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Reflexiones en torno a una afeitada...‏por ANÓNIMO CONOCIDO


Nunca me miro en el espejo,
no es que éste no devuelva mi imagen,
es sólo que no reparo mayormente
que estoy siendo reflejado excepto por lo justo y necesario
para poner atención a la hora de afeitarse y no cortarse.

A veces, cuando me afeito, pienso en mi padre,
me imagino (por edad y aspecto) que "soy" mi padre.

Lo recuerdo con su silueta espigada y su bata delgada,
la pequeña toalla sobre los hombros
doblada hacia adentro en el cuello del pijama,
sus pantuflas calzadas y la escena preparada.
En aquella época tendría él unos cuarenta y tantos años
(yo soy un cincuentón hace mucho rato).

En ciertas ocasiones,
seguramente en fin de semana
cuando éramos chicos,
con mi hermano menor,
lo acompañábamos
a la ceremonia de la afeitada.

El hisopo rebosante de espuma
agitándose sobre la cara,
el vapor que se desprendía
del agua caliente de la llave
subiendo hasta condensarse
en una fina niebla que empañaba
los vidrios y la máquina de afeitar manual
con la hoja nueva instalada
mientras mi padre silbaba
una melodía en tiempo de swing.

No éramos muy grandes
porque nuestras caras
no sobrepasaban por mucho
la altura del lavatorio.

Una vez distribuida la espuma
sobre la superficie empapada
de la cara que sería rasurada,
comenzaba el barrido
que despejaba el camino
a la manera que lo realizan
los bulldozers del Paso de Libertadores.

Mientras se afeitaba
y la máquina desplazaba la espuma,
en una pedagogía genial, mi padre
nos hacía hacía una demostración,
en vivo de lo que pudo haber sido
la invasión a Rusia por Napoleón o la Wehrmacht.

Cuando se cortaba y la sangre teñía la espuma
nos hacía ver las grande bajas en el invierno ruso.

Era nuestra primera exposición de hechos complejos
y trágicos, con muertes atroces y sufrimientos sin fin,
pero que también tenían su componente de estrategia,
y despliegue táctico donde las decisiones nunca eran fáciles.

Éramos muy chicos para comprender dicho horror.
Pero ahí estaba el avance de las tropas,
con el barrer de la espuma sobre la cara
y uno le parecía ver, como en un mapa,
la cara de mi padre,  el avance 
de las unidades acorazadas, las divisiones Panzer...

Después hubo tiempo para aprender algo de historia
cosas como que el Mariscal de Campo (von) Paulus 
había aconsejado a Hitler cortar la retirada a los rusos,
evitando su repliegue hacia el interior
o que le había planteado la necesidad
de buscar ropa invernal para los soldados,
en caso de que la guerra se extendiese,
pero Hitler le prohibió que mencionase el tema de nuevo.

Después habría tiempo para saber algo más
de los sufrimientos y horrores de la Guerra.

Entre los diez mil soldados alemanes
que sobrevivieron de los 150 mil que participaron
en la invasión (las victoria soviética costó más vidas
que las de los propios derrotados) 
estaban unos monjes benedictinos
que fueron sacados del monasterio de Beuron
para servir como camilleros y enfermeros en el frente ruso.  

Pasaron por todo ese horror,
y, gracias a Dios, sobrevivieron,
terminando en el Monasterio vecino
de la Santísima Trinidad de Las Condes,
donde vinieron a apoyar su consolidación, 
tras el regreso obligado a causa de la Segunda Guerra Mundial
de los monjes benedictinos fundadores
de la abadía de Solesmes en Francia.

El padre Ángel había perdido varios dedos
en la guerra y el hermano Baltazar
y el Hermano Teodoro eran minusválidos.

Los restos de los tres 
se encuentran enterrados en el cementerio
de la abadía benedictina de Las Condes
junto a los de Fray Pedro Subercaseaux.

Raúl Zurita decía que no hay nada más parecido
al color de la piel que el color de la tierra. 

Sucede con los colores del desierto, con los acantilados de caliza,
con el humus, con la tierra arcillosa, con la tierra amarilla...

Del polvo enamorado de Quevedo al barro pensativo de Vallejo,
del polvo venimos y hacia el polvo vamos.

Allí, en el temprano pasado, siendo muy niños,
contemplando la piel de la cara de mi padre
cubierta de espuma de afeitar
-ocasionalmente tiñiendo 
de un vivo rojo la blanca espuma-
estaba el anticipo de los dramas y tragedias
de la vida y de la historia
de una manera en que un niño
al ver la sangre no se horrorizaría.
Sólo quedaría grabado en su memoria
esa impresión inolvidable.

1 comentario:

  1. Cada vez que el suscrito, catalogado como "anónimo conocido"
    abre el blog administrado impecablemente por esta amigo tan querido,
    siente vergüenza de alcanzar tanto protagonismo, nunca merecido,
    es por ello que humildemente, agradeciendo de antemano favor concedido
    que tenga a bien eliminar todo rastro de este tránsfuga desaparecido.

    No es por ser catete,
    pero es fácil saturar con el membrete
    por lo que es mejor pasar piola,
    y no andar suplicando después que me den bola.

    Por su atención dispensada
    y su buena disposición nunca defraudada

    Abrazo en Cristo, el Señor

    R

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