, la hybris que tanto temieron los
griegos. Ellos han violentado y maleado el alma de Chile en estas
décadas. Ellos nos quieren hacer creer que es legítimo un lucro en
educación apoyado por las platas del Estado, o sea de todos nosotros,
algo que traiciona la esencia misma del capitalismo.

El problema no es el lucro, absolutamente legítimo por lo demás; el
problema es querer no sólo lucrar, sino además acceder a los fondos
públicos. Qué descaro. Ese tipo de engendros ilógicos es lo que tiene
crispados a los jóvenes; esas mentiras, incongruencias, delitos
disfrazados de legalidad.

Hay dos Chiles, entonces, que hoy deben conversar. Los dos pueden
hablar a rostro descubierto. No cualquiera tiene la autoridad moral y
la libertad interior para hacerlo, hoy en Chile. Cuando Hernán Larraín
se siente con Camila Vallejo, tiene que sentir que con él está Mario
Góngora, gran intelectual de derecha que intuyó hace varias décadas
que había un lucro que podía devastar la educación. Era de una derecha
que después quedó secuestrada por un fundamentalismo economicista,
reductivista y ciego.

Larraín debe sentarse a la mesa, libre de un economicismo que puede
llevar a la derecha a la ruina, así como otros radicalismos de signo
inverso llevaron a la izquierda a la debacle en los años 70.

El senador y la dirigenta estudiantil pueden, mirándose a la cara,
encontrar una salida y dar la cara por Chile. Deben hacerlo, sin
máscaras, sin cegueras, sin letra chica y sin piedras, sin pillerías
ni barricadas.

• Cartas
Iglesia y conflicto educacional
por Carlos Peña
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011


Señor Director:

Consultado acerca de si la Iglesia mediaría en el conflicto
educacional, el obispo de Valdivia sostuvo que lo haría "siempre y
cuando los jóvenes le hagan un llamado formal" ("El Mercurio", 10 de
agosto). Si le creemos al obispo, la Iglesia estaba dispuesta a
mediar. Pero ocurre que la Iglesia es uno de los principales
sostenedores educacionales. Es dueña del 71% del sistema escolar sin
fines de lucro, controla 10 universidades, seis de las cuales reciben
subsidios directos (pagados con los impuestos de creyentes y no
creyentes) y controla al instituto profesional que tuvo la segunda
matrícula del sistema.

La conclusión es obvia: La Iglesia tiene intereses que le impiden ser
mediadora. Un mediador -por definición- es un tercero imparcial. Eso
es lo que sostuve en una columna. Ni más ni menos. Sin embargo el
vocero de la Conferencia Episcopal (como se ve, no sólo los
estudiantes tienen voceros) sostiene en una carta que la columna
"arranca de supuestos artificiales". Pero no hay ningún supuesto
artificial: el obispo de Valdivia dijo lo que dijo y la Iglesia
Católica tiene los intereses que tiene.Y si la ciudadanía tiene el
derecho de controlar los conflictos de interés de las autoridades
públicas ¿por qué no podría vigilar los de la Iglesia?

• Tribuna
Emergencia del sentido común
por Jaime Antúnez Aldunate
Diario El Mercurio, Jueves 18 de Agosto de 2011

De la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, Instituto de Chile

Muchos quienes observan los hechos en curso en el país coinciden en
algunas apreciaciones relevantes. Primero, que la confusión producida
por el movimiento estudiantil en curso es generalizada y alcanza a
todos los actores. Segundo, que la impericia del Ejecutivo para
ordenar la discusión y encauzar los hechos ejerciendo así la autoridad
que el país le entregó es indiscutible. Tercero, que ante la marea
montante de la sorpresa y la perplejidad, Alianza y Concertación
figuran emparejadas como esos dibujos casi idénticos en los que hay
que descubrir las cinco diferencias. Cuarto, que las causas de lo que
vemos se arrastran desde décadas atrás, que tienen un trasfondo
cultural similar al que se expresa actualmente en otras partes del
mundo bajo banderas distintas de la cuestión educacional, que ha sido
su punto de partida en Chile.

