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“La sanación viene con la esperanza y la esperanza solo es posible cuando reaparece la posibilidad de amar y ser amado, y de pararse con seguridad a construir la propia vida” (Dra. Patricia Cordella, Psiquiatra Chilena, en prólogo de “El Cuerpo Violado”)
Alas de aviones, alas íntimas (que llevamos dentro y pocos llegarán a conocer), las que hacen levitar casas con risas de niños que juegan. Alas en besos y abrazos de adultos que se aman y se re-encuentran en aeropuertos o estaciones de buses y trenes; en dibujos que nos tienen de regalo nuestros hijos para contarnos con tanta dulzura como aplomo (el apego seguro), que nos han extrañado. De eso querría escribir: miles de caracteres embriagados sobre las formas posibles en que los humanos podemos acercarnos un poco al romance sagrado entre cielos y aves. No se puede. O tendrá que ser después (y se apilan temas entrañables que ceden su lugar a la necesidad o urgencia de otros). Avalanchas. Y uno es solo un ser humano. Camino al aeropuerto en Atlanta, las radios y comentaristas comentaban con una ansiedad difícil de disimular, sobre los Ataques en Gaza. Ese pulso de guerras que, aunque no nos toquen de cerca, jamás serán “lejanas”. Se trata de familias, de hombres y mujeres y de sus niños, semejantes a nosotros. Los espejos internos nos hablan fuerte y claro. Y también, se podría tratar de nosotros mismos, aquí en el Sur del mundo, si el conflicto escala. No siempre existe para la Tierra, la posibilidad de parcelar sufrimientos ni establecer áreas de cuarentena para algunos de sus hijos y no para otros. Es cosa de ver lo que sucede a nivel global cuando se comienza a hablar de ciertas epidemias. Luego, la primera noticia que conozco de regreso a Chile -y eso que mi marido trató de bloquear información y velar por que no conociera demasiado detalle, tanto como pudo- : la red de explotación infantil. Faltan vísceras para procesarlo; palabras para decir nada. Y qué podría decirse… Entro a El Post buscando columnas de escritores/columnistas imperdibles y encuentro“Desperdicio” de Vale Artigas. No podría haber recibido mejor traducción ni mejor voz para lo que asuela cuando uno solo siente que puede observar, escuchar, razonar, pero no intervenir para detener o disparar fuera de órbita, la crueldad, o la vergüenza. O ambas. Acto de resistencia: volver al hogar, a su bitácora y sin negar la realidad que se agita fuera en una ciudad o en un mundo, poner en cambio el lente en otro espesor humano: lumbre de afectos, caricias, constancias, alegría de estar juntos, y otros afanes, otra suela de zapatos y otra pluma que sin temer dar cuenta de palideces, bajezas y yerros del devenir humano, no se deja enmudecer. Palabra por palabra, imagen por imagen, pixeles propios o prestados, bramido o canto (lo que permita el alma), exigen su derecho a otra narrativa donde nos quede espacio de triunfo, de construcción, y de supervivencia y de vida en la esperanza (sin ella, no sé cómo, de verdad no sé). Me quedo fija en la idea de esta semana y además de un alud de afanes, rescato dos regalos que tienen que ver con esa narrativa de la esperanza. Historias de vidas, o historias de cuerpos y más cuerpos de todos que son LA casa, nuestra casa. La puerta de acceso para todo lo vivido: el dolor y también el amor, la consciencia, y la posibilidad de un registro de décadas y siglos –en países o el planeta entero- que vengan en la ética viva pero a veces demorada del Cuidado. Amo la palabra escrita y la necesito tanto como mi sangre y mis pulmones. Pero concedo emocionada al poder de las historias hechas imagen, el libro ilustrado –como los cuentos de niños, pero para grandes- que late en una película. Dos tremendas, esta semana de noviembre: No Tengas Miedo y Verdades Verdaderas. NO TENGAS MIEDO (sugiero lectura de este posteo del mes de Julio), film español de Montxo Armendáriz –su director y guionista-, es el relato del incesto, del abuso sexual infantil, y del camino arduo pero iridiscente de la reparación. VERDADES VERDADERAS – guión de María Laura Gargarella, coguionista, a su vez, de No Tengas Miedo- es el relato de los niños hijos de detenidos desaparecidos durante la dictadura argentina, y de la travesía inexorable que sus abuelas emprendieron para rencontrarse con ellos. Ambas obras se cruzan en su mirada sobre los derechos de la infancia, y sobre los derechos humanos universales. No dejan a nadie intacto, hayamos vivido o no de cerca las experiencias que se comparten y visibilizan, y no para hurgar en heridas o detener el tiempo; tampoco a modo de manifiestos mesiánicos ni acosos sobre la consciencia de otros prójimos. Estos relatos –los de ambas películas- se articulan desde los lenguajes del cuidado. No conceden ni trepidan en nombrar verdades, pero ni por un momento dejan de insistir en la dignidad del prójimo, su integridad, el valor de la constancia del autocuidado (y gobierno) así como del cuidado mutuo y colectivo para enmendar y reparar. Alas por doquier. Confío en aquellos que para poner luz y rectificar sobre justicias y cuidados que fracasaron, no se valen de arengas o acciones deshumanizadoras, violentas (hemos ya tenido demasiado de aquello). Confío en aquellos que en plena avalancha, no pierden de vista ni por un momento nuestra humanidad (desgarradoramente falible) y nuestro derecho a aprender, crecer, corregir, o solo movernos un poco, y luego otro más, para salir del descampado y retomar voluntades de especie donde sin importar procedencias o preferencias, nadie sea descuidado. Ni cachorros ni ancianos de la manada. Ojalá quienes puedan, asistan a las presentaciones (entrada liberada) de esta semana: No Tengas Miedo, el lunes 19 de noviembre (19 horas, Ciclo Cine Español en Cineteca Nacional) y Verdades Verdaderas (miércoles 21 de noviembre en sala del Instituto Cultural de España). Y aunque no puedan, quizás de todos modos se animen a conocer más y por su cuenta, de estas y otras narrativas que aunque nos pongan de frente a nuestras avalanchas, no nos quiten nuestras alas.
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