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La paradoja de Bachelet


POR ASCANIO CAVALLO  DIARIO LA TERCERA, SÁBADO 9 DE NOVIEMBRE DE 2013





Sin un respaldo personal que supere y sustente al de sus parlamentarios, la ex mandataria no sólo tendrá dificultades para cumplir su programa, sino también para mantener unida a la voluble coalición de la que es autora y conductora.
La unica pregunta pendiente en la última semana preelectoral es:¿Habrá segunda vuelta? Ya no hay dudas acerca de la ventaja que tiene la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet. Sólo persiste la interrogante acerca de la magnitud de ese hándicap y, en particular, si sobrepasará el 50 por ciento de un solo envión. Las encuestas no ofrecen indicios concluyentes, en parte porque ellas mismas están sujetas a la nueva experiencia del voto voluntario.
Una parte de la posibilidad del balotaje depende de la dispersión del voto entre nueve candidatos: esta es hoy la principal esperanza privada de la Alianza. La otra parte depende de que las expectativas de perder no desmovilicen a su electorado, que es la explicación de su vehemente llamado público a concurrir a las urnas.
Esta última es la única coincidencia táctica del comando de Evelyn Matthei con el de Bachelet. Los equipos de la ex presidenta suponen que un incremento en el número de votantes aumenta la posibilidad de triunfar en primera vuelta; su riesgo consiste en que los que creen que ganará de cualquier manera dejen de ir a votar precisamente por eso. A diferencia de la Alianza, la candidata de la Nueva Mayoría cuenta con un antecedente favorable: en las primarias de junio -más voluntarias que las elecciones voluntarias- consiguió llevar a un inaudito millón y medio de personas sólo para ella, además del medio millón que convocaron los demás candidatos de su misma coalición.
Pero esta es sólo la dimensión táctica. En la estratégica, Bachelet necesita reunir una mayoría contundente y fulminante para llevar adelante el programa más ambicioso que haya presentado su coalición en toda su historia.
Los programas, ya se sabe, son mucho más expresiones de deseos que conclusiones realistas acerca de la probabilidad de realizarlos. Traducen los sueños de una mayoría también soñada, pero no aseguran su materialización. Sin embargo, crean expectativas y, a pesar de que ha repetido lo mismo en cada elección desde hace ya más de 20 años, la derecha tiene un punto cuando afirma que esos estímulos son esta vez más grandes que en todas esas mismas dos décadas.
Es un hecho significativo que el programa de Bachelet sólo se haya conocido casi cuatro meses después de su prodigioso resultado en las primarias. Aunque fuese por razones puramente sicológicas, esa votación debió estar al menos en el inconsciente de quienes trabajaron las propuestas. Eso puede explicar el aire de “correr los límites” que tiene el programa en la mayoría de sus capítulos.
Para ello requiere de una contundencia similar, digamos, a la que Eduardo Frei obtuvo con su 58% en 1993. Tal cosa parece difícilmente posible hoy. Como efecto del sistema binominal y de los senadores designados, Frei no logró traspasar su votación personal al Congreso y gobernó con las mismas limitaciones que tuvieron todos los mandatos de la Concertación, aun sin considerar los modestos propósitos de su programa en materia de cambios institucionales.
La situación de Bachelet hoy es la inversa. Un programa muy ambicioso aspira a una mayoría más limitada que la de entonces y, aunque desaparecieron los designados, el sistema binominal le ofrece a la derecha -aunque sea por última vez- el cómodo refugio de los altos quórums para producir reformas como las que propone el programa de la ex presidenta.
Hay muchos indicios de que en esta ocasión la Nueva Mayoría logrará mayorías en el Parlamento, las que podrían aumentar si los votantes de derecha eligen la abstención. Bachelet ya logró mayoría parlamentaria -muy frágil, es cierto- en el 2006, pero en cosa de meses la perdió a manos de los “díscolos” del PS y la DC, que se desentendieron de sus compromisos sin que La Moneda pudiera poner precio a su desafección. La única garantía de que no vuelva a vivir el mismo fenómeno es, otra vez, que la ex presidenta obtenga un respaldo personal que supere y sustente al de sus parlamentarios.
Así que el triunfo en primera vuelta entraña para Bachelet dos necesidades: una frente a sus adversarios de la derecha y otra frente a sus socios de la Nueva Mayoría.Como Bachelet no es Piñera -más bien lo contrario-, sin estos resultados no sólo tendrá dificultades para cumplir su programa, sino también para mantener unida a la voluble coalición de la que es autora y conductora.
Es lo que se podría llamar, en honor al marqués de Condorcet, que desde fines del siglo XVIII tiene a los cientistas políticos discutiendo acerca de la incoherencia de las mayorías agregadas, la paradoja de Bachelet.

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