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Sobre la mesa de los intereses se enarbolan calcetines guachos como principios...‏

Negociar
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 6 de enero de 2008

Los principios gozan de un prestigio inmerecido.

Se les supone puros, transparentes y precisos.
El mundo será sucio pero los principios no.

La verdad es que los principios sólo han servido
para dar nombre a nuestros prejuicios
y justificar nuestros intereses más egoístas.

Una mesa de negociación funciona así:

Cubriendo la mesa,
como un montón de calcetines guachos,
se extienden los principios.

En torno a la mesa se sientan los intereses.

El negociador nunca debe
mencionar un interés particular,
en su lugar debe invocar un principio.

El arte de la negociación
consiste en escoger
el principio adecuado.

Así, en cuanto un gremio
ve amenazada su clientela
por una nueva política pública,
se dedica a buscar
con la mirada el principio adecuado.

Recoge un calcetín...
libertad de expresión, no le sirve,
lo devuelve... recoge otro...
libre competencia, este podría servir.

Lo sacude y lo esgrime
ante el resto de la mesa,
como un valor sagrado:

"¿Y dónde queda el principio de la libre competencia?", interroga.

El contrincante revuelve la mesa
hasta encontrar el calcetín adecuado: equidad.

"Mi adversario tiene mala memoria -responde-
¿no era él quién defendía hace poco el acceso equitativo?"

Las inmobiliarias
no quieren hacer negocios,
sino densificar la ciudad,
los paparazzi sólo defienden
el derecho a la información,
el afectado se escuda
en el derecho a la privacidad,
unos defienden el sagrado principio
de la lealtad al partido
y los otros el sagrado principio
de la objeción de conciencia,
uno abofetea con el principio
de la igualdad de oportunidades
y recibe de vuelta el principazo
del derecho a beneficiarse del propio esfuerzo.

¡Cuánto más eficientes serían los acuerdos
si se despejara la mesa de trapos viejos
y se los reemplazara por intereses explícitos,
por honestas tazas de té!

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