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El vértigo con el que el tiempo se extingue‏

Al otro lado de la brecha
por Roberto Merino
Diario Las Últimas Noticias
Lunes 13 de octubre de 2014

Me encontré hace poco 
con un amigo a quien no veía 
desde hace demasiados años.

Muchas veces, en ese lapso,
hemos manifestado 
la intención de encontrarnos
y no ha sido posible.

El día a día 
es una carrera contra algo,
contra el tiempo
o contra la propia sombra
proyectada en la vereda,
o lo que sea, el hecho
es que las buenas intenciones
son generalmente superadas
por una realidad 
que les pasa por el lado.

Es posible que esta percepción
marque una brecha real 
entre las generaciones,
entre los que viven
con el aval del tiempo venidero
y aquellos otros a los que
el crédito se les agota
sin posibilidad de renegociarlo.

Muchas de las fronteras marcadas
socialmente entre viejos y jóvenes
son ficticias e interesadas,
pero me parece que ésta es real.

El vértigo con el que 
el tiempo se extingue 
es un tipo de experiencia
imposible de comunicar 
a quienes no han tenido 
ni trazas ni vislumbres del fenómeno.

A menudo es difícil también
comunicar el calibre exacto
del estado de ánimo
con el que uno enfrenta
diariamente el mundo.

Yo mismo me he hecho
una fama injusta 
de amargado y antisocial 
sólo por no suscribir
ciertas opiniones colectivas.

Es extraño,
ya que todas las mañanas
siento una alegría lumínica
de estar enchufado en la existencia,
y me gustan la gente y los chismes
y los pelambres y el ruido
de una actividad constante, extendida:
el sonido del viento,
el zumbido atemperado de la ciudad,
gritos y risas en la distancia.

Quizás por una cuestión de edad,
por el sedimento de escepticismo
que va dejando el paso de los años,
la iniciativa de cambiarle 
el nombre al cerro Santa Lucía
por el de Huelén me ha parecido
descaminada, parcialmente demagógica.

Escribo "parcialmente" porque dudo
que el común de la gente
esté interesada en estas cosas
y me da la impresión de que
es más bien cuestión 
de políticos y de "intelectuales".

La pregunta que surge ante 
cualquier cambio de nombre
es: para qué.

Sobre todo considerando
que ya nos habíamos acostumbrado,
que hemos pasado quinientos años 
acostumbrándonos al nombre
que eligió Pedro de Valdivia,
que en porcentaje simbólico
debe ser más constitutivo
de nuestra identidad
que el pueblo mapuche.

En fin, Huelén
es una palabra muy bonita,
pero me ronda el para qué.

Me opondría igualmente
a que la cambien el nombre
a Tobalaba, a Apoquindo, a Vitacura,
todas ellas palabras indígenas
o, como se dice hoy, "originarias".

Si la palabra Huelén estuviera
tan significativamente ligada
al espíritu del cerro,
todo el mundo le diría así,
aunque la autoridad insistiera
en lo de Santa Lucía,
tal como se le dice
Alameda a la Alameda
y no Avenida Bernardo O'Higgins.

Me fui del tema inicial, como siempre.

Quería señalar 
que una buena manera de detener 
el vertiginoso paso del tiempo
es promover en nuestras vidas
aquellas actividades 
en las que el tiempo 
parece estirarse 
como un chicle infinito:
asistir a conferencias, 
ver películas en el canal de cine-arte, 
hablar con tipos pomposos, infatuados 
y rebosantes de conocimiento.

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