Siempre el mismo libro
Pocas veces en la historia se ha podido apreciar que la Academia Sueca enmiende un llamativo error de juicio. Pues eso fue precisamente lo que ocurrió ayer: concediéndole el Nobel de Literatura al francés Patrick Modiano, los suecos contribuyen a que el público olvide la tremenda injusticia que significó haber premiado, en 2008, a J.MG. Le Clézio, un escritor, también francés, que no le llega ni a los talones a Modiano. Casualmente, una de las frases clave en la obra de Modiano guarda relación con lo anterior: “Lo que cuenta no es el porvenir, sino el pasado”.
La literatura de Modiano es monolítica. En este sentido, no hay riesgo en afirmar que él escribe siempre el mismo libro. Me explico: valiéndose de tres grandes obsesiones literarias (los recorridos por las calles de París, la reconstrucción de una personalidad nebulosa y el retorno en el tiempo a la Francia ocupada por los nazis), Modiano creó un universo autosustentable que admite múltiples visitas, cruces de una novela a otra e incluso diferentes versiones. Misteriosamente, sus obras jamás aburren ni dejan de sorprendernos.
La clave de todo esto, vaya novedad, se encuentra en el lenguaje. Modiano es uno de los pocos autores contemporáneos que maneja los sentimientos de sus personajes por medio de hilos expresivos inusuales, como los silencios, los diminutos giros momentáneos o un enorme despliegue de identidades morosas. Desde el comienzo, desde que Raymond Queneau descubrió su particular talento y decidió publicar su primera novela en Gallimard, el año 1968, Modiano optó: no se dejaría seducir por el camino fácil que ofrecía la palabrería férrea, estentórea o grandilocuente. Y, claro, no erró la apuesta.
Al distinguir a Modiano, la Academia Sueca ha premiado la persistencia como virtud, la convicción extrema como único norte posible. Las novelas En el café de la juventud perdida, Calle de las tiendas oscuras y El horizonte (publicadas, respectivamente, en 2008, 2009 y 2010) tienen muchas similitudes entre sí, pero ninguna empequeñece a la otra. Para el lector, el encanto reside en un provechoso retorno a la familiaridad.
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