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Acerca del descubrimiento de Chile por el sur

FUNDACIÓN DE CHILE Sobre la iniciativa de la Cámara de Diputados:

Réplica del historiador -Premio Nacional el año 2000- al artículo de José Miguel Barros publicado el 4 de noviembre en este suplemento. Martinic es uno de los defensores de la tesis del hallazgo del actual territorio chileno a partir del viaje de Hernando de Magallanes en 1520.  

por Mateo Martinic B. 

Diario El Mercurio, Artes y Letras, domingo 18 de noviembre de 2012

Sin haberlo querido me he visto envuelto en una polémica de carácter histórico referida al descubrimiento de Chile por el sur, con mis declaraciones hechas a este diario en la edición del día 20 de octubre pasado y a propósito de una iniciativa que sobre la materia se ha presentado en la Cámara de Diputados.
Nuestra cultura, en el más amplio sentido del conocimiento tiene su origen en Occidente, entendiendo por tal a Europa con sus raíces griegas y romanas (y los precedentes célticos), que a su tiempo habían recogido los aportes de los pueblos del Próximo Oriente y del antiguo Egipto, enriquecida con la contribución del Cristianismo a partir del siglo IV de nuestra era. Allí, en Europa se desarrolló y maduró la matriz cultural a la que pertenecemos y nos debemos. Fue en esa Europa, con la carga formativa de dos o más milenios y con la potencialidad acumulada en el lapso que corrió desde el siglo X hasta el XV, que cobró forma la noción de un mundo geográfico conocido y de otro por conocer que se fue develando en la medida que la capacidad exploratoria apoyada en la tecnología naval lo hizo posible.
Así entonces, en especial desde fines del siglo XV comenzó a hablarse y escribirse de "los descubrimientos geográficos" y aceptarse implícita y plenamente que tal noción lo era para nuestro conocimiento, en otras palabras, para el de Occidente. Y en este entendido es claro que si se acepta que los europeos descubrieron el nuevo continente que después se llamaría América (los vikingos y Colón), debe aceptarse que gente de tal procedencia tuviera la primera noción del territorio actual de Chile a contar de 1520, con la empresa exploratoria de Hernando de Magallanes.
Una consideración se impone con respecto a la valorización y significación del viaje magallánico. Y en este punto no ha dejado de llamarme la atención desde hace tiempo la ligereza, como expresión intelectual de escasa importancia, con que se lo ha tratado y se lo trata por algunos historiadores chilenos, aunque no por los extranjeros. Se escribe (y habla) del "paso" de Magallanes como quien lo hace por un camino trillado por bien conocido, como lo hace don José Miguel Barros en el artículo mencionado al referirse al viaje como "la fugaz aparición de un navegante que ni siquiera exploró nuestro territorio". ¿Fue de verdad así en la realidad de los hechos algo tan sencillo y fácil como intrascendente? Y usando las mismas palabras del señor Barros repito ¡La respuesta es un categórico NO! Paso a demostrarlo.
La expedición de Magallanes fue una empresa de la Corona de Castilla con un objetivo clarísimo: encontrar un paso de mar a través del Nuevo Mundo y hallado, navegar desde el oriente hacia el occidente siguiendo la curvatura planetaria para acceder a las islas de las Especias, su objetivo económico en tanto que fundamento para el poderío imperial y cuanto con el mismo se relacionaba. Debe entenderse que el viaje fue una aventura colosal con un propósito trascendente, algo más que un mezquino viaje privado en busca de oro.
En consecuencia se la organizó bien y se la dotó según mejor se pudo y de esa manera la flota al mando de Hernando de Magallanes zarpó en agosto de 1519 del puerto de San Lucas de Barrameda en procura de lo desconocido, característica que efectivamente se dio al superarse con rumbo sur la presunta mayor latitud alcanzada por Amerigo Vespucci en 1502 (aproximadamente los 50° S). Desde allí en más todo era una gran incógnita que comenzó a resolverse a partir del afortunado día 21 de octubre de 1520.
