Diario El Mercurio, Domingo 18 de Noviembre de 2012
Si la misma energía, capacidad de invención y compromiso político que se puso para alcanzar la estabilidad macroeconómica, integrarse exitosamente al mundo, desarrollar un mercado de capitales profundo, mejorar la infraestructura, y mejorar los servicios sociales se hubiesen puesto en mejorar la calidad de la educación pública, las perspectivas de crecimiento serían aún mejores; la distribución de oportunidades y del ingreso sería más igualitaria y seríamos, incluso, más admirados que hoy a nivel mundial. Pero, más importante que todo lo anterior, los chilenos contarían con mejores posibilidades para aumentar la cohesión social y evitar errores que terminen desviándonos de la exitosa ruta recorrida hasta hoy.
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En momentos que arrecian críticas a los avances y la situación de Chile, es bueno revisar con calma lo bueno y lo malo, sin dejarse llevar por el calor del momento.
En particular, debemos revisar lo que hemos sido capaces de avanzar en los últimos 30 años gracias a un esfuerzo mancomunado del país como un todo.
Durante las últimas tres décadas, las reformas políticas e institucionales introducidas por los distintos gobiernos han permitido al nuestro transformarse en uno de los países emergentes más exitosos y también tener una de las mejores perspectivas a futuro. Estos numerosos logros no son sólo reconocidos por unos pocos, sino que a nivel mundial.
Esto no significa que no se hayan cometido errores o que no haya áreas en que aún debamos mejorar, sino que debemos tener en mente los logros y desafíos para entender cómo seguir progresando de manera sostenida a futuro sin poner en riesgo lo que hemos alcanzado.
Antes de iniciar el proceso de reformas, Chile navegó más de 50 años con crisis periódicas de balanza de pagos, altos déficit fiscales, inflación alta y variable, represión financiera y aislamiento del mundo.
Sin embargo, en los últimos 30 años, el país ha evitado crisis de balanza de pagos, ha alcanzado estabilidad de precios, ha construido uno de los sistemas financieros mejor supervisado, regulado y más sólido del mundo, en paralelo a un mercado de capitales que es mucho más desarrollado de lo que correspondería a su nivel de producto per cápita.
Esto último se ha visto beneficiado con la creación de un sistema de pensiones orientado a resolver las innumerables falencias del antiguo sistema de seguridad social, y que además ha favorecido el desarrollo financiero del país. Adicionalmente, Chile se ha integrado plenamente a la economía mundial y ha mejorado significativamente su infraestructura gracias a un innovador sistema de concesiones de carreteras, puertos y aeropuertos introducido en la década de los noventa.
El resultado de este proceso ha sido un significativo aumento en la calidad y nivel de vida de los chilenos. El ingreso per cápita subió -literalmente saltó- hasta alcanzar hoy los US$ 18.350 (ajustado por paridad de poder de compra), convirtiéndonos en el único país de América Latina que redujo su brecha con los países desarrollados en los últimos 30 años.
Más importante aún, en paralelo al avance en crecimiento y nivel de ingresos, y no independiente a esto, Chile ha logrado también uno de los mayores progresos en cuanto a indicadores sociales y reducción de la pobreza a nivel mundial (esto último medido con cualquier vara, a pesar de la controversia sobre los resultados de la última CASEN).
Estos avances también se ven en otros indicadores de calidad de vida y desarrollo. Por ejemplo, durante este período, Chile saltó al primer lugar en Latinoamérica y a una posición de privilegio en el mundo en cuanto a indicadores de mortalidad infantil, esperanza de vida al nacer, acceso de la población a agua potable, electricidad, teléfono y alcantarillado.
En muchos de estos indicadores, nuestro país registra valores cercanos a la media europea. Incluso, en tratamiento de aguas servidas hoy supera a Estados Unidos.
En el ámbito político, Chile ha logrado una exitosa transición a la democracia que, a la vez, ha contribuido al logro de estos resultados a través de los avances institucionales y las políticas económicas y sociales implementadas en los últimos 30 años.
La clase media y los grupos de más bajos ingresos han sido los grandes beneficiarios. Uno de los efectos más olvidados de las políticas económicas ha sido la facilitación del acceso a bienes y servicios que estuvieron fuera del alcance de estos grupos por varias generaciones, especialmente, bienes durables y automóviles.
