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Filosofía y niños

16 / Nov

Por Osvaldo Torres

Osvaldo Torres



El 15 de noviembre fue el día mundial de la filosofía. Se supone tradicionalmente que la filosofía es algo así como la cumbre del pensamiento ilustrado, el lugar de la elite del saber y a la vez es visto como un pensamiento inútil, poco práctico, incapaz de hacer relucir el dinero.
 
Hubo durante los años noventa, en Chile, un boom de cierto “coaching” que, apoyado en algunos filósofos modernos, prometían ganar de mejor forma el dinero y aliviar ciertas consecuencias de la introducción de nuevos modelos de gestión al interior de las empresas, haciendo cargar las responsabilidades de los despidos (o “desvinculaciones”) en los propios despedidos y no en el objetivo de incrementar utilidades recortando el personal. Fernando Flores fue uno de los “gurú” entre los concertacionistas, el que citaba profusamente a Heidegger, Dilthey, Austin y otros potentes pensadores, funcionalizándolos al propósito señalado.
 
Pues bien, en el período de restricción del gasto público a partir de 1973, de minimización de las responsabilidades del Estado en la educación y ante el temor a la difusión del pensamiento reflexivo, la dictadura procedió a erradicar la enseñanza de la filosofía de la educación pública, así como otras materias que hoy aún se echan de menos como la “educación cívica”. Esta expropiación del derecho a la reflexión libre por parte de los estudiantes, adolescentes y niños, se consolidó al punto que estudiar filosofía en el país es algo casi esotérico.
 
Sin embargo, la filosofía es clave para la riqueza del conocimiento acumulado en un país. Más aún, el que los niños puedan hacer filosofía, seriamente, es algo que se está impulsando desde algunos centros académicos, tanto en Chile como el extranjero.
 
Los niños y niñas pueden hacer filosofía. Es más, hacen filosofía con preguntas profundas formuladas de manera simple, pero generalmente son tomadas superficialmente por los adultos. Una pregunta filosófica está asociada al ser, a la vida, al estar con otros, a la relación entre vida y muerte, a la convivencia con lo diferente, a las edades, etc. y ellas fluyen en una potencial conversación con cualquier niño, niña o adolescente. Este diálogo requiere ser promovido para generar un vínculo intergeneracional con bases más profundas de entendimiento; para fortalecer la capacidad de razonamiento de ambas partes; para abrir horizontes compartidos entre niños y adultos; para ampliar la reflexión sobre el niño como un sujeto pensante que en contextos sociales son capaces de transformar realidades. Un diálogo filosófico con niños es aún más fecundo que una filosofía para niños.
 
En la Universidad de Chile, en el Dpto. de Filosofía, hay una rica actividad de reflexión con estudiantes y profesionales de la educación que, como una comunidad de indagación, orientada en un inicio por los escritos de M. Lipman y su filosofía para niños, avanza en la creación de nuevas metodologías para hacer participar a los propios niños en la contribución al pensamiento filosófico.
 
Sería importante que el sistema educacional público repusiera la filosofía como curso en la enseñanza media y pensarlo como posible en la básica. Este punto indicaría que la filosofía no sería privilegio de una elite, ni que el país se preocupa de dar respuestas a los temas del crecimiento económico que, como se ha demostrado, son incapaces por sí solos de resolver el sentido de vida para los y las chilenas como el proyecto compartido por quienes habitamos el territorio.
 
La filosofía le hace bien a los niños y que la filosofía gana si los niños y niñas la practican.
 

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