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Distorsiones universitarias por Gonzalo Rojas Sánchez


Diario El Mercurio, Miércoles 14 de Noviembre de 2012 


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Si a los universitarios se nos pide que seamos pensantes y dialogantes, que todo lo ponderemos, nosotros también tenemos el derecho de plantear que se traten los temas relativos a la vida universitaria con ese mismo cuidado, con esa misma prudencia. Pero a veces no sucede así.
Los alumnos -que sólo están de paso en nuestras instituciones y por un período que no corresponde más que al 7% de sus vidas- pretenden obligar a las universidades a seguir sus caprichos. Unos pocos miles de sujetos -quizás 50 mil en todo Chile- buscan imponer sus voluntades, pero no han sido capaces de movilizar ni siquiera a la mitad de sus propios compañeros, porque apenas una o dos de entre cerca de 60 federaciones consiguen que el 50% de sus estudiantes vote para elegir a sus propios representantes.
Y una vez electos, ¿con qué nos encontramos? Con que esos sujetos develan sus verdaderos propósitos: declaran estar enfocados en las próximas elecciones presidenciales, en una gran reforma institucional producto de una asamblea constituyente, en derogar el binominal, en terminar con el lucro. Nada sobre profesores, nada sobre metodologías, nada sobre investigación, nada sobre formación de personas; nada, nada, nada sobre la universidad.
Obvio, porque su objetivo es otro, muy distinto: es la política de todos los días. Por eso, no extraña que Ballesteros haya sido candidato a alcalde sin haber terminado aún sus estudios, y que Jackson o Vallejos estén evaluando sus postulaciones, cuando apenas meses atrás se revestían de un aura academicista. Y quizás qué otros candidatos, esta vez gestores de una nueva opción solidaria y cristiana, opten por la misma fórmula.
Nadie tiene vedada esa carrera, a nadie se le debe negar la proyección hacia la política desde la dirigencia estudiantil, pero lo mínimo es declararlo con honradez: estoy aquí para lanzarme hacia el Congreso; la universidad me importa un pito, es sólo mi plataforma.
Y a pesar de que es una distorsión manifiesta, no encontramos ni una sola crítica a esa actitud en la interesante Carta Pastoral del Comité permanente del Episcopado.
El enfoque es otro, sorprendente también. Nos dicen los pastores que les "preocupa que en nuestras universidades la formación de las élites esté centrada en su aporte a la productividad y en la eficiencia económica, y no en el sentido ético y en la preocupación por la calidad de la existencia humana".
Hace más de 37 años hice mi primera clase universitaria. Nunca he recibido, en ninguna de las 17 universidades en que he enseñado o dado conferencias, una indicación sobre la necesidad de reducir mi docencia a una actividad tan pobre como la promoción de la productividad y de la eficiencia económica. Y he enseñado en facultades de Economía y Negocios, de Derecho y de Ciencia Política, para que no se piense que sólo han sido los institutos de Historia mi ámbito académico.
Gran parte de mi docencia la he desarrollado en universidades católicas. Por eso, es legítimo preguntarse: ¿están ellas contenidas también en las críticas del Comité Permanente del Episcopado? ¿Son también entidades dedicadas a la formación de élites sesgadas, o al postular esa tesis se incurre involuntariamente en una distorsión que hiere a los miles de profesores que trabajamos con otros objetivos, justamente los de "repensar al ser humano y su destino para que él pueda desempeñar su papel como sujeto de la historia y como destinatario del progreso, dando espacio al sentido más profundo de la vida humana", tal como nos piden sabiamente los mismos obispos?
Un diálogo verdaderamente universitario exige respuestas en estas dos dimensiones.

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