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Crítica a nuevo libro de Jorge Edwards: Remembranzas de un escritor



por Pedro Gandolfo

Diario El Mercurio, domingo 25 de noviembre de 2012

En la trayectoria literaria de Jorge Edwards, en muchas de sus obras, se halla latente o explícito el material biográfico o directamente memorialista de sus fuentes, de modo que parece una consecuencia natural de esa tendencia que el narrador chileno aborde, ahora en esta fase de consagración, sus propias memorias. Los círculos moradoscorresponde al primer tomo de los tres proyectados y cubre el período de la niñez, adolescencia y juventud del escritor, sus años de formación, desde 1931 a 1953, en un abanico que se abre y cierra con la evocación de dos mujeres: su madre, "La picha Valdés", y Pilar Fernández de Castro, quien sería su mujer.
Los recuerdos parten por la rememoración del mundo familiar -una muy buena estampa de lo que era una familia acomodada chilena en la tercera década del siglo pasado-, siguen con el colegio La Maissonette y el San Ignacio (el testimonio de los abusos sexuales de fue que víctima cuando niño en el colegio jesuita se encuentra narrado con vigor, sobriedad y honestidad), sus lecturas y primeras incursiones en el mundo literario de aquel entonces, sus encuentros con los notables de la época, las conversaciones en torno a un vino barato, los poetas y escritores en ciernes, una revisión de su relación con Neruda y su circulo, la publicación de su primer libro, El patio . En general, Edwards avanza según la progresión cronológica de las edades y se contiene de adelantarse a los acontecimientos, promoviendo un ligero suspenso respecto de su propia vida, sin perjuicio de algunas necesarias y breves alteraciones del orden temporal. Es que a cada paso el lector encuentra vestigios de un texto que obedece a una mirada de conjunto, a un narrador que conoce el panorama completo y puede, por lo mismo, ligar hechos del pasado remoto con otros más actuales como, por ejemplo, la lectura de un libro de la infancia con un personaje o un episodio escrito décadas después.
El narrador de este libro, un narrador acostumbrado a ficcionar, quiere esta vez ser fiel a la memoria y, por consiguiente, mantener a raya la imaginación y seguir, lo mas honestamente posible, el hilo de los recuerdos. Ese es el ethos que preside estas líneas. Pero la memoria, según lo sabe y declara Edwards en varias ocasiones, no guarda un registro nítido, objetivo y completo de los hechos. Ser fiel a la memoria implica, pues, también ser capaz de recoger el carácter fragmentario, caprichoso, dubitativo y nebuloso de esta facultad. Jorge Edwards en este primer tomo es auténticamente un memorialista, apegado al espíritu y a la letra del género, entregándonos su perspectiva de los hechos, aquella que su memoria -una brújula inquieta y borrosa- puede brindar.
De acuerdo a esta convicción, su escritura adopta un estilo libre, reposado y coloquial, estilo que ya había aparecido en sus últimas novelas y que discurre aquí risueñamente y se acomoda sin esfuerzo a ese carácter imperfecto y caprichoso de la memoria, señalado anteriormente. La prosa de Jorge Edwards es en este libro singularmente llana, directa, aireada por un suave coloquialismo, en un tono muy chileno, como de "tías", una semioralidad bien simulada, que sigue una cadencia fluida, propia de la conversación social: un efecto muy difícil de lograr por escrito. A su vez, permanentemente invoca al lector, lo atrae explícitamente hacia el texto y sondea su parecer y, en otras ocasiones, se introduce él mismo en el relato, el escritor de las memorias y no el escritor recordado por ellas, creando una proximidad entre autor y lector cercana a esa intimidad confesional que tanto favorece a un género como este. Se advierten signos, sin duda positivos, de un estilo maduro de narrar en que al sello personal asentado se añade, en lo formal, una espontaneidad fruto del oficio y de la seguridad, aproximando la escritura a la "voz" del autor y haciendo aparecer su lectura como si lo escuchásemos hablar.
Las memorias de Jorge Edwards son cabalmente las memorias de un escritor. No porque en muchas de sus páginas se mencione y haga semblanzas de escritores y se hable sobre libros y lecturas, lo cual es cierto. Tampoco lo es, de modo principal, porque se refiere a los años de su propia formación como escritor, a la manera misteriosa de pasar desde la lectura a la escritura (momento clave del cual confiesa no tener recuerdo preciso): Los círculos morados son las memorias de un escritor por la especial manera en que están narradas. Jorge Edwards no nos informa sobre su vida al modo de un biógrafo; la narra como el gran contador de historias que es, construye personajes, arma diálogos, elabora escenas, plasma atmósferas; todo ello, de manera verosímil, amena y con un cordial sentido del humor.
"Los círculos morados" cubre el período de la niñez, adolescencia y juventud del escritor, sus años de formación, desde 1931 a 1953, en un abanico que se abre y cierra con la evocación de dos mujeres: su madre, "La picha Valdés", y Pilar Fernández de Castro, quien sería su mujer.

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