Diario El Mercurio, Martes 20 de Noviembre de 2012
Desde que volví, casi no me he separado de Antonia. Sin saber muy bien cómo, fuimos trasladándonos de su casa a la mía, de un espacio a otro, dejando restos de nuestra cotidianidad esparcidos por ambos departamentos. Luego de tantas idas y venidas, mi casa se ha ido convirtiendo en un buen lugar para recalar, y los objetos que íbamos abandonando indistintamente aquí o allá han ido encontrando naturalmente su espacio en mis cajones, en mi living, en mi cocina. Y esa falta de privacidad a la que antes le huía porque me producía suspicacias y temores, hoy me parece una forma de vida entrañable y feliz. Supongo que una parte del enamoramiento consiste en esto: sentir que no te molesta perder terreno, que ceder es una forma agradable de afrontar la vida.
Si bien no hemos hablado de vivir juntos, es un hecho que estamos caminando hacia ese destino. Hace tiempo que no tenía la sensación de estar siendo invadido tan dulcemente. Al volver del trabajo, nos vamos adentrando en una rutina que aún no se nos hace pesada: normalmente yo comienzo a cocinar algo mientras ella abre una botella de vino y va sirviendo dos copas. De a poco, comienzo a reconocerla en esos pequeños detalles, en esas mañas que todos llevamos arrastrando desde nuestra infancia -cierra los cajones, no tires las toallas mojadas sobre la cama-, y voy conformando su individualidad en esos rasgos que sólo identificamos con la convivencia.
Y entonces cada noche, ella -como una Sherezade moderna- me comienza a contar alguna historia, haciendo que lo tedioso del día a día cobre un nuevo sentido, haciéndolo más entretenido, más épico, llenando de matices hasta las historias más intrascendentes.
Así, nuestros respectivos oficios van haciéndose más interesantes, más suntuosos en los ojos del otro que miran encandilados, admirados. Llevaba tiempo sin sentir todo esto que ahora parece llegar en oleadas, en ráfagas constantes.
Vamos terminando la jornada acurrucados en el sofá, viendo alguna película vieja que ella ha sabido encontrar entre los cientos de DVDs que he ido recolectando a lo largo de los años; o nos ponemos a planear un viaje, una fiesta, un asado, haciendo listas de invitados o destinos improbables, intentando que los días duren más de lo que suelen durar, porque en el fondo de nuestras cabezas (o corazones) sabemos que hemos esperado tanto por esto, que nos merecemos tener días y noches más largos, para disfrutarnos.
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