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Guadalajara por Francisco Mouat



Diario El Mercurio, Sábado 10 de Noviembre de 2012

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Leo con interés la carta que Germán Marín le mandó al curador del envío chileno a la Feria del Libro de Guadalajara, Beltrán Mena. La carta se hizo pública, la estoy leyendo en el diario. En ella Germán le dice que declina la invitación a Guadalajara: “Al margen de proteger mi estado de salud ante ese viaje, también he concluido que no deseo involucrarme, directa o indirectamente, con el actual gobierno. Éste adolece de una falta de credibilidad que en la cultura lo demuestra, entre otros aspectos, su política de adquisición de libros, errada y parcial”. Marín no fue el primero en bajarse. Semanas atrás, Matías Rivas, director de Ediciones Diego Portales, había hecho lo propio criticando igualmente la política de compra de libros por parte del Estado, ajena en su mayoría a criterios artísticos y literarios.
A mí, como a Rivas y Marín, también me indignó leer la lista de libros comprados este año para ser entregados a la red de bibliotecas públicas. Escasa literatura y títulos que derechamente llevan a la sospecha. Como editor independiente, participé con los libros que Lolita Editores había publicado en 2011, y perdí en todos los casos. No compraron ninguno de nuestros títulos. Quedamos en algunos de ellos en unas ridículas listas de espera, que ciertamente jamás van a correr. Algo así como un saludo a la bandera para que no digan que nuestros libros no fueron considerados. Cada libro recibió una determinada puntuación del jurado, y en todos los casos nuestros textos no alcanzaron el puntaje necesario para ser dignos de estar en una biblioteca pública. No soy nadie para pedir explicaciones, pero habría sido interesante escuchar de boca de los evaluadores por qué un libro de introducción al vóleibol (que no conozco y por ahí es extraordinario) le sacaba tantos cuerpos de ventaja al magnífico ensayo que Agustín Squella escribió titulado “¿Cree usted en Dios? Yo no, pero…”, que sí conozco y doy fe que merecería ser leído por cualquier ciudadano interesado en reflexionar sobre los distintos estados en que uno puede moverse en materia religiosa: fe, duda, agnosticismo y ateísmo.
A diferencia de Germán y Matías, que habían sido invitados por Beltrán Mena y desistieron de viajar, yo fui invitado a Guadalajara y voy a ir. Comparto plenamente las críticas de ambos a lo que revela la última compra estatal de libros. Tal vez la única diferencia importante con ellos es que a mí no me parece significativo desde ningún punto de vista declinar la invitación. No creo que ir allá suponga nada desde el punto de vista político. Ni adhesión ni aprobar tácitamente lo que haga el gobierno de turno en estos asuntos. Tampoco creo que estar en la Feria del Libro de Guadalajara le otorgue a uno una credencial especial o se convierta en una experiencia imperdible. En estricto rigor, la Feria de Guadalajara no me importa nada. Nada de nada. Las mesas redondas fabricadas en serie me tienen sin cuidado: no me gustan las de la Estación Mapocho, ni las de Guadalajara, ni las de Castro, Puerto Montt, Chillán o Los Andes, por citar ferias a las que me han invitado y a las que he concurrido feliz de la vida para presentar un libro frente a ciudadanos curiosos que a veces quieren la literatura, y en la mayoría de los casos simplemente pasan por ahí o matan el tiempo. Creo que lo mejor de ir a Guadalajara será poder encontrarme con buenos libros que querré leer. Voy por apenas tres días, que es lo que dura la invitación. No voy a hacer vida social ni a aparecer en alguna fotografía. No voy a hacer lobby a favor de Lolita Editores ni a pintar el mono con nadie. No soy de andar en patotas ni de firmar manifiestos. Me tocará hablar en un par de mesas del Empampado Riquelme y de literatura y fútbol, y sé que mi vida no cambiará en lo sustantivo por hacerlo o desistir de estar allí. Voy y eso no me convierte en embajador de ningún gobierno: con dificultades me represento a mí mismo. A poco andar, casi no tengo dudas, la Feria del Libro de Guadalajara 2012 con Chile como invitado especial será olvidada completamente, y de ella quedará en mí el recuerdo tenue de la cerveza que me tomé con un amigo y la lectura atenta de tres o cuatro libros maravillosos que me traiga en la maleta. Lo demás: puro cotilleo.

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