Perfil Nobel de Literatura
Patrick Modiano, el investigador del olvido
por Roberto Careaga C.
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 12 de octubre de 2014
Modiano lleva más de medio siglo
explorando los contornos íntimos
de la memoria y el olvido
en pequeñas novelas
hechas de dudas y nostalgia.
No es la ocupación histórica
la que describo en mis tres primeras novelas,
es la luz incierta de mis orígenes.
Ese ambiente donde todo se derrumba, donde todo vacila.
Los ecos de una desgraciada patria perdida.
Se dice que al menos
los lugares conservan
una leve huella de las personas
que los han (des)habitado.
Si toda aquella época
sigue aún muy viva en mi recuerdo,
se debe a las preguntas
que se quedaron sin respuesta…
La política no es más que
una torpe simplificación de las cosas.
El tema de Modiano
no es la Historia, sino la identidad.
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Reservado y ajeno a las modas,
el escritor francés
que el jueves premió la Academia Sueca
es autor de una treintena de novelas
que exploran los mecanismos de la memoria.
En el corazón de su obra
late la oscura vida de París
durante la ocupación alemana.
Tiene una par de cajas llenas de fotos y documentos.
Algunos libros, una agenda vacía y una carta.
Son piezas de un puzzle
que va recogiendo de manos de solitarios
con los que se da cita en cafés de París.
Inmigrantes, bohemios,
perdedores que alguna vez lo conocieron.
El ya no sabe quién es.
Guy Roland es un detective amnésico
que en la última misión intenta averiguar su pasado.
También quiere saber su verdadero nombre.
Protagonista de la novela
"Calles de las tiendas oscuras" (1978),
en su ruta probablemente resume
todas las obsesiones del escritor Patrick Modiano:
avanza por laberintos parisinos
reconstruyendo una historia
sumergida entre las sombras
de la Ocupación alemana
durante la Segunda Guerra Mundial.
Autor de una treintena de libros,
Modiano (1945) lleva más de 50 años
explorando los contornos íntimos
de la memoria y el olvido
en pequeñas novelas
hechas de dudas y nostalgia.
Ajeno a todas las modas
que han sacudido
a la literatura francesa
en las últimas décadas,
el autor de "La trilogía de la ocupación"
es un gigante de "legendaria discreción",
como dijo su editor, Antoine Gallimard,
que el jueves repetía una palabra: "Irreal".
Modiano también estaba sorprendido
por haber recibido el Premio Nobel de Literatura.
Premiado "por el arte de la memoria
con el cual ha evocado los más inasibles
destinos humanos y desvelado la vida cotidiana
en los años de la ocupación",
según dijo la Academia Sueca,
Modiano es un vecino del barrio parisino
de Saint-Germain-des-Prés,
que aunque ha coqueteado con el cine,
organiza su vida en torno
a las dos o tres horas diarias que escribe,
según él, el mismo libro:
"Siempre es alguien que busca a alguien,
o alguien que intenta recuperar las huellas de alguien.
Siempre es así. Y siempre es inconsciente",
decía hace unos años.
La luz incierta
Pero en los inicios, Modiano fue otro.
Fue explosivo.
Bordeaba los 20 años
cuando se asomó, lateralmente,
al universo literario.
A través de su madre
llegó hasta la casa
del escritor Raymond Queneau:
necesitaba ayuda en geometría,
y el escritor se la dio
en clases particulares.
La relación matemática cambió
cuando Modiano se atrevió
a mostrarle el manuscrito
de su primera novela,
"El lugar de la estrella".
"Violenta", dijo Queneau, y tenía razón.
Ambientado durante la Ocupación,
es la historia de Raphaël Schlemilovitch,
un judío antisemita y colaboracionista
que dilapida una herencia millonaria
e intenta ser un escritor provocador.