Tarea pendiente
Sin embargo, tal como mencioné al inicio de esta columna, aunque los logros han sido substanciales, aún hay áreas donde queda una importante tarea pendiente.
Así, aunque las encuestas revelan que las personas relacionan su progreso y bienestar más con su propio esfuerzo personal (pro mercado) que con la responsabilidad al Estado (pro Estado), también consideran que la imagen de una sociedad de oportunidades se ha ensombrecido. En esta categoría, todos los indicadores han descendido. Desde la apreciación sobre las perspectivas de que se logre una mejora en la educación, a las perspectivas de entrar a la universidad, hasta las posibilidades de salir de la pobreza.
Relacionado a la falta de oportunidades y a las dificultades de seguir progresando en reducir la pobreza, está la baja tasa de participación laboral y de empleabilidad de las mujeres y de los jóvenes, especialmente de las que tienen bajos niveles de educación, y el tenue progreso en mejorar la calidad de la educación preescolar y escolar que reciben los niños que provienen de los hogares más pobres de la población.
Con respecto a la tasa de participación de mujeres y jóvenes, lo que se requiere es avanzar más decididamente en políticas que disminuyan el costo de incorporarse a la fuerza laboral y mejoren las oportunidades de trabajo. Estas políticas incluyen el acceso a salas cunas y una mayor flexibilidad en los contratos de trabajo y el salario mínimo. El tema de la educación lo retomo más abajo.
Otra área donde queda mucho por avanzar es mejorar la distribución del ingreso autónomo (antes de transferencias). Tal distribución está directamente relacionada a la del capital humano en la población.
Un claro ejemplo de esto se ve en las generaciones mayores, que sufren los efectos de tener un menor acervo de capital humano, probablemente asociado a un menor acceso a educación superior.
Si a esto sumamos el aumento del salario relativo de los trabajadores con mayor capital humano, versus el de los con menos calificación en los últimos quince años -un fenómeno asociado tanto a los avances en la tecnología de la información y las comunicaciones, como a la mayor competencia que enfrentan los trabajadores menos calificados por la exitosa integración de China a la economía mundial-, vemos que su capacidad de generar ingresos se resiente y también lo hace la distribución del ingreso.
El mensaje es que, aunque cueste aceptarlo, mejorar la distribución del ingreso de manera sostenible requiere tiempo y pasa por mejorar significativamente el acceso de los niños de familias de bajos ingresos a una educación pre-escolar y escolar de calidad para que así puedan mejorar sus oportunidades en el mercado laboral.
De hecho, hay evidencia respecto de este proceso para el caso de Chile: un estudio del Profesor Claudio Sapelli, de la Universidad Católica de Chile, concluye que la desigualdad en los ingresos autónomos, medida a través del coeficiente de Gini de toda la población, se ha mantenido relativamente estable en los últimos 20 años.
Sin embargo, el estudio muestra que, al analizar la desigualdad por cohortes de edad, se observa un aumento para las cohortes nacidas entre 1930 y 1950, pero ha disminuido en las agrupaciones nacidas desde finales de la década del 50. Esta caída es explicada, en parte, por la menor dispersión en los años de estudios y menores retornos a la experiencia en el mercado laboral.
Con todo, hay grandes oportunidades para acelerar este proceso a través de una mejora significativa en la calidad de la educación pre-escolar y escolar que reciben los niños más pobres del país. Esta es también la vía más segura para mejorar las oportunidades para que los beneficios del desarrollo chileno le lleguen a una mayor proporción de nuestra población.
En esto, se requiere un gran acuerdo nacional para mejorar significativamente la cobertura y la calidad de la educación primaria en los colegios municipales y privados subvencionados, los que reciben al 93% de los estudiantes.
Si la misma energía, capacidad de invención y compromiso político que se puso para alcanzar la estabilidad macroeconómica, integrarse exitosamente al mundo, desarrollar un mercado de capitales profundo, mejorar la infraestructura, y mejorar los servicios sociales se hubiesen puesto en mejorar la calidad de la educación pública, las perspectivas de crecimiento serían aún mejores; la distribución de oportunidades y del ingreso sería más igualitaria y seríamos, incluso, más admirados que hoy a nivel mundial. Pero, más importante que todo lo anterior, los chilenos contarían con mejores posibilidades para aumentar la cohesión social y evitar errores que terminen desviándonos de la exitosa ruta recorrida hasta hoy.
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