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Arquitectura y política por Sebastián Gray



Diario El Mercurio, Sábado 17 de Noviembre de 2012
http://blogs.elmercurio.com/viviendaydecoracion/2012/11/17/arquitectura-y-politica.asp

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Tengo, entre varios argumentos posibles para una novela póstuma, el de un arquitecto que, queriendo vengar una centenaria enemistad entre su familia y otra, se las arregla para diseñar la casa de un descendiente rival, y lo hace de tal manera que casi le arruina al otro y familia la vida para siempre, víctimas de roces, desencuentros y todo tipo de miserias psicológicas producto del sutil y perverso diseño. Con esta intriga pretendo ilustrar a mis alumnos que la obra del arquitecto jamás es trivial, sino que tiene importantes consecuencias en la vida cotidiana, para bien o para mal. Y es que una condición imprescindible de la arquitectura es que tenga propósito, que responda específicamente a un programa que le dé razón de ser, ni más ni menos que acoger los actos propios de la vida humana. Sin programa, la arquitectura no es tal sino cualquier otra cosa, llámese escultura, instalación o mera construcción. Una vez asumido el programa, a continuación la arquitectura intenta elevar los actos propios de la vida a una dimensión trascendental mediante el gozo de los sentidos y el intelecto.
Como debe siempre interpretar los actos de la vida humana, para a su vez darles lugar, forma y espacio, el arquitecto es necesariamente un agudo observador, experimentado, bien informado y sensible a la naturaleza humana. Para servir a la sociedad, el arquitecto está obligado a declarar de antemano sus posturas filosóficas en cuanto a los modelos ideales de vida individual y comunitaria, declarar los efectos deseados de su obra en la configuración espacial y social de barrios y ciudades, declarar por tanto su postura frente a diversos modelos de desarrollo económico; es decir, declarar una visión política.
Como todo profesional consciente de su propia responsabilidad social, todo arquitecto es político. Los estilos arquitectónicos representan ideologías; el uso del suelo, la configuración del espacio público, la dignidad (o falta de ella), la atmósfera de cada edificio o rincón depende del designio de algún arquitecto que, hecho el encargo, debió preguntarse qué hacer, y para quiénes, y con qué propósito. Desde los orígenes de la historia, el campo de acción natural de la arquitectura ha sido la ciudad, ente abstracto que expresa y representa la complejidad de la vida comunitaria, que es eminentemente política (valga la etimología de la palabra): sistemas, jerarquías, ambiciones, conflictos, necesidades, orgullos. Es así como el poder está siempre representado por una arquitectura que le es funcional, y por lo tanto cambiante en el tiempo, generación tras generación. Con razón reza el antiguo dicho: "A nueva política, nueva arquitectura."

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