El error de Carlos Peña
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Velasco es un economista profesional y tiene el derecho a ganarse la vida como tal.
Con el correr de los años, el filósofo Carlos Peña se ha transformado en el “Pepe Grillo” chileno. Armado de un manual de ética y de un catálogo de citas de Kant, Peña imparte juicios sobre la moralidad de tirios y cartagineses. Sus veredictos son certeros, ingeniosos y penetrantes; mucha gente los espera, semana a semana, con una mezcla de ansiedad y anticipación.
Pero a pesar de su agudeza, Peña a veces se equivoca. Esto es lo que sucedió hace unos días con sus comentarios sobre el caso Penta y Andrés Velasco.
Según Peña, el error de Velasco es haber mezclado lo técnico con lo político. Al centrar su programa de gobierno en sus ideas económicas, Andrés Velasco habría transformado cualquier discurso profesional en un discurso político. Por tanto, prosigue el filósofo, cuando una empresa lo contrata para hacer una presentación sobre economía, lo que Velasco está haciendo es un planteamiento político. Y como las empresas no pueden financiar la política, esta situación sería, por decir lo menos, problemática.
Pero Peña está equivocado: su argumento ignora tres principios básicos sobre los que descansan todas las democracias modernas desde, a lo menos, la Revolución Gloriosa de 1689. Estas son la libertad de contrato o trabajo, la libertad de expresión y la presunción de inocencia hasta no ser declarado culpable por una corte que haya seguido el debido proceso.
Andrés Velasco es uno de los economistas más respetados del mundo. Sus opiniones son recabadas por jefes de Estado, funcionarios internacionales, empresarios, políticos en aprietos y otros académicos. Andrés Velasco es un economista profesional y tiene el derecho a ganarse la vida como tal. Ya sea dando charlas o dispensando consejos a sus clientes. Velasco no es un hombre de recursos. Desde que dejó el Ministerio de Hacienda ha trabajado en su profesión para mantener a su familia. Lo ha hecho abiertamente y sin conflictos. Este es un derecho establecido en casi todas las constituciones del mundo. Por ejemplo, en EE.UU. este acápite constitucional se conoce como la “Cláusula de Contrato” y ha sido usada por la Corte Suprema para proteger los derechos de los ciudadanos. En Alemania esta protección aparece en el artículo 12 del Libro I; en Italia, en el artículo 4; en Japón, en el capítulo 3, artículo 22; en Suiza, en el artículo 27 del título primero, y en Suecia, en el artículo 2.17. La propia Constitución chilena establece esta protección en el capítulo 3, artículo 19.
Objetar que Velasco ejerza su profesión por el solo hecho de ser candidato es como impedir que un filósofo que se dedica a la política escriba columnas de opinión, o que un médico-candidato que desea mejorar la calidad de salud labore en un hospital privado. Plantear que quienes tienen ambiciones políticas no pueden trabajar libremente en los ámbitos de su elección es un error; también -y esto es mucho más grave- es de un autoritarismo aterrador. Ninguna corte del mundo aceptaría estos argumentos. Tampoco debieran aceptarlo los guardianes de la moral ciudadana.
Pero hay más. Las democracias modernas protegen la libertad de expresión, y tal como Carlos Peña puede decir lo que se le antoja, Velasco puede opinar libremente sobre las materias que quiera, incluyendo las que son de su competencia profesional. Que lo haga en un salón de conferencias, en una sala de clases, en un foro televisivo o en una sucesión de columnas dominicales es irrelevante.
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