WELCOME TO YOUR BLOG...!!!.YOU ARE N°

La tormenta perfecta


La tormenta perfecta
por Ascanio Cavallo
Diario La Tercera, 8 de agosto de 2011
http://www.puntocentral.cl/?p=14643

Un fin de semana
le bastó al flamante ministro Pablo Longueira
para modificar el orden del gobierno.

Está por verse si también modificará el rumbo,
pero no se puede dudar de que ese es su propósito.

Sus definiciones
sobre la defensa de los consumidores,
las regulaciones a las empresas,
la concentración de la propiedad
y, muy especialmente, una reforma tributaria,
ponen en el centro del gobierno de Sebastián Piñera
una desconfianza hacia el capital que había estado
relegada a instituciones menores, como el Sernac.

Ahora esas instituciones han adquirido un papel estelar.

No es claro que el cambio de gabinete
haya modificado, por sí sólo,
el decreciente aprecio público por el gobierno.

La encuesta CEP publicada el jueves
fue concluida cinco días después de ese cambio,
pero sólo un 7% de su universo
alcanzó a opinar en ese período,
y los especialistas concuerdan
en que el impacto
de una operación política de este tipo
sólo puede evaluarse en el mediano plazo.

La encuesta mostró
que las visiones críticas sobre el gobierno
-incluida la de Longueira, entre otras-
no estaban descaminadas.

Toda la clase política registra un serio deterioro,
pero el del gobierno se parece mucho a un derrumbe,
y La Moneda haría mal en consolarse con el deterioro colectivo.

Piñera superó la marca de declinación que tenía Frei
en el peor año de su gestión -con crisis asiática,
racionamiento eléctrico, alto desempleo-
y en ese entonces la oposición no se veía muy fuerte,
pese a lo cual estuvo a punto de ganar la elección con Joaquín Lavín.

De momento, lo que el ingreso de Longueira al gabinete
ha relevado es la existencia de dos almas en el oficialismo,
algo que se intuía desde la campaña electoral,
pero que el Presidente había silenciado
al prescindir de los partidos
en la nominación de sus ministros.

Esa división quedó de manifiesto
en el debate soterrado sobre la reforma tributaria:
los dirigentes del empresariado fueron testigos, esta semana,
de cómo el ministro de Hacienda, Felipe Larraín,
aseguraba que ese tema era propio de su cartera,
mientras que horas después el de Economía decía
que era exclusivo del Presidente.

Ambas son verdades a medias:
Hacienda no puede decidir por sí una reforma
que sacude a la totalidad de la economía,
y el Presidente no la emprendería
sin el consentimiento del jefe de su equipo económico.

Por lo tanto, lo que ha entrado en discusión,
con una velocidad que nadie habría imaginado,
es quién es el jefe del equipo económico.

Esto no ocurría desde hace 27 años,
en pleno régimen de Pinochet,
cuando Modesto Collados
impuso la preeminencia de Economía
sobre Luis Escobar Cerda, el titular de Hacienda.

Con todas las diferencias
que la historia impone,
hay dos semejanzas centrales:
Pinochet estaba en problemas
y el gobierno hacía desesperados esfuerzos
por contener las presiones sociales.

Como entonces,
las dos almas se separan
en la subordinación de la política
a la economía, o viceversa.

En una orilla se sitúan
los guardianes de la ortodoxia,
los que confían en la sabiduría del mercado
y en el camino lento al desarrollo.

En la otra, los que miran
las razones de la impopularidad,
los desequilibrios flagrantes
y la urgencia de las necesidades populares.

No es una división entre la UDI y RN;
es una trizadura que cruza
de manera transversal al oficialismo,
y que está deteriorando
velozmente sus lealtades internas.

Nadie habría podido predecir
que un desgarro semejante
al que vivió la Concertación
-flagelantes y complacientes-
se reproduciría
en un gobierno de centroderecha.

Pero así están las cosas.

La incapacidad del gobierno
de interpretar lo que está sucediendo
lo ha ido empujando hacia una segunda inhabilidad,
la de controlar la estabilidad de su proyecto político.

Hay muchos indicios
de que el Presidente
se ha inclinado más
hacia la posición de Longueira
que a la de su primer gabinete,
pero para eso habrá de aceptar
la erosión de una de sus bases
de sustentación, el empresariado
y la derecha del liberalismo económico,
sin la certeza de capturar a cambio
la simpatía de otros sectores.

Peor aún,
la tensión sobre la conducción económica
es sólo una parte de sus problemas,
y quizás ni siquiera la principal.

Caídas las consignas iniciales
de la eficiencia estatal
y la “nueva forma de gobernar”,
empiezan a abrirse otras preguntas.

El jueves puede haber sido en esto un día crucial:
Santiago y otras 11 ciudades fueron sacudidas
por las manifestaciones estudiantiles,
y aunque el dispositivo represivo
ganó lo que después de semanas de vacilaciones
definió como el objetivo principal
-el bloqueo de la Alameda-
no se puede decir que haya obtenido
el control del orden público,
ni menos la desmovilización de los estudiantes.

Por la noche recibió un cacerolazo
como no lo había desde mayo de 1983,
en el inicio de las protestas contra Pinochet.

Alguien no está entendiendo
la centralidad del problema educacional,
y ese no parece ser el recién llegado ministro Bulnes.

El mismo día
cayeron los mercados mundiales,
la Bolsa local y el precio del cobre.

Si la sombra de una recesión internacional
se amplía como ha ocurrido en estos días,
¿de qué manera la enfrentará un gobierno con dos almas,
con los aletazos de ahogado de 1983
o la parsimonia autodestructiva de 1999?

¿Con Felipe Larraín o Pablo Longueira?

Descontento social, disensiones políticas, amenazas económicas.
¿Cómo consigue un gobierno esta tormenta perfecta en sólo 16 meses?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS