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Cuchillos y peñascazos


por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes & Letras,
Domingo 28 de septiembre de 2008
http://blogs.elmercurio.com/cultura/2008/09/28/cuchillos-y-penascazos.asp#comments


¿Cómo puede una persona pegarle a otra con un bate de béisbol hasta quebrarle la cabeza? ¿Qué hace a un hincha de fútbol sacar una quisca y mandarle seis estocadas al de la barra del lado? ¿Por qué le tira alguien un peñasco al auto que pasa por la carretera? Y ni siquiera tratemos de entrar en la cabeza de un abusador de guaguas, allá adentro no reconoceríamos ni las sombras de un paisaje familiar.

Es cierto que la explicación de estos comportamientos chocantes no es una ni es simple, pero tampoco es una infinita cantidad de causas, ni se trata de un problema inabordable.

Gran parte de estos hechos ocurre con la sangre saturada de sustancias químicas: etanol, clorhidrato de cocaína, o las más naturales adrenalina y noradrenalina. Pero esta explicación no basta.

Se menciona también la exclusión social. De acuerdo a esta explicación, si a alguien se le excluye del sistema lo más natural es que tome una botella y prepare una molotov. No me la compro completamente. Si yo fuera un marginal sin horizonte, sólo me darían ganas de preparar la molotov cuando viera en la tele a una funcionaria paternalista exigiendo oportunidades en mi nombre. Entonces respondería como respondió el poeta Rimbaud siendo aún niño: "Yo no quiero ningún puesto... los puestos que os ofrecen son de limpiabotas, o porquero, o boyero. Además os hinchan a insultos por toda recompensa, os llaman animal... pedazo de hombre..."

Tampoco hay que olvidar la falta de cariño. Y más. Cada una de estas cosas es un ingrediente en la cazuela de la violencia, pero la presa de esta cazuela es la incapacidad de vernos en el otro. Porque si me veo en el hincha de la barra del lado, no le entierro la quisca. Ni arrojo una piedra a un auto si veo en el conductor a mi hermano. Sólo puedo golpear a otro con un bate si lo veo como una cosa, como un pushing-ball.

Si esto es verdad, y en la base de la violencia está la incapacidad de vernos en el otro, entonces el problema es la falta de imaginación. ¿Y dónde conseguir imaginación? ¿La venden los chinos? ¿Cuál es el músculo de la imaginación? ¿Cómo entrenarlo? El mejor método que conocemos es la identificación con el protagonista de un relato. Y para ello tenemos que enseñar a leer a nuestros niños, a todos ellos. No importa que no aprendan a enumerar cuatro causas de la independencia o a calcular el interés compuesto, pero tienen que entrenar a tiempo el músculo ese que nos coloca en el pellejo de otro. Y antes de los 12 años, después es demasiado tarde. ¿Qué leer? Cosas entretenidas, suspenso, aventuras, ¡pardiez! El cuento de un ogro que devora a un niño contribuye más a mejorar la sociedad que los relatos políticamente correctos que hoy se escriben por encargo de aburridos pedagogos. La corrección política no se enseña, es consecuencia de la imaginación.

No es cómodo buscar funciones prácticas para la literatura, pero frente a tanto coscacho y tanto muerto en la tele, podríamos considerar esta.

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