por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras
Domingo 11 de mayo de 2008
El público se extraña cuando los científicos se enojan, se descalifican o hablan mal uno del otro. Estos actos apasionados serían la demostración de una hipocresía intrínseca de la ciencia. ¿No debiera el científico trabajar con datos objetivos y convencer a sus colegas con argumentos racionales?
Así es, y precisamente por esto, el valor de la ciencia -su mérito moral- consiste en haber construido un sistema de conocimiento cuyo producto es independiente de la personalidad de sus autores. Envidias, delirios de grandeza y pasiones oscuras, todo eso existe, pero el edificio de la ciencia no está construído de científicos, si no de datos, hipótesis y teorías.
Es la misma máquina de la ciencia la responsable de detectar y rechazar la investigación falsa. Porque no serán el reportaje periodístico ni el soplón de laboratorio los encargados de denunciar al científico chanta, el experimento irrelevante o la argumentación falaz.
Dicho eso, existe una razón que explica por qué los científicos a veces defienden sus hipótesis contra toda evidencia y es esta: que una hipótesis se concibe en un instante, pero se demuestra en una vida.
Una especulación de sobremesa genera diez hipótesis por minuto: "el lenguaje es innato" o "el clima está cambiando", etc. Pero cuando un científico decide comprobar una de ellas, lo que está decidiendo es una vida. Porque diseñar experimentos, financiarlos, recoger datos en terreno, analizarlos y publicarlos suele tomar una vida.
Para el científico, una hipótesis es un destino. Y al final de su vida se encuentra en una débil posición para rechazar su propia idea, porque lo que está rechazando suele ser su biografía.
Domingo 11 de mayo de 2008
El público se extraña cuando los científicos se enojan, se descalifican o hablan mal uno del otro. Estos actos apasionados serían la demostración de una hipocresía intrínseca de la ciencia. ¿No debiera el científico trabajar con datos objetivos y convencer a sus colegas con argumentos racionales?
Así es, y precisamente por esto, el valor de la ciencia -su mérito moral- consiste en haber construido un sistema de conocimiento cuyo producto es independiente de la personalidad de sus autores. Envidias, delirios de grandeza y pasiones oscuras, todo eso existe, pero el edificio de la ciencia no está construído de científicos, si no de datos, hipótesis y teorías.
Es la misma máquina de la ciencia la responsable de detectar y rechazar la investigación falsa. Porque no serán el reportaje periodístico ni el soplón de laboratorio los encargados de denunciar al científico chanta, el experimento irrelevante o la argumentación falaz.
Dicho eso, existe una razón que explica por qué los científicos a veces defienden sus hipótesis contra toda evidencia y es esta: que una hipótesis se concibe en un instante, pero se demuestra en una vida.
Una especulación de sobremesa genera diez hipótesis por minuto: "el lenguaje es innato" o "el clima está cambiando", etc. Pero cuando un científico decide comprobar una de ellas, lo que está decidiendo es una vida. Porque diseñar experimentos, financiarlos, recoger datos en terreno, analizarlos y publicarlos suele tomar una vida.
Para el científico, una hipótesis es un destino. Y al final de su vida se encuentra en una débil posición para rechazar su propia idea, porque lo que está rechazando suele ser su biografía.
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