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Ridícula la micro, cuarenta cabezas saltando al unísono...‏

Quinta columna
Moverse
Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras, Domingo 13 de noviembre de 2005

Nos detenemos en una esquina a ver pasar los autos.

Luego de un rato -así como una palabra
pierde su sentido si la repetimos cien veces-
el conductor atrapado
se nos aparece en toda su ridícula condición.

No importan las insignias del capó,
siempre será ridículo ver a un hombre
acomodado en el centro
de una tonelada de fierro autopropulsado,
controlando el ruidoso artefacto
con ayuda de manubrios y palancas,
detenido entre cientos de máquinas similares,
esperando la señal luminosa que lo autorice a seguir.

No se salva ningún vehículo.
Todos ridículos.

Ridículo ir de pasajero
en un taxi conducido por un desconocido,
indigno para el chofer, indigno para el pasajero.
Ridícula la micro, cuarenta cabezas saltando al unísono.

Ni hablar de esa huincha transportadora
de mano de obra que es el metro,
que regurgita ciudadanos recién lavados
a los pies de sus lugares de trabajo
y los devuelve por la noche
a sus casas, sucios y arrugados.

Mientras dura el viaje,
se les intenta exprimir una última gota,
avisos les ofrecen detergente,
quitacallos o tumbas en el cementerio.
¿Cómo transportarse?

Porque no será la bicicleta
la que devuelva al hombre su dignidad.

Ridícula la bicicleta,
con su ser humano en equiibrio,
pedaleando sobre un ingenio de poleas y engranajes.
Peor si luce un coqueto gorrito aerodinámico de polipropileno.

Desplazarse será siempre un acto ridículo.

Excepto caminar.

El único digno,
el caminante que se desplaza
con las piernas que Dios le dió.

El pobre caminante amenazado,
cada año le quitan otro metro de vereda.

"¡Cómo se te ocurre atravesar aquí,
cuando a sólo cinco cuadras
te hemos construído un flamante túnel subterráneo!"

Peatón lo llaman, le gritan por el camino.

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