La historia escrita ha conservado las informaciones que dan cuenta de la acuciosidad con que Magallanes asumió la exploración que a partir de entonces, llevó adelante. Hubo así un avistamiento preliminar desde la tierra firme, reconocimientos reiterados por las naos destacadas para el efecto que tomaron a lo menos una semana si no más días y recién una vez que tuvo la certidumbre de que esa entrada de mar parecía ser más bien el principio de un gran canal, el capitán general dio la orden de continuar al interior y, así y todo, tanteando siempre, explorando, oyendo a sus capitanes en junta hasta que al fin se navegó por el tercio final del que desde entonces en adelante sería "su" estrecho, para penetrar por el inmenso Pacífico. Todas esas idas, venidas, faenas y demás insumieron un total de cinco semanas y algo más, desde el 21 de octubre hasta el 28 de noviembre de 1520, es decir mucho tiempo. ¡Convengamos en que para haberse tratado, según algunos, de un mero sencillo paso o de una fugaz aparición, el asunto fue harto laborioso y demoroso! Convengamos igualmente que considerado seriamente, el suceso fue mucho más que un "hecho anecdótico" del largo periplo navegatorio.
¿Pero fue eso, con todo, algo infructuoso? No, otra vez y categóricamente, porque en el transcurso del viaje hubo de todo cuanto se requería para la época y la posteridad, para reconocerle valía a la empresa exploratoria y descubridora: relevamientos geográficos y designaciones toponímicas, fondeos y desembarcos, hitos señalizadores, actos solemnes de posesión y de acción de gracias a la Divinidad. Y Ello no sólo en el Estrecho, sino fuera del mismo como ocurrió con la costa sudoccidental de Chile a cuya vista llegó Magallanes el primer día del último mes de aquel año 1520 y que por lo mismo bautizó en su larga extensión como "Terra do Dizembre", que no es otra cosa que el litoral de Aysén.
Y hubo más todavía y de incuestionable valor por cierto como fueron las relaciones escritas sobre el viaje y sus acontecimientos de las que algunas han llegado hasta nuestros días, como es el caso de la crónica memorable de Antonio Pigafetta; y, los mapas del mundo que recogieron el portentoso hallazgo del gran lusitano en una producción que comenzó en 1522 y que personalmente hemos valorizado como el acervo fundacional de la cartografía de Chile.
Hasta aquí las consideraciones que he estimado como las más necesarias para precisar mi posición sobre la materia y a propósito de la polémica suscitada. Pero debo añadir una rectificación obligada, por necesaria, a una afirmación hecha por el señor José Miguel Barros. Transcribo para ello el texto de la parte final del antepenúltimo párrafo puesto por él entre paréntesis: "(Para disipar errores, destaco que el 21 de octubre de 1520, Hernando de Magallanes se encontraba en un lugar que hoy pertenece a la República Argentina...)".
Es esta una afirmación completamente errada en cuanto se refiere a la posición de las naves de Magallanes a contar del mediodía del día señalado, reflejo quizá del desconocimiento de la geografía magallánica y del suceso al que se refiere. En efecto, al llegar a lo que sería la boca oriental del Estrecho la "uberta" del piloto Francisco Albo de la nao Trinidad, las carabelas penetraron por ella y tras la recalada breve frente a una altura de la costa para permitir que Joao Carvalho (o Juan Carvallo) pudiera avistar hacia el interior del gran saco marino para ver si se advertía alguna abertura, el capitán general dispuso que la San Antonio y la Concepción navegaran hacia el sur para bordejear la costa del saco y explorar por allí alguna posible continuación hacia el interior del continente, prosiguiendo él mismo con la Trinidad y la Victoria aguas adentro por el lado norte para ir a fondear al abrigo de la barranca del actual cabo Posesión, aproximadamente. Allí aguardaría el retorno de las naos exploradoras. Todo eso sucedió en la tarde del 21 de octubre de 1520 y a partir de ello en un lugar que ha sido chileno desde la concesión hecha a Pedro de Valdivia por real cédula de 1554, reiterada al año siguiente por otra en favor de Jerónimo de Alderete en tanto que su sucesor en la Gobernación de Chile; ratificada por la posesión de Juan Ladrillero en 1558 en nombre del Gobernador García Hurtado de Mendoza y por el capitán Juan Williams en 1843 en la punta de Santa Ana en nombre de la República de Chile, y confirmada por fin en el Tratado de 1881 que estableció los límites entre nuestro país y la República Argentina. En otras palabras, desde que hubo concesiones y disposiciones de jurisdicción sobre esas comarcas nunca las hubo en favor de otro que no fuera Chile.
Para concluir esta exposición, lo hago como lo hice ante la Comisión de la Cámara de Diputados reiterando la importancia y necesidad de reconocer sin retaceos el mérito de Fernando de Magallanes como descubridor para el conocimiento de nuestra cultura de lo que habría de ser la futura tierra de Chile, y dejemos a Diego de Almagro el suyo con el honroso título de "Bautista de Chile", según la acertada expresión de don Sergio Fernández Larraín, que fuera Presidente de la Academia Chilena de la Historia años atrás.

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