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Las buenas prácticas.

ÓSCAR CONTARDO, DIARIO LA TERCERA, DOMINGO 12 DE OCTUBRE DE 2014HTTP://VOCES.LATERCERA.COM/2014/10/12/OSCAR-CONTARDO/LAS-BUENAS-PRACTICAS/metro2



Hay personas que parecen levitar. Criaturas que se desplazan flotando sobre una alfombra invisible que las mantiene a distancia prudente de las manchas de la realidad, de aquel ambiente que el escritor Philip Roth describiera como el imperio del “Dios del Pequeño Lugar”: la comarca de los comunes y corrientes dominada por el chismorreo, la acritud, el hastío y las mentiras. Es como si una condición mental involuntaria se apropiara de ellas y las envolviera depositándolas en un frasco al vacío, libre de gérmenes con la mirada perdida en la perfección. Lo propio de estas criaturas no es la soberbia, sino algo más profundo y contundente: una impecable alineación entre la experiencia vital del privilegio, el brillo del propio talento, la tenacidad de una voluntad bien ejercitada y la confianza en el propio criterio. Todas virtudes que como en un juego de luces y espejos no dejan espacio para las sombras que arrojan las dudas ni lugar para las heridas. El mundo, para ellos, es un sitio preparado de antemano para recibirlos. La sensación física de resistencia ambiental parece serles apenas perceptible; frente a tamaña combinación de atributos no queda más que rendirse, escuchar, aprender, admirar.
Existen, por otro lado, los comunes y corrientes, con virtudes escasas, aquellos que en lugar de una alfombra voladora sobreviven a la aspereza de un territorio amenazante que no les ha dado más que desafíos, un camino minado para alcanzar apenas lo suficiente. La experiencia del privilegio está reducida a un fugaz golpe de suerte: el día en que la fila del banco avanzó veloz, la tarde en que el carro del metro no iba tan lleno, el año en que nadie de la familia se enfermó. Aquí las luces suelen ser tenues y los reflejos del éxito propio opacos y efímeros. La distancia que hay entre las criaturas que parecen levitar y el resto es similar a la que existe entre la teoría y la práctica; entre un ensayo académico sobre la pobreza y la miseria cotidiana como forma de vida; entre un candidato que aspira a lograr la presidencia con la artillería del conocimiento técnico de vanguardia y la estética de la modernidad -tomando distancia de los inconvenientes profanos- y un aspirante a presidente que enfrenta las pequeñeces como parte de un camino que las supone.
La muchedumbre tiene expectativas que pueden parecer extrañas: esperan que sus líderes respondan a rumores, que tomen decisiones, que se muestren preocupados por aquello que a los comunes y corrientes inquieta. Y las inquietudes abundan en una sociedad como la nuestra, donde la justicia, para muchos, es un asunto que existe sólo en el papel y la sensación de ser víctimas de un abuso es algo inevitable y cotidiano y no una simple sospecha. A pesar de esto los comunes y corrientes quieren ser tomados en serio. La tarea de quien aspira a representarlos no es simplemente de seguir el juego, ni impostar un interés vacuo en sus dudas por muy insignificantes que parezcan, sino saber interpretar que incluso en la imperfección ajena –su ignorancia, su tosquedad- hay una realidad digna de atender, una explicación que ofrecer una duda que aclarar. Sobre todo si lo que se espera es conseguir de ellos algo más que su admiración: su confianza, y sobre todo, su voto. Es la distancia entre el brillo estridente de la aristocracia y los tenues destellos de la democracia.

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