Publicada en 1968,
"El lugar de la estrella"
puso de inmediato a Modiano
en el mapa literario francés
y le abrió una zona
por la que transitó
en las dos siguientes novelas:
"La ronda de noche" (1969)
y "Los paseos de la circunvalación" (1972),
que también son retratos del submundo parisino
de la Ocupación en que
escritores, ladrones y vividores
"pueden traficar con oro,
alquilar pisos para vender los muebles,
cambiar diez kilos de mantequilla por un zafiro, etc.
Con la noche y la niebla
se ahorra uno tener que darle cuentas a nadie".
En conjunto forman
"La Trilogía de la Ocupación",
la médula de la obra de Modiano.
Los ecos de una desgraciada patria perdida.
"No es la ocupación histórica
la que describo en mis tres primeras novelas,
es la luz incierta de mis orígenes.
Ese ambiente
donde todo se derrumba,
donde todo vacila",
diría el escritor mucho después.
Hacía referencia a su primera infancia,
pero sobre todo al mundo
en que se vieron por primera vez sus padres:
justo antes de la guerra,
en una sala de cine
donde también estaba
un agente de la Gestapo
y un distribuidor del mercado negro;
ahí se vieron el comerciante judío
Albert Modiano y la actriz
de origen flamenco Lucia Colpjin.
"Soy un producto de la Ocupación.
Mi padre y mi madre
vivieron en medio de un caos absoluto",
contó hace una década, cuando lanzó sus memorias,
"Un pedigrí".
Recuerdos falsos
Plagadas de referencias a su vida,
en las novelas de Modiano
suelen aparecer
los enigmáticos amigos de sus padres.
Son la sustancia de los personajes
de "Calles de las tiendas oscuras",
ganadora del Premio Goncourt 1978.
Novela negra de alcances metafísicos, fue su consagración.
Ahí el detective Guy Roland
investiga su propia memoria,
sin imaginar la posibilidad
de un crimen más que el olvido.
Anota Modiano: "Al fin y al cabo,
si nos fuera concedida la posibilidad
de recordar todo aquello que hemos olvidado,
¿es tan seguro que aceptar
fuera la opción más conveniente?
Los buenos momentos olvidados
que podríamos revivir,
¿compensarían aquellos olvidos
que por nada del mundo
quisiéramos recordar?
¿Estaríamos tan seguros
de la integridad del ovillo
como para tirar
despreocupadamente del hilo?".
Después de esa novela,
Modiano siguió girando
en torno a los ecos de la memoria.
Como dice él mismo,
escribía el mismo libro.
Variaciones, al menos.
Volvió a los días
de la Ocupación en "Dora Bruder" (1997),
una investigación novelada
en torno a un aviso en un diario de 1941:
unos padres buscan desesperadamente
a su hija de 15 años, Dora Bruder.
Modiano se entera rápido
de que la adolescente murió en Auschwitz.
Sin más datos,
completa los vacíos con especulaciones,
paralelos entre su vida y la de ella.
"Se dice que al menos
los lugares conservan
una leve huella de las personas
que los han habitado (..)
He sentido esa impresión
de ausencia y de vacío
cada vez que me encontraba
en un lugar en el que
ella hubiera vivido", anota.
También "El café de la juventud perdida",
una novela de 2007, es una investigación
que interroga recuerdos:
en medio de la agitación de fines de los 60,
un grupo de bohemios se reúne en un café del Barrio Latino;
son una especie de familia en la que Louki,
una atractiva y misteriosa veinteañera,
se convierte en el secreto objeto de deseo de todos.
Años después, uno de ellos la busca.
"Si toda aquella época
sigue aún muy viva en mi recuerdo,
se debe a las preguntas
que se quedaron sin respuesta",
se lee, mientras de fondo
los personajes entran y salen
de cafés y restaurantes
y se pierden en calles circulares.
Recuerdos falsos,
huellas en arenas movedizas,
notas al pie de la historia,
investigaciones sin destino,
de todo eso también se tratan
novelas como "Villa triste" (1976;
inspiró la película
"El perfume de Yvonne", Patrice Leconte),
"Joyita" (2003), "El horizonte" (2010)
o "La hierba de las noches" (2012).
