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Soberanía popular


10 / Nov

Por Patricio Carvajal

Patricio Carvajal

En los últimos años ha ido aumentando la opinión que “hay que hacerle caso a las demandas de los movimientos sociales”.
 
Hace poco oí en una entrevista televisiva a uno de los líderes estudiantes el siguiente diálogo:
 
Entrevistador: “Para eso está el congreso. Lo elegimos para que los parlamentarios hagan los cambios y las leyes”.
 
Entrevistado: “¿Significa eso entonces que en cada elección les damos un cheque en blanco por cuatro años a los representantes elegidos para que hagan lo que quieran? No, pues.”
 
Sorpresa. Un misil a la democracia tradicional.
 
Todo nuestro sistema está basado en que la soberanía es del pueblo. Sí, es verdad. Pero también es cierto que éste se la entrega a sus representantes en el parlamento y en los gobiernos elegidos. Se supone que a través de las elecciones, los ciudadanos optamos por los mejores, para que éstos a su vez hagan su mejor trabajo, tomen las decisiones por nosotros y nos den las mejores leyes. Se parte de la base que la soberanía popular se ejerce entregando el mandato a un gobierno y a representantes elegidos democráticamente. Con el acto eleccionario bastaba para justificar el poder del gobierno y del parlamento de turno.
 
Eso que era tan obvio e incuestionable hasta hace poco tiempo, está ahora en tela de juicio. Sin darnos cuenta surgió un movimiento que parte de otra base. De otra lógica. Según esta nueva versión de la democracia las elecciones ni siquiera son muy importantes. Da un poco lo mismo quien salga elegido. Porque gane quien gane y llegue quien llegue al parlamento, su obligación no será hacer su mejor esfuerzo ni su mejor trabajo buscando el bien común de la gente, sino más bien escuchar lo que dicen los movimientos sociales y acoger las así llamadas “demandas de la mayoría”.
 
No es un matiz. Es un cambio radical.
 
Es muy interesante esta discusión. Nos hace preguntarnos qué es en el fondo la democracia. ¿Es un sistema de soberanía directa en la cual el pueblo se gobierna a sí mismo, por ejemplo a través de marchas, plebiscitos y encuestas? ¿O más bien es un sistema de soberanía indirecta o delegada en la cual el pueblo decide, pero sólo para designar a sus administradores cada cierto tiempo?
 
Pienso que cualquiera de las dos posturas llevada a un extremo sería aberrante. Un pueblo gobernándose a sí mismo sería un asambleísmo que solo nos conduciría al caos. Pero gobernantes que una vez elegidos se sienten que no le deben rendir cuentas a nadie tampoco son aceptables.
 
Sin embargo, no me inclino a pensar que el equilibrio está justo en la mitad. Mitad asambleísmo, mitad dictadura de los elegidos.
 
Creo que la justa medida está más cerca de la democracia representativa. Pero con límites. Las garantías constitucionales. Los contrapesos. La separación de poderes.
 
Pero no es suficiente.
 
El resto depende de la capacidad del pueblo –de las “mayorías”– de informarse y “formarse” para elegir bien. Los ganadores de elecciones, los que resultan elegidos, deben notar la presión de los votantes. Pero no la presión desordenada, violenta y cambiante de las protestas callejeras. Deben notar que si no lo hacen bien, perderán la próxima elección. La tan anhelada “rendición de cuentas” no depende sólo de más y más leyes y normas, sino también de la voluntad de los ciudadanos de ejercer su derecho a fiscalizar. Pero si la mayoría no va a votar. Si la mayoría no se informa. No exige. Y todo se lo deja a minorías organizadas y más radicales. Si muchos piensan que es mejor no votar y “funar las elecciones”. Si una gran cantidad piensa que da lo mismo y le da lata ir a votar. O si lo hace, no se informa y ejerce su voto en forma ciega. Entonces cómo puede esperar obtener resultados de calidad.

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