Reed & Bowie entre otros pequeños rectángulos de plástico de marca TDK esparcidos por la pieza...
ColumnistasDiario El Mercurio, Martes 12 de noviembre de 2013http://www.elmercurio.com/blogs/2013/11/12/16905/Lou.aspxLou"Un par de domingos atrás desperté con la noticia que Reed había muerto y la imagen de aquella tarde volvió instintivamente a mi memoria, como un animal que vuelve a casa luego de perderse..."
Gustavo SantanderAl hombre de esta historia lo perdí de vista hace más de veinte años. Era un tipo extrovertido, usaba el pelo un poco desordenado y había llegado a la familia de la mano de una prima que me llevaba varios años. Por alguna razón ese verano convivimos mucho, en asados que se hacían en casa de mis tíos o en la de mis padres o entreverados en fiestas familiares que se organizaban sin demasiados motivos. Como la mayoría de los adolescentes, yo arrastraba la rebeldía y desesperanza que aqueja a algunos quinceañeros. Había decidido odiar a mis padres y junto con ellos a sus reglas y sus límites. Enojado con el mundo, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en una habitación que llené de posters y calcomanías, en un vano intento de construir un mundo privado. Si bien los libros ya formaban parte de mi vida, durante esa época dediqué muchísimo tiempo a escuchar música en un viejo y negro tocacassettes que mi padre me regaló, intentado domesticar la ira de ese rufián que, además, tenía que alimentar. Pequeños rectángulos de plástico de marca TDK se esparcían por la pieza, que yo identificaba con una caligrafía irregular escrita en ese pedacito de papel engomado que traía cada cassette.
Fue una tarde de esas cuando el tipo desaliñado de esta historia, sin ninguna advertencia y desafiando el peligro que significaba entrar a mi espacio, abrió súbitamente la puerta de mi habitación, me miró como quien mira a un animal en cautiverio y me preguntó qué hacía. No recuerdo si respondí o si solo hice una mueca de desgano, como diciendo "nada", de lo que sí estoy seguro es que ese día me di cuenta que mi permanente mal humor no alejaba a todo el mundo, que era más inofensivo de lo que creía. Miró sin demasiado interés los posters, apoyó los codos en el marco de la ventana que daba hacia un jardín lateral y, sin mirarme, como si hablara para sí mismo, me contó que en unos meses más se iría de Chile pero que no le dijera nada a mi prima pues quería encontrar la ocasión. "California" dijo. A ese lugar que sonaba a chocolates extranjeros y zapatillas de marca se iría, aprovechando que un hermano de su madre vivía allí hace algunos años. La conversación duró menos que el silencio que vino después, y yo me quedé mirando esa silueta recortada por la luz de la tarde. Luego de algunos minutos que parecieron eternos, abrió su personal stereo, extrajo un cassette de noventa minutos que él mismo había grabado, lo metió en la cajita de plástico que lo protegía y me lo lanzó. "Quédatelo, a lo mejor te gusta" me dijo antes de salir y cerrar tras de sí la puerta que me protegía de aquel mundo que tanto me molestaba. Ese día escuché por primera vez varios temas desconocidos para mí. Al buscar en la caja las señas de lo que estaba oyendo, tres nombres se repetían varías veces: Lou Reed, Velvet Underground, David Bowie. Al tipo de este relato lo vi dos o tres veces más antes de enterarme que se había ido a ese viaje soñado y, aunque nunca le agradecí el regalo, creo que mi historia personal habría sido distinta de no haber escuchado nunca esa cinta.
Un par de domingos atrás desperté con la noticia que Reed había muerto y la imagen de aquella tarde volvió instintivamente a mi memoria, como un animal que vuelve a casa luego de perderse. Esa tarde el tocadiscos se fue comiendo las horas mientras pensaba en esos años en que todo parecía tan lejano.
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