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Crítica Poesía en tiempos de penuria Eclipse de la poesía



Los críticos de poesía, que nunca fueron muchos, y hoy son menos aún, no siempre parecen haberse dado cuenta del deterioro del género, y por eso algunos siguen hallando gracia, lenguaje, humanidad, lucidez, sabiduría e imaginación donde apenas la hay.  

por Ignacio Valente

Diario El Mercurio, domingo 25 de noviembre de 2012
 
No termino de acostumbrarme a cierta crítica literaria que suele escoger y validar como buena poesía, en Chile y en el extranjero, poemas o fragmentos de poemas sin gracia, sin imágenes que superen lo convencional, sin fuerza, sin manejo de lenguaje, sin musicalidad, sin experiencia humana perceptible.
Se me permitirá un ejemplo más bien ponderativo: el crítico N, o el poeta N en funciones de crítico, o el simple comentarista literario N, escribe sobre el autor X y cita unos cuantos versos suyos como ilustración singular de... de lo que sea: del partido que saca X al prosaísmo, de su profunda experiencia del paso del tiempo, de una imagen brotada del fondo de los sueños, de un humor digno de Parra... Y uno lee los versos en cuestión, y en ellos no encuentra nada de eso: nada sino un prosaísmo plano, o la afirmación (¡oh!) de que el tiempo pasa, o una imagen sin el menor aire onírico, o un chiste a medio camino. En suma, N toma dos o tres adjetivos raros de un poema como si fueran una novísima manera de adjetivar, o considera que es lúcida crítica de la vida una observación insulsa, o audaz sabiduría erótica una vulgaridad adolescente, o valora una imitación repetitiva de versos famosos como si fuera una memorable síntesis de Safo, Góngora y Baudelaire...
Como es obvio, estoy exagerando para darme a entender mejor, pero lo cierto es que tales evaluaciones desorbitadas se leen a cada paso, y dejan la impresión -el espejismo, la ilusión- de que abunda la nueva poesía de calidad superior. Si no cito versos y juicios literales tomados de diarios y revistas, es sólo por no herir sensibilidades personales dignas del mayor respeto, tanto entre poetas como entre críticos.
Atribuyo los malentendidos de esta clase a la decadencia más o menos general de la poesía en las últimas décadas. ¿Acaso en Chile se escriben hoy poemas como los que sesenta años atrás escribían Neruda, Díaz Casanueva, Anguita, Arenas, Rojas, Parra, o muy pronto escribirían Arteche, Barquero, Lihn, Uribe, Teillier...? Hasta donde se me alcanza, una pregunta semejante puede hacerse incluso en los países que fueron las grandes potencias poéticas del siglo pasado, con la posible excepción de algunos enclaves de habla inglesa. Figuras crepusculares de relieve, como Hahn y el primer Zurita, no son frecuentes entre nosotros. La desolación se ha abatido sobre un gran ciclo poético que en Occidente venía del siglo XIX, que alcanzó cotas altísimas en el período del entre deux guerres , que pervivió -declinando- todavía unas tres décadas más, y luego... luego la sobrevivencia de algunos grandes longevos, la repetición de lo precedente en escala harto menor, y el eclipse actual.
Era muy difícil que esa declinación no tuviera un efecto visible sobre la crítica literaria. Me refiero a la de poesía, pues la de narrativa conserva mayor solvencia. Los críticos de poesía, que nunca fueron muchos, y hoy son menos aún, no siempre parecen haberse dado cuenta del deterioro del género, y por eso algunos siguen hallando gracia, lenguaje, humanidad, lucidez, sabiduría e imaginación donde apenas la hay. Entre los dos extremos de esos comentaristas académicos que no ven más allá de sus propias categorías teóricas, y esos gacetilleros que lo encuentran todo excelente, por no mencionar a aquéllos tan graciosos que escriben metáforas poéticas comentando poemas, va quedando poca voz fiable en esta materia, poco gusto personal de veras cultivado, poco oído para esa entidad fonética misteriosa que llamamos verso, poca conciencia formada en el conocimiento de la poesía de otras épocas y latitudes, y por tanto capaz de puntos de referencia más universales.
Viene al caso la pregunta de Hölderlin: "¿Y para qué ser poeta en tiempos de penuria?" Por penuria entendía él la extinción -no definitiva- del brillo de la divinidad en la historia del mundo. ¿Pesimismo? Es tan fácil engañarse y creer que estamos en un siglo de oro, o al menos de plata. No, no lo estamos en absoluto. Pero ¿quién sabe? ¿Quién sabe a la vuelta de qué recodo de la historia, pasando por quién sabe qué purificaciones colectivas, empiezan a enhebrarse de nuevo los hilos de la palabra poética?

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