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Nueva Medianía

FERNANDO VILLEGAS, /Chile Day

Nueva Medianía


Un columnista del “Financial Times”, ilustre y venerable publicación británica de temas de negocios, acaba de motejar a nuestro país como uno que ha caído en la vieja práctica, tan latinoamericana en la usual mirada desdeñosa de los europeos, de la mediocridad. Jugando con el nombre de la coalición gobernante, ha hablado de la “nueva mediocridad”. El artículo causó conmoción en el ministro Arenas y su séquito, quienes en esos mismos días se hallaban en Londres intentando vender la idea de que Chile es un lugar hospitalario para el capital extranjero, nación donde ninguna nubecilla empaña el firmamento de nuestra felicidad. Fue, desde todo punto de vista, una acusación injusta. Hecha desde la comodidad de un escritorio y apoyada tan sólo en datos sospechosos, como lo son los del Banco Mundial y otras organizaciones del mismo jaez, es evidente que fue perpetrada con precipitación y negligencia. Si se lo hubiera pensado mejor, el columnista habría comprendido que no puede calificarse de mediocre una performance que en sólo seis meses ha hecho tropezar gravemente un modelo que llevaba 30 años o más en marcha de casi ininterrumpido crecimiento. El que con tan relampagueante velocidad se pongan en menos de un año las bases para un nuevo modelo donde reinará la justicia, la equidad, la igualdad, la educación de calidad y la soberanía de la calle, todo eso a costa de tan sólo 4 o 5 puntos menos de crecimiento, es, al contrario, un inmenso mérito y excepcional muestra de gestión exitosa. 
Destino Inexorable
En un plano conceptual, basal, el error más grave del columnista es suponer que en materias de gobierno y de Estados exista o pueda existir un nivel de excelencia desde el cual, si hay una mala gestión, se caerá en la mediocridad. No existe, en política, dicha excelencia. No importa cuán brillante, voluntarioso, enérgico o hasta genial sea un gobernante, el ejercicio de gobernar se celebra inevitablemente interactuando con miles de personas repartidas en cientos de departamentos de la administración del Estado, esto es, con un agregado poblacional suficientemente masivo como para que sea dominado inexorablemente por las leyes estadísticas, las cuales, expresadas matemática y concisamente en la llamada “campana de Gauss”, nos hacen saber lacónicamente, con números, el hecho por lo demás por todos conocidos que la mayoría de dichos agregados están constituidos por personas “normales”, esto es, situadas al medio de la distribución de los talentos, en el montón donde sólo relucen las modestas virtudes del hombre y mujer común y corriente. En breve, toda iniciativa salida de labios o decretos del más sabio de los seres humanos no podrá materializarse sin el concurso de una masa innumerable de individuos sólo medianamente inteligentes -o menos-, medianamente diligentes, medianamente esforzados, medianamente corruptos y oportunistas y apenas medianamente interesados en el Bien Común. De esa oscura interacción no puede salir nada brillante o de excelencia, sino un baturrillo donde se mezclan confusamente intereses contrapuestos, ideas superficiales, transacas políticas, ejecuciones mediocres o incluso incompetentes, demoras, torpezas y los lastres perennes de la corrupción y el saqueo de los bienes públicos.
Bien nos decía Alejandro Foxley, cuando era ministro de Hacienda, que “apenas una iniciativa cruza el umbral de mi oficina cae en un pantano de lentitud, incompetencia, mal entendimientos, demoras insufribles, egoísmos surtidos y al final, con suerte, luego de pasar por ese filtro todo se hace a medias…”. 
No sólo Chile…
Más aún, lejos está Chile de ser caso único de mediocridad. El articulista debió mirar su propia casa. La medianía es factor permanente -o lastre- en todos los asuntos de todas las sociedades de todas las épocas y aun con mayor prevalencia en los ámbitos de la política, donde escasean aún más que en otras partes las mentes brillantes y abundan más que en todo otro lugar las feas ambiciones, codicias y vanidades de la especie. Alemania, a la que se presume sociedad eminentemente capaz, diligente y trabajadora, incluso en sus tiempos de guerra, esto es de vida o muerte, dio muestras, en su gestión estatal y militar, de los más colosales signos y actos de incompetencia, desorganización y mediocridad pura y simple.
