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El fracaso de Santiago


por Pedro Gandolfo 
Diario El Mercurio, Sábado 24 de Noviembre de 2012 


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Nuestra ciudad capital pervive aprisionada entre la percepción de que es un foco principal de trabajo y oportunidades, por un lado, y de que el deterioro de la calidad de vida que ofrece es creciente y angustiante, del otro.
Algunos, los que pueden y se atreven, se trasladan. Los que siguen aferrados a la capital y abogan por sus virtudes -cada vez más ocultas y difíciles de aprovechar-, al primer "feriado largo" escapan en masa fuera de ella, como si la ciudad hubiese sido invadida por malignos seres extraterrestres o estuviese a punto de ser arrasada por una catástrofe inminente. A veces pienso que los feriados los promueven legisladores capitalinos, que de ese modo desean aumentar sus posibilidades de fuga desde Santiago a cualquier parte, sin importar el motivo del feriado, sea religioso, cívico o histórico.
La santiagofobia -me parece- tiene su origen en lo arduo y desagradable que resulta trasladarse de un punto a otro de la ciudad y, si se considera que uno de los propósitos que llevaron a los hombres a agruparse y organizarse en ciudades es, precisamente, aproximar, regular y facilitar el traslado de las personas, ese deterioro no es menor, y la desesperación que produce surge, sobre todo, de la ausencia de cualquier señal de mejora. Al contrario: el automóvil ("el objeto sagrado de nuestra sociedad", como me dijo un amigo que abomina de ellos), de ser la solución, se convirtió en el problema. Por lo que he leído en estudios recientes absolutamente confiables, la velocidad promedio de los automóviles en Santiago se reducirá cerca del 20% en los próximos años, y con mayor intensidad en las comunas ricas de la capital.
La paradoja es la de una afluencia frustrada: autos lujosos y otros no tanto, a 20 kilómetros por hora, tacos odiosos, irritabilidad, pérdida de tiempo.
La cultura automovilística nacional es una marea incontenible, y Santiago es sólo su primera víctima. Podría decirse que en el automóvil encontramos hace décadas el objeto del deseo como nación consumidora, posesión que, finalmente ahora, gracias al chorreo (que sí se está produciendo en esta materia), se masificó y pasó de ser un medio a convertirse en un fin en sí mismo, proporcionando una falsa sensación de comodidad, modernidad y estatus.
La santiagofobia es la consecuencia de esta ciega autofilia, la auténtica perversión nacional. En vez del estar, del quedarse, del compartir, la ciudad, como salida fuera de sus goznes, gira demencialmente en torno al ir y volver del automovilista y el fragor permanente de los odiosos y vulgares motores -otrora signos de dinamismo y estilo-.

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