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Top chef: sobrevivir bajo presión constante‏

ÁLVARO BISAMA, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/10/12/ALVARO-BISAMA/TOP-CHEF-BAJO-PRESION/Top-Chef

Top chef: bajo presión



“No puede ser que el líder del equipo no sepa el porcentaje de grasa que tiene su longaniza”, le dice Carlo von Mühlenbrock al líder de uno de los equipos de cocineros que compiten en el segundo capítulo de Top chef. La pregunta no es retórica ni es un chiste de Ernesto Belloni. Todo sucede en la calle, en la Estación Central. Cien personas, venidas en tren desde Chillán, incluido el alcalde, votan. El programa detalla el proceso: el acto de cocinar en público, la lucha contra el tiempo, los roces de los equipos, los comentarios de la gente, la votación. Contra todo pronóstico, gana el equipo con la peor evaluación técnica. En pantalla, la alegría, la sorpresa y la decepción lucen verdaderas.
Quizás este sea el mejor mérito de Top chef como reality, aquel gesto de poner en escena la ambición de los participantes, todos profesionales que se someten a los comentarios de unos jurados expertos que pueden ser brutales o acogedores, pero jamás displicentes. Aquello se nota y se agradece. Top chef carece de humor y tiempos muertos, pero esa es quizás su gracia, al hacer que la intensidad de lo real y cierto vértigo inesperado sean capaces de amplificar la batalla de personalidades que tal vez es el centro secreto del relato. Ahí, como no veíamos hace tiempo, cualquier nota humana está puesta al servicio de la técnica, como si una fuese espejo de la otra. El ejemplo más claro es Quersen Vásquez, un viejo chef de matinales que vuelve ahora cubierto con un aura de redención simbólica después de estar perdido varios años y que ya comienza a provocar fricciones con el resto de los participantes. El casting de los jueces (Von Mühlenbrock, Pamela Fidalgo y Ciro Watanabe) es también acertado gracias al hecho de que puedan comportarse a la vez de modos tan taxativos como ambiguos, tan coercitivos como acogedores. Aquello le da sentido e identidad al programa, zurciendo algunas reputaciones y enterrando otras, al escenificar las guerrillas secretas entre la vieja y la nueva cocina.
Así, si bien se pueden objetar algunas cosas (los colores de la fotografía de TVN, ciertos ripios de montaje, la elección de Julián Elfenbein como animador), lo que queda del programa es la velocidad quebradiza y una sorpresiva violencia. Top chef no es tanto sobre cocina como sobrevivir bajo presión constante. Que se trate de cocineros profesionales no sólo determina el nivel de exigencia de las pruebas, sino que pone en pantalla extrañas batallas de ego que nunca explotan y aparecen como una tirantez permanente -mascullada y anticlimática- que le da sentido al show.
Por lo mismo, vale la pena verlo. Desde hace un buen tiempo que TVN no le acertaba en un reality y quizás lo interesante de Top chef sea que justamente lo hace poniendo en pantalla lo contrario a lo que se espera del formato. Basta ver el primer capítulo; ahí, el cocinero Ricardo David, apodado “Gigi”, fue eliminado al final del show. “Gigi” era pura carne de reality: se refería a sí mismo en tercera persona, tenía cero respeto por sus compañeros y se consideraba a sí mismo una especie de genio que recordaba, en su tono de voz, a los peores momentos del Negro Piñera. Hace cuatro o cinco años, “Gigi” hubiera sido la estrella instantánea que 1810 o Pelotón requerían. Pero en Top chef no hubo problema en sacarlo de un viaje. Que en ese momento final del episodio compitiera con un chef discapacitado poco importaba, los tiros iban por otro lado. “Gigi” no daba con el ancho, no tenía el tono, sus platos lucían extraños y horribles en pantalla. De este modo, en la decisión de eliminarlo radicaba el espíritu del show: evitar el estallido y vadear cualquier caricatura, aumentando esa tensión silenciosa que electrifica Top chef y lo vuelve una de las  sorpresas de esta temporada.

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