Si pretendemos acotar este último aspecto, el más relevante -sin dar
la espalda a su agobiante factor financiero que exige urgente
atención-, podemos sin dificultad fijar la mirada en realidades duras
e indesmentibles que arrastran la atención a un problema mayor. Ante
todo, que el tema de la crisis educacional no es en absoluto privativo
de Chile. Que los expertos lo vinculan con un natural efecto de la
masificación de la educación en la sociedad contemporánea. Que lo
padecen y reconocen como suyo las autoridades de naciones de antigua
cultura y de eminentes maestros, así Francia, España e Italia, entre
otras. Que el problema alcanza a la más antigua institución
educacional de Occidente, la Iglesia católica, siendo el propio
Benedicto XVI quien acuñara para Roma e Italia como diagnóstico de la
situación, el significativo concepto de "emergencia educativa". Esto
constatado, para atisbar lo que sucede y lo que viene hacia adelante
habría que detenerse en aquella cuarta cuestión, la del trasfondo
cultural. También al respecto son muchas las autorizadas voces que
coinciden desde distintos lugares.

El tema aparece directamente relacionado con la crisis de la familia
tradicional y con los modelos proyectados por la cultura mediática
dominante y globalizada, que favorecen el egocentrismo y la
excentricidad, al tiempo que minan una equilibrada relación entre
sexos opuestos y generaciones. Cierto "nihilismo" instalado por esta
vía entre los jóvenes penetra sus sentimientos, confunde sus
pensamientos, castra sus horizontes, cansa y entristece. Aquí y allá,
psiquiatras que trabajan en el campo de la infancia y la adolescencia
registran la creciente falta de deseos profundos y estables en una
generación que ha visto desvanecerse paulatinamente las razones para
la confianza y que, por primera vez, mira el futuro más como una
amenaza que una promesa, situación que de suyo anestesia el reclamo
ontológico ínsito en toda alma humana hacia lo divino y trascendente.
Si educar nunca ha sido fácil -siendo que profesores y alumnos más que
en el aula se encuentran instalados en la sociedad en que viven-, bien
se comprende cómo la tarea se hace hoy difícil. Todo lo cual, en su
conjunto, contribuye a que el daño más grande, el de perderse a sí
mismo (a veces más imperceptible, apuntó Kierkegaard, que perder un
brazo o a un ser querido), se transforme para cada cual en una
realidad perfectamente al alcance.

El fenómeno de descarga afectiva y dificultad en adherirse a la
realidad que esta situación conlleva ha sido anotado incluso por
testigos insospechados, así por ejemplo el conocido director del
ultraliberal periódico La Reppublica, Eugenio Scalfari, según quien
"la herida en estos jóvenes ha sido el aburrimiento invencible y
existencial, que ha matado el tiempo y la historia, las pasiones y las
esperanzas". Luego, por cierto, habría que preguntar al propio
Scalfari y a quienes sostienen la misma conducta ideológica, si acaso
el subjetivismo de todas las opiniones y la "dictadura del
relativismo", materias en que se muestra tan aventajado adalid, no son
el fruto existencial venenoso que retroalimenta ese letargo y
desconexión que precisamente él lamenta.

Si intelectualmente son muchísimos los peldaños que hay que descender
desde la "náusea" de Jean-Paul Sartre a la "indignación" de Stéphane
Hessel, son muchos también los que observan -y a la luz de lo anterior
parece bien verosímil- que las aguas profundas que se mueven en
diversas latitudes del globo anuncian hoy algo semejante en su
envergadura con el movimiento estudiantil nacido en la Francia de los
sesenta, cuyas huellas se hicieron sentir fuertemente en todo el mundo
occidental. Si esto es efectivamente así, hay importantes previsiones
a tomar para salvar positivamente el curso de los acontecimientos.

Todos los actores -incluidos las autoridades y los estudiantes-
deberían no confundir el escenario de unas reivindicaciones concretas
y subsanables con un " tsunami cultural" capaz de operar en el
trasfondo, no sólo chileno. En la fuerza imprevisible de esas
corrientes subterráneas deberían reparar, asimismo, los actores
políticos y sindicales que aprovechan la circunstancia para intentar
transformar el movimiento estudiantil en un movimiento
"multipropósito", sin advertir los peligros del aprendiz de brujo.
Cada cual, por fin -padres, hijos, maestros, alumnos-, tendríamos que
tener las mentes abiertas a las consecuencias personales últimas de lo
que está entrando en juego. "Facultad en huelga: los teólogos cerramos
nuestras Biblias" leí recién en un cartel al cruzar frente a una
Facultad de Teología. Clausurar las fuentes de la Sabiduría: paradigma
de la aberración a evitar. Más que una "emergencia educativa",
verdadera emergencia del sentido común.

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