Diario El Mercurio, Martes 27 de Noviembre de 2012
"La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba". Estoy en un cafecito de Lastarria y releo esta frase que he marcado con amarillo. La cita es de Joan Didion, una escritora californiana que reflexiona sobre el dolor y lo efímero de la vida en su libro "El año del pensamiento mágico". La historia parece sencilla: El 30 de diciembre de 2003, Didion está en su departamento de Nueva York preparando la cena con su marido, el también escritor John Dunne. Este le pide un whisky mientras revisa las pruebas de su última novela, ella lo sirve y se lo entrega, cruzan un par de frases cotidianas, esas cosas que se dicen para luchar contra el silencio de una casa, mientras sirve los platos. Minutos después ella voltea hacia él y lo ve tumbado en el suelo. Piensa que le juega una broma. Le grita. "¡John! ¡Basta! No hagas eso", pero él no reacciona. Ella se acerca, se desespera, llama a una ambulancia, pero su marido, el hombre que la había acompañado por años y con quien se disponía a comer como casi todos los días, está muerto. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.
Años atrás, cuando yo tenía dieciocho años y la existencia parecía infinita, murió uno de mis mejores amigos. La historia también parece sencilla: salió de su casa en el auto del padre para ir a encontrarse con nosotros, en el camino se le reventó la rueda delantera izquierda, bajó del auto sin orillarse y se agachó a ver qué pasaba (era de noche y a su cuerpo lo tapaba la puerta delantera que dejó abierta). Minutos después un auto que no vio la puerta abierta (ni menos a él) lo arrolló, matándolo. En una época sin celulares, la espera era un acto inocente. Seguíamos bebiendo el licor que alguien había robado de su casa, pensando que era otra noche más, otro sábado más que buscábamos asesinar conversando y riendo. ¿Quién podía creer que algo malo pasaba? ¿Era posible pensar que en ese momento mi mejor amigo estaba muerto? ¿Acaso había pensado alguna vez que podíamos morir a esa edad? La vida, tal como tú la conocías, acaba.
Varios años antes de ese incidente, cuando yo aún no cumplía nueve años, recuerdo una noche en la cual peleé fuertemente con mi madre por alguna tontería. No sé exactamente cuál fue el motivo de la disputa: ¿No me dejó seguir jugando? ¿No me compró algo que quería? ¿Me mandó a dormir por alguna razón? El hecho es que pataleé como todo niño mimado y en medio de ese berrinche me fui a acostar sin decir palabra. Ya metido en mi cama, con el cansancio que generan las pataletas, sentí a mi madre entrar a mi pieza y sentarse a mi lado, acariciándome la cabeza. "Nunca te vayas a dormir sin decir buenas noches, nunca te duermas sin despedirte" me dijo; y me besó en la frente para luego desaparecer tras la puerta. Creo que esa fue la primera vez que pensé en la muerte, en su muerte, y me dio una tristeza enorme. ¿Acaso ella alguna vez, enojada, no se había despedido de alguien que nunca más volvió a ver? ¿O era que me estaba tratando de enseñar que la vida es demasiado efímera como para tentarla? ¿O fue sólo una frase tonta a la cual yo cargué con un significado trágico que hoy vuelve a mi mente? La vida cambia rápido.
Pienso en todo esto mientras termino mi café y veo a la gente caminar por la calle, aprovechando las tardes cada vez más cálidas y largas, y decido pagar y hacer lo mismo, dar un largo paseo por el parque, aprovechar mi tiempo, disfrutar de todo esto antes que cambie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
COMENTE SIN RESTRICCIONES PERO ATÉNGASE A SUS CONSECUENCIAS