En cada una, Modiano echa mano
de sus propias experiencias.
Cada una parece la continuación
de un universo privado
que no se vio contaminado
por los ecos políticos del Mayo del 68
ni las discusiones teóricas
post estructuralistas que coparon
la escena cultural francesa
en los 70 y 80.
No es ingenuidad,
sino una deliberada forma
de escribir al margen
de las tendencias
y de la ambición intelectual.
"En los años 60,
la gente de mi generación
que aspiraba a escribir
no estaba interesada en la novela
tanto como en lo puramente literario.
Se convirtieron en seguidores
de Barthes o Foucault o Althusser.
Yo ya tenía una visión de un novelista
que siempre me ha mantenido lejos de las teorías",
recordó Modiano hace unos años.
"Esos maestros entonces
me interesaban como personajes,
los detalles de sus actitudes,
su personalidad,
pero no del todo su forma de pensar.
Recuerdo haber conocido un día,
por casualidad, a Jacques Lacan,
y me fijé en sus gestos,
su voz, su forma de hablar.
Esto puede parecer
un poco frívolo, lo admito", agregó.
Tras cuarenta años de ficción,
Modiano la suspendió en 2004
para ajustar cuentas con su pasado,
y publicó "Un pedigrí",
una biografía de sus primeros 20 años.
Es una crónica
sobre un grupo de desconocidos
que él, siendo un niño,
miraba de reojo cómo sobrevivían
con negocios oscuros y favores silenciosos
en los días de la posguerra.
Entre una galería de aventureros
de pasados misteriosos al filo de la ley,
también estaban sus padres, dolorosamente ausentes.
"No recuerdo ningún gesto de ternura
o protección por su parte", escribe,
hablando de su madre.
"Mi padre tenía la apariencia de ser rico,
pero era un mentiroso patológico",
escribe del hombre que una vez
lo denunció a la policía como un ladrón,
para que no se lo llevaran a él.
Duro, pero no sentimental y menos lastimero,
"Un pedigrí" no tiene juicios.
A Modiano no le gustan las verdades.
Por eso se aleja de la política,
pese a tocar temas controvertidos:
"Es peligrosa para un escritor.
La política no es más que
una torpe simplificación de las cosas.
El escritor trabaja
justamente de la forma opuesta;
trata de mostrar lo oculto, la complejidad",
le dijo una vez a uno de sus célebres seguidores,
Enrique Vila-Matas.
Padre de dos hijas, abuelo de un niño,
Modiano es un hombre tímido
que prefirió rechazar una invitación
a ser parte de la Academia Francesa.
"Cuando escribes te escondes detrás del libro",
dijo el jueves pasado ante la prensa.
En su última novela,
"Para que no te pierdas en el barrio",
mezcla sus temas clásicos:
un escritor ya maduro,
contemplativo y reservado,
encuentra en la calle
una libreta de direcciones.
Buscando a su dueño,
se mueve por París
dejando que el pasado
envuelva su presente.
Quizás es la misma novela de siempre.
Modiano ya está resignado.
"Las cosas vuelven.
Es por
un sentimiento íntimo
de ausencia, de abandono.
Por eso intento buscar
las huellas de las personas", decía.
Tragedias menores, íntimas, inconclusas...
El jueves por la noche,
en la televisión francesa,
Patrick Modiano
se declaraba francamente sorprendido
de haber recibido el premio Nobel.
Esto, que podría parecer una fórmula de politesse ,
era, creo yo, una declaración sincera.
Los que seguimos a Modiano
sabemos un par de cosas.
La primera es que,
en la conversación,
no termina nunca sus frases,
a veces, incluso,
cae en silencios
que pueden parecer inexplicables.
Uno de ellos hizo historia
cuando Bernard Pivot,
el famoso periodista literario francés,
le pregunta en su programa por el color verde
en una de sus novelas, y Modiano responde, el verde...
y entra en un mutismo absoluto durante uno o dos minutos
que, en cámara, son una eternidad.
