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Amar el bolero puede ser una pasión tardía...‏



Impresión de México
por Jorge Edwards
Diario El Mercurio, Viernes 30 de Noviembre de 2012
http://blogs.lasegunda.com/redaccion/2012/11/30/impresion-de-mexico.asp
He viajado a México muchas veces, ya no recuerdo exactamente cuántas. Encuentro a personas que conocí hace décadas, que me entrevistaron, con quienes conversé de algún asunto. Sergio Pitol, a quien frecuentaba en la Barcelona de los años setenta, pasa al lado mío, de bastón, y nos reconocemos y abrazamos. Me siento en el cóctel del último capítulo de la obra de Proust, en el baile de fantasmas filmado por Raúl Ruiz. Pero aquí encuentro una fuerza, una pujanza, un talento. Los jóvenes novelistas mexicanos llegan al límite de lo depresivo, lo negro, lo enfermizo, droga y crimen a poca distancia, pero existe una luz tenue al final del túnel. Otros hacen novela histórica interesante: episodios, por ejemplo, de la historia de la fotografía.
Siempre llegué a la capital, al D. F. Ahora he comenzado por Puebla. He caminado por calles, paseos de peatones, portales de los tiempos de la Colonia, en los alrededores de la Catedral, en cuya fachada se ensayaba un espectáculo nocturno: bailarines que flotaban en el aire, en alturas de vértigo, con música de fondo roquera. Si usted busca silencio, no le recomiendo viajar a México. Me he sentado en el centro de una casa colonial convertida en café y librería. Dudo de que exista en todo Chile una casona con tanta oferta de libros. Hasta encuentro un libro mío, La otra casa, que sería bastante difícil encontrar en Santiago. Bebemos un tequila reposado y nos vamos a visitar una capilla tradicional: enormes altares y techos de oro barroco. Los artesanos indígenas solían infiltrar una cabeza mestiza entre las floraciones de ramas, de ángeles, de santos de la religión traída por el hombre blanco. El sincretismo, el encuentro de culturas opuestas, surge a cada paso. En la esquina del conjunto religioso murió en duelo el poeta Gutierre de Cetina, el deojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados, por qué si me miráis, miráis airados… Duelos de amor, de celos, de pasiones iracundas. Me gustaría investigar y contar la historia de ese duelo, pero no tengo más remedio que seguir de largo. Siempre hay que hablar de algo, hay que presentar algún libro. La gente de Puebla es extremadamente cariñosa, afectuosa, entusiasta. Tengo la impresión de que los niveles de lectura son bastante más altos que los nuestros. En Guadalajara me encuentro con un círculo de señoras que han leído en grupo y discutido a fondo una vieja novela mía. Unas asumieron la defensa del arquitecto Joaquín Toesca; otras tomaron el partido de la intrépida y enamorada Manuelita Fernández de Rebolledo. ¿Y usted, qué piensa? Yo siento una intensa simpatía por Manuelita, hubo momentos de la escritura en que me sentí enamorado de ella, pero comprendo a Toesca y lo admiro como artista.
No se puede negar que el pabellón de Chile en la Feria de Guadalajara es bonito, amplio, acogedor. Es una casa abierta, fresca, repleta de libros, con cojines de todos colores en una especie de mini teatro. Dicen que en los dos primeros días batió todos los récords de venta de los anteriores países invitados. No me extraña nada: la Feria crece cada año y la simpatía mexicana por nosotros, los chilenos, los habitantes de la otra orilla de América, los que tuvimos a paisanos como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Luis Enrique Délano, José Donoso y muchos más, instalados en este país, es notoria. Es más que una simple amistad, y tendríamos que tenerlo muy en cuenta.
Estoy sentado en el vestíbulo del hotel, conversando con alguien, y encuentro una cara conocida al lado mío. Don Lucho, le digo, y me identifico. Los ojos de don Lucho brillan. El hombre que está al lado suyo inicia una explicación y don Lucho la descarta. Le digo que lo encontré por primera vez en la Playa de Las Salinas, a la salida de Viña del Mar, en mis años de adolescencia. Hablamos de Chile, de Cuba, de Francia y España, de boleros inolvidables. Don Lucho, Lucho Gatica, se rejuvenece, su expresión se anima. Nos reunimos en el Pabellón chileno y el ministro de Cultura le da una medallita. Es una magnífica idea, pero confieso que habría preferido un concierto en grande, aunque él no quisiera cantar: música de bolero, algún cantante de nuevas generaciones, y palabras de don Lucho. Al fin y al cabo, es un ídolo, un gran mito. Entre todos los miembros de la numerosa delegación chilena, más de alguno habría podido ayudarlo a cantar. Iba en mis veinte años a un programa literario en Radio Minería y después cantaba Lucho Gatica en la misma radio. Yo tenía una audiencia amable de unas cincuenta personas. A él lo escuchaban miles. Después me encerraba a escuchar música de cámara de César Franck, de Gabriel Fauré, de Ricardo Strauss. Ahora me gusta el bolero mucho más que entonces. Pero madurar es difícil. Amar el bolero puede ser una pasión tardía.  

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