por Monseñor Andrés Arteaga Obispo Auxiliar de Santiago
Diario El Mercurio, domingo 2 de septiembre de 2012
http://diario.elmercurio.com/2012/09/02/vida_social/mas/noticias/474CBDAA-7554-45A9-A488-A06FAF393C3F.htm?id={474CBDAA-7554-45A9-A488-A06FAF393C3F}
En el episodio del Evangelio
que la liturgia nos propone hoy,
Jesús el Maestro nos habla
del corazón humano.
De lo que entra y sale de él.
De lo que lo mancha
y de lo que verdaderamente
se debe "entender" de su interior.
Pues el mensaje cristiano
no sólo es una palabra
sobre Dios y el más allá,
sino también sobre
lo humano y el más acá;
el aquí y el ahora.
A todos nos maravilla
(y a veces nos puede aterrar)
nuestra identidad más profunda.
Es un misterio.
El Maestro no sólo enumera
una lista de pecados,
sino que ayuda a iniciar
un discernimiento a sus discípulos
sobre el misterio de su interior.
Este discernimiento
nos ayuda a evitar,
en el complejo cambio de época,
optimismo ingenuo
y fatalismo pesimista
en nuestra mirada
sobre lo humano.
Para vivir la vida concreta
como "evangelio",
en el "realismo de la esperanza".
Hay un texto
del Concilio Vaticano II,
de hace ya medio siglo,
que nos puede ayudar
a ubicar ese discernimiento.
En gran medida inspiró
la enseñanza y la tarea pastoral
de Juan Pablo II junto
a la vida eclesial estos decenios.
Tal vez aún ha recibido
insuficiente atención
entre nosotros.
Es una "gramática"
para comprender el diálogo
de la fe con el mundo contemporáneo.
En Gaudium et Spes se afirma:
"En realidad, el misterio del hombre
sólo se esclarece
en el misterio del Verbo encarnado...
Este es el gran misterio del hombre
que la Revelación cristiana esclarece a los fieles.
Por Cristo y en Cristo
se ilumina el enigma
del dolor y de la muerte,
que fuera del Evangelio
nos envuelve en absoluta obscuridad.
Cristo resucitó;
con su muerte destruyó la muerte
y nos dio la vida, para que,
hijos en el Hijo, clamemos
en el Espíritu: ¡ Abba Padre!".
De eso se trata entonces.
De lo que hay en el corazón.
Que es símbolo de todo lo que somos:
uno en alma y cuerpo,
que nos relacionamos con las cosas,
con los demás y lo trascendente.
Invitación a escuchar
en la revelación
del misterio de nuestra dignidad
de hijos y hermanos
como se escucha el inmenso
océano en un pequeño caracol.
Por tanto no hay otro sentido
de la vida de la Iglesia,
ni otro servicio al mundo,
que volver a Cristo.
El camino de la Iglesia es el hombre
y la plenitud humana sólo se encuentra en Cristo.
Allí la tarea de la vida cristiana
y la pedagogía de cada celebración dominical.
Que María Madre nos permita
dar testimonio de esa identidad
en la Patria que nos acoge.
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