La segunda es que esa sintaxis fragmentaria,
vacilante, a veces decididamente trunca,
no es solo propia de su expresión oral,
sino que se encuentra, como un principio
compositivo, diríamos, en sus novelas.
La sintaxis de Modiano,
su frase y sus historias son fragmentos,
esquirlas de un pasado que reaparece
al azar de un encuentro:
una silueta vista de espaldas en el metro,
una vieja libreta de teléfonos
encontrada en un cajón,
el suicidio de una mujer
en un hotel contado
por un barman a alguien
que se encuentra allí por azar,
esas son los tipos de historias,
las "hebras" de la trama narrativa
que le permiten al protagonista
algo que es fundamental en Modiano: la errancia.
Pero no la del "paseante" baudelairiano,
que se constituye "con los otros" en la ciudad,
sino la del sujeto solo, sin profesión conocida,
o ejerciendo oficios subalternos,
cortado de sus raíces y de su historia.
El extranjero en una ciudad que no le pertenece.
Los personajes de Modiano
son lo contrario del flâneur de Baudelaire:
son "expulsados" y son, por eso mismo,
hombres y mujeres solos.
Hay, desde luego,
una topografía de la ciudad
en las novelas de Modiano,
esa ciudad es París -calles, hoteles, cafés-,
pero un París de barrios más bien
periféricos, nocturnos o abandonados
a la soledad de los días de verano.
Ese París es un escenario de película,
es la ciudad percibida
por esos extranjeros
de pasado dudoso y/o doloroso,
personas que han cambiado
de nombre y de vida,
personas que quieren olvidar,
pero cuyo pasado
-o "algo" de ese pasado,
una foto, una llamada telefónica,
un rostro reaparece y los atrapa.
Las novelas de Modiano son siempre una pesquisa.
Una pesquisa que tiene
más de Sófocles que de Chandler,
aunque el arte del gran escritor que es Modiano
consiste precisamente en lograr que sus relatos
se lean como novelas policiales.
Su frase, depurada, sobria,
arrastra una profunda carga poética
que surge de la evocación.
Sus personajes quieren
o creen haber olvidado y no pueden.
Hay algo de destino trágico en este universo,
sus historias son tragedias menores,
íntimas, inconclusas.
Se ha dicho mucho que el tema de Modiano
es la ocupación nazi y ese no es
sino el telón de fondo de algunas de sus novelas:
las calles del París abandonado a los nazis,
departamentos vacíos, sujetos dudosos, negocios oscuros.
Pero el tema de Modiano no es la ocupación nazi,
no es la Historia, sino la historia, la suya,
en primer lugar, la de personas como él.
Hijo de padres ausentes,
un padre de origen judío
que hace "negocios"
en el París ocupado
y a quien ve muy de tanto en tanto,
siempre en cafés o en plazas,
criado, junto a su hermano,
que muere siendo aún un niño,
por una vaga amiga de la madre,
una madre que los abandona
para dedicarse a una
"prometedora" carrera de actriz
que en realidad nunca existió...
El tema de Modiano
no es la Historia, sino la identidad.
"Escribo -decía Derrida-
porque cuando digo yo,
no sé quién es ese yo que dice yo".
Esta frase bastaría para explicar
toda la narrativa de Modiano.
Esos fragmentos de vidas,
que los personajes de Modiano
recuperan como los vidrios
de un espejo roto,
nos hablan de nuestra
propia identidad astillada en mil pedazos.
La "tragedia" de ellos es la nuestra.
Y la "tragedia" de ellos, como la nuestra,
cuando nos la contamos, pareciera ser la de otros.
Modiano le pregunta al lector:
¿estás seguro de que eres quien crees que eres?
Y esa pregunta, formulada por una voz amiga,
siempre se agradece.
Quizás esa sea una
de las cualidades
de la gran literatura.
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Tragedias menores, íntimas, inconclusas...
por Mauricio Electorat
Diario El Mercurio, Artes & Letras
Domingo 12 de octubre de 2014
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