En breve: en la gestión política NUNCA hay excelencia. NUNCA. Debemos contentarnos, en los buenos tiempos, con gozar de la mediocridad. De esta condición todos sabemos mucho y tenemos sobrada experiencia: lidiamos con ella día a día, con la nuestra y la del prójimo, con las innumerables e indescriptibles necedades que son su materia prima, con las manifestaciones infinitas de su fea cara en la cual se integran a la perfección la estupidez y el interés egoísta. Lo que sí debemos temer es la caída desde la mediocridad a la incompetencia.
El personal
¿Qué mantiene a una sociedad en un nivel aceptable de medianía en vez de en uno -a la venezolana- de crisis, derrumbe económico, agitación, vociferaciones y ataques a las personas? En parte depende del personal a cargo del Estado. La medianía no excluye la competencia profesional nacida de la práctica, experiencia y buena voluntad. Servidores públicos que están largos años en sus puestos no necesitan ser genios deslumbrantes para hacer su pega al menos con un nivel tolerable de eficiencia. Si en cambio lo que tenemos es una invasión masiva de hordas de mediocres que no ofrecen otro mérito que su camaradería política, su género, amistades y relaciones familiares, entonces “Houston, we have a problem…” Un email que circula en estos días en Internet detalla los méritos familiares de docenas de señoras -“las Damas de Rojo”, dicen los chistosos- que han llegado a cargos de primera, segunda y tercera línea por el hecho de ser hijas, primas, hermanas, parejas, esposas o amantes de tales o cuales caballeros -quienes, a su vez, en un momento previo fueron primos, hermanos, esposos, etc. de otros incumbentes- podría ser ejemplo de eso. Agréguense los caballeros en las mismas condiciones, muchos de ellos sesentones y setentones de izquierda no renovados sino reciclados, gente que no se convirtió en corre-ve-y-diles de la política, las empresas, el lobby y los negocios, sino mantuvieron la boca cerrada a la fuerza o por conveniencia y que, ahora, al fin tienen la oportunidad de resucitar las frases e idiotismos que espetaban a los 13 años frente al consulado norteamericano. Son quienes cuya doctrina política se resumía, en esos años, en la expectoración “¡Yanquis Go Home!” y que con el tiempo, conduciéndolos de la mano a su actual senectud, no han olvidado nada ni aprendido nada. Son tipos como el embajador en Uruguay, notable ejemplo de los ancianos de esa categoría mental y visceral.
“Aurea Mediocritas…”
Uno que otro poeta de la antigüedad clásica romana -Horacio, por ejemplo- calificó a la medianía como el camino áureo, dorado, el que conduce a la paz y el contentamiento, el que está al medio entre los extremos. Los griegos, a su vez, miraban con desconfianza el exceso. El exceso era para ellos irse a un extremo y pagar después un doloroso precio, la retribución o “némesis”. Todas las tragedias clásicas de Grecia se basan en ese tema, la “hubris” castigada por Némesis.
Lamentablemente vivimos unos de esos períodos revolucionarios donde el sólo hablar de modestas y bien pensadas reformas suena a traición, conspiración derechista, incluso fascismo. Ya no va quedando ciudadano, fuera de las filas de la NM y aun dentro de ella, que no sea “facho” sino enarbola el puño y repite las consignas oficiales que definen y resuelven de un paraguazo todos los temas. En un clima así la “dorada medianía” es anatema. ¿No oímos a cada momento a ciertos señores hablando de aprovechar la oportunidad histórica? En realidad, debiéramos decirle al articulista británico,Chile está necesitando una “Nueva Medianía”. Nuestro problema no es el estar cayendo en ella, sino alejándonos de ella.

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