Chao, Ruiz
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias,
lunes 22 de agosto de 2011
Cuesta mucho hacerle el quite
a la muerte de alguien
que nos ha hecho pensar
o -como quería Flaubert-
nos ha hecho sonar.
Lo digo por Raúl Ruiz, que acaba de morirse.
Habría que agregar que además
Ruiz fundamentalmente nos ha hecho reír.
En lo que a mí respecta, puedo decir
que hace mucho tiempo aprendí a través suyo
que ser chileno podía llegar a ser algo.
Yo era muy joven
y había crecido, como todos,
con una sensación de identidad
equivalente a un descampado.
Ahora recuerdo cosas
que Ruiz dijo en entrevistas dispersas:
que si en el 72 Fidel Castro
se hubiera quedado
una semana más entre nosotros
hubiera terminado hablando solo en Il Bosco;
que éramos el único pueblo en el mundo
que tenía un sonido (el recurrente chhhh)
para expresar el escepticismo;
que el hecho de que en algunas de sus películas
se contaran demasiadas historias
procedía de una experiencia infantil:
cuando iba a los rotativos del barrio
y se quedaba dormido en la mitad de una película
y despertaba en la mitad de otra.
Su distanciamiento de Chile
probablemente nutrió
el mito del Ruiz francés
y quintaesenciado,
una especie de taumaturgo
de las imágenes fílmicas,
proclive a los laberintos
y a las vueltas de tuerca.
Confieso no haber disfrutado
de sus películas francesas.
Para mí, la maravilla de su obra se da
cuando proyecta modelos universales
sobre realidades distantes, es decir,
sobre la nuestra.
Ahí se produce algo así
como un cortocircuito cultural
que hace visible esferas
que antes estaban vedadas
a nuestra observación.
Durante mucho tiempo
las películas de Ruiz
se difundían oralmente.
'Dialogo de exiliados', por ejemplo,
me la contó Rodrigo Sepúlveda
en el casino de una productora en 1986.
Cuando la vi años después
pude comprobar que la conocía en sus detalles.
Nunca he visto una de los sesenta,
'Aquí no ha pasado nada' -basada,
según creo, en un cuento de Max Beerbohm-,
pero no he olvidado el momento clave
del circunstanciado relato que alguna vez
hizo de ella Rodrigo Maturana: el peo de fuego
en el que desaparece el diablo luego de que
un moribundo le grita "¡vade retro, conchatumadre!"
Mucho del absurdo corriente de nuestra vida
fue captado por el sistema sensible de Ruiz,
quien lo devolvió a nosotros convertido en relatos
que el tiempo no ha logrado descartar.
Se trata de cuestiones sutiles,
como lo que podríamos llamar
"la poética de la interrupción".
Hay que recordar que en una
de sus películas chilenas
siempre la cotidianeidad
está metiendo la cola,
perturbando los discursos,
las declaraciones amorosas
y las de principios:
una vieja que abre una puerta,
unos gallos que meten una bandeja
de empanadas por la ventana,
alguien que quiere leer un poema
y no se entiende su propia letra.
Eso es.
A Ruiz le llegó la última de las interrupciones,
la última de las equivocaciones, la muerte,
"esa cosa distinguida", como escuchó decir
Henry James en un delirio fantasmal.
Se fue no más
y el mundo seguirá su marcha circular,
como sucede siempre en estos casos.
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