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Nuestra predilección por los prados obedecería a un primigenio recuerdo de las praderas de la región en donde sucedió parte importante de la evolución de la especie (la sabana africana)‏

Las praderas humanas

"Sucede que el espacio público se vive con el cuerpo. Descalzarse y recostarse sobre una mullida alfombra de césped equivale a una caricia para el espíritu. Y cuando la ciudad nos priva del sublime contacto con el agua, el frescor del pasto se ofrece como dócil sustituto..."


Muchos paisajistas se empecinan en señalar que el pasto es un "error cultural", que no le corresponde a nuestro clima y que la gente que lo disfruta debiera educar sus majaderos instintos en el gusto por la vegetación de zonas áridas. Nuestro paisaje xerófito es indudablemente bello, pero, cuando se consulta a los usuarios cómo sueñan su parque, todos coinciden en solicitar enormes y verdes praderas. 

Sucede que el espacio público se vive con el cuerpo. Descalzarse y recostarse sobre una mullida alfombra de césped equivale a una caricia para el espíritu. Y cuando la ciudad nos priva del sublime contacto con el agua, el frescor del pasto se ofrece como dócil sustituto. La fe de los citadinos en aquellos poderes restauradores es socialmente transversal, pudiendo verificarse cada fin de semana en cada uno de nuestros parques.

Cálculos mediante, se propone dosificar el césped en la ciudad y contener un supuesto despilfarro en riego. Efectivamente resulta un sinsentido si se usa agua potable, sin embargo, la mayoría de los parques cuentan con derechos de agua. Así, el líquido que no se bebe la hierba, vuelve a la napa, por lo que el desperdicio es en realidad un ciclo virtuoso. Por el contrario, las praderas tienen una dificultad de mantenimiento mínimo, comparadas con otras jardinerías que requieren reposición y limpieza constante. La ecuación perfecta es una pradera útil, no ornamental sino llena de gente haciendo uso de ella. 

Nuestra geografía nos ofrece muchas alternativas de disfrute natural, pero el beneficio social que otorga una gran pradera conectada al cotidiano no tiene sustituto; por más que sofistiquemos nuestros gustos. Aquella fijación con el pasto es explicada por el biólogo Gordon Orians (1992) mediante la denominada "hipótesis de la sabana": nuestra predilección obedecería a un primigenio recuerdo de la región en donde sucedió parte importante de la evolución de la especie. No coartemos, entonces, esa obstinada búsqueda de humanidad en el paisaje.

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