Las declaraciones públicas y cartas colectivas
avaladas por firmantes de diversa trayectoria,
no suelen tener el efecto acumulativo
que el mayor abultamiento podría sugerir.
Pareciera, más bien, un despliegue de egos,
de contactos, de quién es quién en la academia,
en el mundo político, en el ámbito de la cultura,
o en lo que sea...
Tanto cacumen reunido,
no siempre se expresa en el papel,
así como no siempre se manifiesta
en la cancha cuando se convoca
a los que se suponen son los mejores.
Hay también un perfume a falacia
en esta estrategia, el de utilizar
un efecto de autoridad congregada
que predispone en el ánimo
a concordar o no, dependiendo
del denominador común
que pueda eventualmente
reunir bajo un solo paraguas
a los firmantes.
En general, creo que bastaría
que uno o dos de ellos,
posiblemente los redactores
del opúsculo firmaran el escrito,
desplegando argumentos,
poser persuasivo, lucidez
y/o coraje según sea el caso
para convencer e influir
en las decisiones públicas.
Cada vez que leo cartas
en que los nombres y apellidos
de los firmantes se aproximan
en orden de magnitud
al número de caracteres del escrito,
me viene a la memoria,
lla reacción de Einstein
ante «Hundert Autoren Gegen Einstein»
(Cien autores en contra de Einstein),
un libro publicado en Leipzig en 1931,
-en el contexto de un ataque
urdido por los nazis al físico
nacido en Alemania y de origen judío-
y en el que se compilaron
las opiniones de cien científicos
que contradecían las de Einstein
con el fin de desprestigiar sus investigaciones.
Cuando le consultaron a Einstein su opinión, respondió:
“¡Si yo estuviese equivocado, uno solo habría sido suficiente!”
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